Cultura

«No me planteo escribir sobre lo que no duele, sino sobre mis miedos»

Fotografía

Ainhoa Gomà
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04
mayo
2023

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Ainhoa Gomà

Marta Carnicero (Barcelona, 1974) acaba de publicar en catalán y en castellano su nueva novela, ‘Matrioskas‘ (Acantilado), una narración en la que dos mujeres, Hana y Sara, cruzan caminos tras la tragedia, la agresión y el abuso. Dialogamos con la autora acerca de su proceso literario y su obra literaria e investigadora.


Usted es ingeniera industrial de formación y de oficio. Sin embargo, comenzó publicando libros de gastronomía, como Fiesta a la cocina (2010) o Grandes recetas para cocinas pequeñas (2013). ¿Por qué la cocina? O, mejor dicho, ¿por qué ahora la cocina ya no?

Buena pregunta. Es exactamente así: la cocina ya no. Me metí en el mundo de la cocina como hobby, porque me encanta comer bien, pero salir a restaurantes con frecuencia puede llegar a ser prohibitivo. Cocinaba para mis amigos y –ante la duda de si existía vida después de la maternidad, ya embarazada– me decidí a poner mis platos por escrito, para elaborar un recetario que pensaba regalar. Pero resulta que sí había vida, y muy fértil. Siete recetarios después puedo decir que ya cerré esa etapa: mientras me dediqué a la cocina –sin abandonar en ningún momento mi profesión de docente: soy profesora de tecnología– me sentía algo intrusa; el mundo tiende a la etiqueta y en aquel momento yo era «la ingeniera que quiere cocinar». Lo que me sorprendió, cuando empecé a publicar ficción, es que me convertí, no sé muy bien por qué, en «la cocinera que quiere escribir», o esa es la sensación que tuve. Me molestaba, y me molesta, que me juzguen por trabajos anteriores que nada tienen que ver con lo que hago. Ahora, con tres novelas publicadas, ya no es necesario demostrar que es posible cultivar varias facetas con resultados más que dignos. Y no, ya no cocino: me sigue encantando comer bien, pero ya no puedo pasarme una tarde entera entre cacerolas sin sentirme mal por no estar escribiendo o leyendo. El tiempo para la literatura es tan escaso que no puedo permitirme dedicarlo a nada más.

¿La literatura y la gastronomía están interrelacionadas? ¿Escribir y cocinar se parecen?

En mi caso comparten elementos comunes. Las mejores salsas se logran por reducción, partiendo de un caldo, enriquecido y aromático, que se reduce a fuego lento y que se monta al final con mantequilla. Yo practico esa reducción en la literatura: me gusta que cada frase esté diciendo algo. Así, por ejemplo, empiezo con media página, que se convertirá en párrafo y, tras los oportunos recortes y reescritura, quizás en un par o tres de frases. Esas frases las reescribo luego buscando el ritmo, la musicalidad y el matiz justo.

«Yo practico esa reducción de las mejores salsas en la literatura: me gusta que cada frase esté diciendo algo»

A partir de 2016 inició su carrera como novelista con El cielo según Google. Después llegó Coníferas, en 2020. Y ahora acaba de publicar Matrioskas. Cuénteme. ¿Por qué sus personajes viven siempre al borde de la tragedia? ¿Es el abismo, la zozobra, uno de los motores de la existencia humana?

Es algo que yo misma me pregunto, pues el humor es algo que practico a diario, aunque no sobre el papel. Creo que la respuesta hay que buscarla, precisamente, en los fantasmas de cada cual. Ya lo decía Tolstoi: «Todas las familias felices se parecen; las infelices los son cada una a su manera». No me planteo escribir sobre lo que no duele, sino sobre mis miedos. Me aterroriza olvidar un día el nombre de las personas a quienes quiero, por ejemplo. Me obsesionan la memoria, individual y colectiva, la identidad, la lealtad, la dignidad humana, el maltrato, el abuso, las relaciones materno y paternofiliales, los vínculos de piel, más allá de la sangre.

En Coníferas la acción tiene lugar en una peculiar comunidad, apartada del mundo digital. Pero en Matrioskas el espacio físico vuelve a tener una importancia trascendental: las dos protagonistas, según avanzan proporcionalmente en sus vidas, se aproximan, como si estuviesen destinadas, por designio o azar, a toparse. ¿Son un reflejo la una de la otra? ¿Qué rol juega el destino en esta novela?

En ambas novelas existen momentos de desdoblamiento, de reflejo especular, aunque en el caso de Coníferas es mucho más acusado. En Matrioskas las dos protagonistas son parte una de la otra, el complemento sin el cual la otra no existiría, o lo haría de otro modo. En cuanto al destino creo, más bien, en un «destino autoforjado» en el que cada cual busca y se gana activamente su futuro.

Matrioskas, por otro lado, es una novela dura: el maltrato, el abuso y la violencia sobre la mujer se palpa en cada una de sus páginas. La esperanza, en cambio, es el otro motor, uno agridulce. ¿Son sus personajes marionetas del tiempo que les ha tocado vivir?

Me gusta ver la novela como un texto sobre la reparación posible. La esperanza, si la hay, no es nada sin la actitud activa de la que hablaba hace un momento. Todos estamos condicionados por el contexto, pero en contextos bélicos las posibilidades de vivir la vida que merecemos se reducen al mínimo.

¿Cuál es su concepción de la mujer, del feminismo, en tiempos de posturas enfrentadas, como los actuales?

No concibo posturas enfrentadas en relación a ese tema. La novela entera gira alrededor de un tipo de violencia orientada al género; las mujeres se han considerado propiedad privada desde tiempos inmemoriales y, por ende, se han tratado como botín de guerra desde siempre. Si en contexto bélico se siguen violando de forma orquestada es por muchos motivos: entre ellos, para afrentar a sus padres, maridos, hermanos. Más allá de violencia de género, que lo es, se trata de un problema de derechos humanos. Y no se aborda como tal.

«Las mujeres se han considerado propiedad privada desde tiempos inmemoriales y se han tratado como botín de guerra»

La narración en torno a Hana y Sara posee un carácter psicológico, casi de angustia, en ocasiones. La vida y la muerte, la angustia, la brutalidad subyacente y la convicción de la cultura, las apariencias. La sociedad, a todo esto, aparece como un observador, en muchas ocasiones, cruel. ¿Vivimos en una sociedad del espectáculo? ¿Cuál es la relación de sus protagonistas con su familia, con su entorno, con ellas mismas?

La sociedad, como colectivo –aunque esté compuesto de individuos que sienten y padecen– acepta prácticas que son aberrantes en nombre de lo que llamamos «daños colaterales». Es capaz, además, de dar la espalda a sus miembros sin ningún cargo de conciencia. Es lo que ocurre en muchas familias después de casos como el de Hana: su madre ni quiere ni puede aceptar lo que pasó, el trauma es demasiado fuerte como para enfrentarlo y resulta más fácil mirar hacia otro lado. Lo denuncia la Premio Nobel de la Paz Oleksandra Matviichuk: «La violación es un crimen que se usa para romper lazos».

Por último, en el libro abarca usted, dentro de la estricta ficción, temas muy reales, de actualidad y de la naturaleza humana: el cuerpo, la sexualidad, el aborto. ¿Considera un sentir arraigado entre las mujeres en general el sentimiento de matrioska, como sucede con las protagonistas del libro?

La elección de las matrioskas como símbolo responde al hilo generacional que une (o separa) a los personajes que aparecen en el texto, pero también es una alegoría de la encapsulación del dolor, de la creación de una piel sobre la piel que permita cicatrizar las heridas y guarecer de la intemperie a la protagonista. Por otra parte, es cierto que el porcentaje de mujeres, si estudiamos el perfil de lector o lectora, es muy superior al de los hombres: así se ve, y de forma muy clara, en los clubes de lectura. No es algo dirija, sin embargo, mi la elección de temas: como te comentaba, escribo sobre aquello que me despierta incomodidad. Si vas a dedicar tus madrugadas, tiempo libre, vacaciones, a la escritura, tienes que elegir un tema que te interpele. Los que trato en la novela no son patrimonio de las mujeres. Son universales.

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