Opinión

Obituario de una vida normal

Dicen que morimos tres veces. Cuando exhalamos el último aliento, cuando nos entierran y cuando nuestro nombre es pronunciado por última vez.

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La vida normal a la que se refiere el título era la de mi madre.

Dicen que morimos tres veces. Cuando exhalamos el último aliento, cuando nos entierran y cuando nuestro nombre es pronunciado por última vez. Josefina Viñuales murió la mañana del último domingo de marzo de 2023, en Zaragoza, cuando tenía 88 años. Vivió independiente hasta el día de su muerte.

Josefina nació en Sabiñánigo, Huesca, dos años antes del comienzo de la Guerra Civil. De su generación empiezan a quedarnos sólo recuerdos. Su padre era un comerciante que empezó a ganarse la vida siendo un niño. Necesitaba subirse a un cajón para poder ver a los clientes por encima del mostrador. Antes de la guerra se convirtió en propietario de un comercio en Sabiñánigo llamado El Barato. Mi madre nunca conoció a la familia de su padre, lo que siempre me resultó misterioso. Aparentemente, él iba a visitarlos de vez en cuando pero nunca acompañado. Su madre era una señora del Pirineo, hija del rico de su pueblo. Josefina sentía temor por las tormentas y los petardos, recuerdo de los bombardeos que Sabiñánigo sufrió durante la guerra. De aquellos años recordaba también la noticia de la cruel ejecución de su tío y padrino y la pena eterna que aquello dejó en su madre. También contaba que su padre estuvo a minutos de morir ejecutado. Muchas décadas después me enseñó un tesoro de monedas de plata que su padre había enterrado durante la guerra para que su madre, ella y sus hermanos salieran adelante si él terminaba en alguna tapia. Las conservaba todavía envueltas en el papel de periódico original.

Décadas después de la guerra, me enseñó un tesoro de monedas de plata que su padre había enterrado para que salieran adelante si él terminaba en alguna tapia

De la posguerra recordaba la miseria imperante, aunque como hija de un comerciante no la sufrió. Contaba que sus amigos del cole se sentían afortunados si los Reyes Magos les traían una mandarina o un poco de chocolate. Recordaba el placer que sentía cuando su madre le dejaba invitar a amigas del cole a merendar en su casa. Con ocasión del funeral de su hermano, que se celebró en Sabiñánigo tres décadas después de que ella pisara el pueblo por última vez, recuerdo cómo se le acercaban ancianos que habían sido amigos de la infancia. La llamaban Nena. De la infancia le quedó la tristeza de no haber tratado a sus abuelos. A los paternos no los conoció y a los maternos sólo los trató en un par de ocasiones.

De su infancia le venía también su interés por el espacio y por el cielo nocturno. Aunque era creyente, no tenía dudas de que estar solos en el universo sería un tremendo desperdicio. Recordaba el momento en el que, durante la Segunda Guerra Mundial, estaba jugando con sus amigas en la calle y vieron en el cielo de Sabiñánigo lo que llamaron «una espada de fuego» de color rojo intenso que se movía por el cielo. Esto sucedió antes de que la palabra OVNI fuera inventada. Recientemente, le gustaba hablar sobre las respuestas a la paradoja de Fermi. De los años de la guerra mundial recordaba también las marchas alemanas que sonaban en la radio y sus viajes en tren con su madre, en la línea Canfranc-Zaragoza-Madrid. Contaba que coincidían con una señora francesa elegantísima que le fascinaba y con la que su madre charlaba. Años después supo que esta señora trabajaba para los aliados ayudando a judíos a huir del terror nazi.

Aunque era creyente, no tenía dudas de que estar solos en el universo sería un tremendo desperdicio

La discreción era una de las características de Josefina, como lo es y era de buena parte de las personas de su generación. Creció en un país mucho más pobre y desconfiado del que conocemos ahora, con profundas cicatrices consecuencia de la guerra civil. Dicen que lo fundamental de nuestro carácter se forma antes de los seis años. Seguramente de entonces le venía su máxima de que siempre es preferible que te tengan pena a que te tengan envidia. Recuerdo haber escuchado pocas cosas de su adolescencia y juventud, más allá de que su padre era estricto, su madre bondadosa y que no tenía la libertad que tuvieron sus hijas o sus nietas. Sé que tuvo algún novio anterior a su marido, pero lo sé porque me lo contó su nieta recientemente. Josefina contó a su nuera que escondía las cartas que recibía de su primer amor, pero se dio cuenta de que luego eran leídas por una señora que trabajaba en casa de sus padres. Así que dejó en el escondite una nota dirigida a la cotilla indicándole que sabía lo que estaba haciendo y que era una bruja. Nadie volvió a leerle las cartas. Fue al colegio en Francia, estudió magisterio y se sacó el carné de conducir. Era una mujer moderna que se casó muy joven y tuvo cuatro hijas siendo muy joven y un hijo siendo no tan joven. Su marido, un químico zaragozano educado en Italia y Alemania, trece años mayor que ella y que terminó la universidad tras pasar siete años en el ejército durante y después de la Guerra Civil. De su luna de miel se conservan algunas fotos, una de ellas muy bonita en lo alto de la Torre Eiffel. Ella está muy elegante. Su flamante marido también, aunque lleva como solía unas gafas de sol y un pelo con gomina que a los ojos de hoy le dan aspecto de protagonista de película de Scorsese. De eso hace casi 70 años.

Pasó los veinte, los treinta y los cuarenta siendo ama de casa y cuidando de sus hijos y de sus padres. Su marido, que siempre había tenido una salud regular, murió víctima de un cáncer el año en el que ella iba a cumplir 50 años. No fue fácil. Después de una vida en segundo plano, tuvo que echarse las cosas a la espalda. Nunca había tenido un empleo. Empezó a trabajar a una edad en la que la mayor parte de las personas empiezan a pensar en la jubilación. Se hizo comerciante de telas, como su padre. Siguió siéndolo, con ayuda de dos de sus hijas, durante 25 años más. De la muerte de su marido le quedaron algunos recuerdos amargos, como el préstamo leonino de un familiar cuando estaba en un momento de dificultad.

Tras la muerte de su marido, después de una vida en segundo plano, tuvo que echarse las cosas a la espalda: no fue fácil

De sus años de comerciante se acordaba con cariño. Al menos una de sus nietas dio sus primeros pasos en su comercio. Disfrutaba del trato de la gente. Aunque aquello de vivir con la incertidumbre del mes a mes probablemente le ocasionaba angustia. Fueron años de mucho esfuerzo y de pocas vacaciones. Nunca se volvió a casar ni tuvo otra pareja. Supongo que le parecería que no era apropiado. No le faltaron pretendientes. Al cumplir los 60 años volvió a viajar y lo hizo con cierta intensidad, acompañada de amigas o de alguna de sus hijas. Le encantaba andar, así que sus viajes consistían en batir récords de kilómetros caminados. A los 75 era capaz de agotar a su hijo casi 40 años más joven. Su memoria era increíble, nunca fue miope y nunca tuvo una caries. A los 88 años era capaz de recordar una poesía sobre el zoo de Nueva York que aprendió cuando tenía seis. Era inteligente y tenía sentido común. En otro momento y lugar podría haber sido lo que se hubiera propuesto. Pero nació en un país que no era para chicas.

Josefina era en ocasiones temerosa. O, más bien, como les pasa en ocasiones a las personas inteligentes, pensaba en escenarios y ponía el acento en prevenir los desfavorables. Leía con voracidad y sus cinco hijos le deben la afición a la lectura. Tenía buen gusto para las novelas. Cuando murió estaba simultaneando dos. Pero lo que le gustaba de verdad era el cine. Desde que cumplió 80 años, sus familiares y amigos, que eran generalmente mayores que ella, fueron muriendo. Decía que en estos tiempos vivimos demasiado.

Tenía una mano maravillosa para la cocina y para las plantas. Aunque era muy crítica consigo misma, no pierdo la esperanza de ir alguna vez a algún restaurante en el que la comida sepa como la suya. Quiero pensar que fue razonablemente feliz. En estos tiempos en los que parece que vivir significa estar en el escaparate de los demás, no hay entradas de Google que se refieran a ella.

Las personas, y en particular las mujeres, de la generación de mi madre vivieron en sus últimos años de vida en un país mucho más rico, moderno y amable que aquel en el que crecieron. La esperanza de vida el año en el que nació se situaba alrededor de los 50 años y las tasas de pobreza y analfabetismo superaban el 30%. El camino a la prosperidad está empedrado con esfuerzo y sacrificios. Y la generación de mi madre hizo muchos. Sirvan estas líneas de homenaje a ella y a quienes tuvieron vidas como la suya. Sólo a ellos y ellas les parecieron vidas normales.

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