Siglo XXI

Acariciar a quien se fue

El metaverso abre nuevas oportunidades para reducir las brechas geográficas y hasta temporales. Los que se han ido podrían estar mucho más cerca, al menos de forma virtual. Pero ¿hasta que punto se podría seguir hablando de comunicación en este nuevo juego de interlocutores?

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Kohji Asakawa
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08
marzo
2023

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Kohji Asakawa

En la era de la globalización, muchas personas obtienen puestos de trabajo en lugares dispares del mundo, muy alejados de sus raíces, familiares y amigos de toda la vida. Hay quien disfruta de desarrollar su carrera en China, Alemania, Australia o Japón, pero incluso en estos casos, la situación cuenta con claras desventajas.

Son los efectos de un proceso de deslocalización. Si ya a principios del siglo XX se comenzó a teorizar sobre la deslocalización industrial, llegando a la conclusión de que es más lucrativo para una empresa contar con sus fábricas de producción y otros empleos en países pobres para pagar menores salarios –más barato de lo que supondría, incluso, contar con esclavos en el propio país de la empresa en sí; esclavos cuyo alojamiento y manutención serían mucho más caros que pagar el sueldo en otra zona–, hoy muchos trabajadores se desvinculan de la tierra en la que se criaron para deslocalizarse y desarraigarse de su sustrato material. Si la empresa Nike, de identidad norteamericana, cuenta con un cuerpo material de producción en países asiáticos, muchas personas hoy son españolas en términos identitarios pero hacen vida en otras localizaciones; un fenómeno cada vez más prevalente a causa de la globalización y el desarrollo tecnológico generalizado.

Para compensar las carencias que esta situación provoca, las nuevas tecnologías pueden ofrecer soluciones simuladas, quizá alienantes. La empresa Emerge, del español Isaac Castro, trabaja en la creación de una realidad virtual en la que las personas puedan interactuar a distancia con seres queridos por vía de un metaverso que permita sentir el tacto a distancia. La idea consistiría no solo en hablar con personas estimadas por vía telemática (como en Skype o Zoom), sino en abrazarlas y acariciarlas.

La creación de vínculos con seres imaginarios, sin conciencia, ni tacto, no es más que una ensoñación que operaría a modo de engaño

De este modo, el metaverso cumple aquella función que le es dada: la de ejercer a modo de simulación y ofrecer un sucedáneo de la experiencia real. El proyecto de Isaac Castro puede ser valioso, siempre y cuando no tendamos a preferir la simulación a la experiencia real, que es aquello con lo que a menudo nos topamos: anteponer la simulación o representación mental al hecho objetivo o material. En la era en la que vivimos, poblada de imágenes digitales y metaversos, es posible que muchos –particularmente los jóvenes– tiendan a otorgar preponderancia a la representación frente al mundo del referente material; algo que ocurre desde hace mucho en la filosofía llamada posmoderna. Y, por supuesto, tocar a una persona de veras siempre es mejor que hacerlo en el metaverso.

El proyecto de Castro podría rizar el rizo y tratar de restablecer los lazos y el tacto entre personas vivas y familiares fallecidos, de nuevo por vía de un metaverso. Sin duda, la posibilidad estaría ahí. Aun así, en este caso no se trataría de una comunicación genuina entre dos personas por medio del metaverso, sino de una «comunicación» en una sola dirección. Solo uno de ambos supuestos sujetos estaría acariciando al otro. El otro estaría muerto, naturalmente. Lo cierto es que el aspecto más placentero de la comunicación entre dos o varias personas es la participación activa de ambas; el placer que genera el sentir compartido. Lo verdaderamente real es ese sentir con el otro, no el verse estimulado por un holograma o ente de ficción.

Así pues, tales metaversos pueden ser de lo más legítimos siempre y cuando establezcan comunicaciones entre dos o más sujetos, por muy artificial y falso que sea el tacto y las caricias establecidas. Pero la creación de vínculos con seres imaginarios, sin conciencia, ni tacto, no es más que una ensoñación que operaría a modo de engaño y estafa emocional. Y esto no es una opinión sino un dato objetivo: cuando nos comunicamos con un ser imaginario, en última instancia no existe comunicación alguna. Pues la palabra comunicación proviene del latín communicatio, que es la «acción y efecto de transmitir y recibir un mensaje». Y para transmitir un mensaje es siempre estrictamente necesario contar con un sujeto receptor, no con una simple imagen o representación digital.

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