Internacional
De carnívoros, herbívoros y otros animales políticos
Según afirmaba en octubre Josep Borrell, la Unión Europea no puede ser «un herbívoro en un mundo de carnívoros». A pesar de la fuerza de sus palabras, puede que ya no sea el tiempo de ser agresivos, sino el momento idóneo para empezar a colaborar.
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El pasado mes de octubre, Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, realizó unas declaraciones en las que afirmaba que la Unión Europea no podía ser «un herbívoro en un mundo de carnívoros», haciendo alusión a la necesidad de que la UE adquiriera una mayor autonomía política y militar en el contexto mundial.
Aunque la imagen utilizada por Borrell impacta por su carácter gráfico, el trasfondo no es nuevo. Ya en septiembre de 2021, cinco meses antes de la invasión de Ucrania, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, había expresado el mismo deseo: que la Unión Europea también caminara hacia una mayor unidad en materia de Defensa y adquiera una mayor autonomía estratégica. La presencia de la OTAN en Ucrania antes de que se produjera la invasión rusa era, quizás, un signo del deseo de una mayor reafirmación política de algunos países de Europa, así como su fuerte reacción frente a dicha invasión, sobre todo en términos económicos y políticos (y en menor medida, militares).
Hoy, un año después del discurso de la presidenta de la Comisión Europea y diez meses después de la invasión de Ucrania, la Unión Europa no parece tener más «autonomía estratégica», sino menos: es más dependiente política, económica y militarmente. Políticamente, la alineación con Estados Unidos ha aumentado aún más, y mientras que en términos de lucha contra el cambio climático las últimas medidas legislativas del país le han devuelto un cierto protagonismo en esta materia, la posición de la UE ha perdido su perfil propio, especialmente ahora que se ve obligada a buscar nuevas fuentes de suministro para sus combustibles fósiles y otras fuentes de energía no renovables. Económicamente, el daño es palmario, con menores tasas de crecimiento económico, pérdida de competitividad y mayor inflación que Estados Unidos, datos que se manifiestan en el significativo peor comportamiento de sus mercados bursátiles y financieros. Militarmente, la Unión Europea también está comprobando su retraso en la industria armamentística global y en la necesidad de adquirir tecnología de otros países.
Diez meses después de la invasión de Ucrania, la UE no parece tener más autonomía estratégica: es más dependiente política, económica y militarmente
Pese a todo lo anterior, describir la UE como un herbívoro en un mundo de carnívoros no es totalmente exacto. Ciertamente, no recurre a la amenaza militar como otros países, pero la proliferación de medidas de corte económico, sea en forma de sanciones o ayudas (por ejemplo, para evitar la inmigración de terceros países), es una manifestación de fuerza. Además, la Unión Europea –y Occidente en su conjunto– es un actor agresivo en términos de agenda cultural y promoción de determinados derechos individuales, gracias a su posición de dominio en muchos organismos internacionales y medios de comunicación global.
No obstante, el mundo está girando significativamente y los últimos acontecimientos están acelerando la velocidad de los cambios. A las muchas heridas históricas se suma la escasa generosidad de Occidente con el Tercer Mundo en relación con las vacunas contra la covid-19, así como los crecientes y graves efectos del cambio climático sobre los países que menos han contaminado. Factores que contribuirán a seguir enrareciendo el clima político y el concierto internacional. La conclusión es obvia. En este contexto, ¿lo mejor es convertirnos en un animal más carnívoro? De hecho, ¿hay lugar en la cadena trófica para un nuevo carnívoro de tamaño más pequeño y supeditado a uno o varios carnívoros más grandes?
Hagámonos la siguiente pregunta: en el fondo, y siendo conscientes de la hipercomplejidad, ¿no es tiempo de dejar también en política un lenguaje y unas acciones de carácter más machistas y dar lugar a un nuevo ecosistema en el que la identificación no sea con los animales, sino con las plantas? Es decir, ¿por qué no sustituimos el discurso y la práctica del dominio –de un tipo o de otro– por un lenguaje que hable de cooperación y convivencia, aun con plantas de distintas especies? Irónicamente, solo conseguiremos luchar contra el cambio climático si todos los animales políticos –herbívoros o no– se transforman en seres vivos del reino vegetal: estos son los únicos seres vivos que fijan el CO2 de la atmósfera. Convendría que utilizáramos un lenguaje que nos reconoce como colaboradores, no como rivales.
Alberto Núñez es profesor del departamento de Dirección General y Estrategia de Esade.
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