Siglo XXI

La España solidaria que puede salvar Europa (y a las personas migrantes)

Un estudio del ECFR explora cómo la experiencia migratoria española podría delinear las políticas europeas para que sean solidarias y pongan fin a la crisis humanitaria vivida en el Mediterráneo.

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Mstyslav Chernov
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10
septiembre
2019

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Mstyslav Chernov

España es un país de emigración. Siempre lo ha sido. O, al menos, así lo refleja nuestra historia reciente. Mucho antes de que la crisis precipitase una «fuga de cerebros», Latinoamérica y Europa ya habían sido los destinos elegidos por aquellos españoles que decían adiós a sus familias durante el franquismo o durante la Guerra Civil, incluso antes. El siglo XX se caracterizó por ver a más familiares partir que a desconocidos llegar. El Efecto 2000 ni colapsó los mercados ni destruyó la tecnología del planeta, sin embargo, produjo un efecto nuevo en una España que, poco a poco, empezó a convertirse en país de acogida más que de despedida, donde se daba la bienvenida a los migrantes que llegaban a sus fronteras en busca de una vida mejor.

Shoshana Fine y José Ignacio Torreblanca, investigadores del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), exploran en su informe Juegos fronterizos: ¿Ha encontrado España la respuesta al desafío populista en la cuestión migratoria? la experiencia española en cuestión migratoria y cómo esta podría ayudar al resto del continente a superar la encrucijada política y humanitaria en la que se encuentra con la crisis del Mediterráneo. Los expertos analizan la labor de España como país de llegada que, durante la primera década del nuevo siglo, acogió a alrededor de 500.000 personas. Así, pasó a ser el segundo país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que recibía en términos absolutos a más migrantes, solo por detrás de Estados Unidos. En general, según el informe, la experiencia migratoria en España ha tenido siempre un impacto positivo tanto a nivel económico como social, «dándose niveles notables de integración socioeconómica por parte de la población migrante», como demuestra, por ejemplo, que el número de hijos de extranjeros nacidos en suelo español ascendió de 1,5 millones en 2000 a 6,5 millones en 2009. Los autores del texto aseguran que, el año pasado, dos tercios de los españoles expresaban una actitud positiva hacia las personas migrantes y solicitantes de asilo, aunque esta valoración se viese resentida en 2006 con la crisis de los cayucos y con la politización de la actual crisis de refugiados y migrantes.

En 2018, dos tercios de los españoles expresaban una actitud positiva hacia los migrantes y solicitantes de asilo

El informe –resultado de conversaciones con actores clave de la política española y europea, del ámbito académico, organizaciones internacionales, ONG y medios de comunicación– recoge los puntos fuertes de la experiencia española y ofrece unas recomendaciones para que la Unión Europea y sus estados miembro puedan aprender de ella y formular nuevas maneras de entender las migraciones dejando atrás lo que los Fine y Torreblanca llaman «ansiedad ante la invasión» que en los últimos años ha calado en la opinión pública –a pesar de que las llegadas a territorio español han caído a niveles previos a 2014–. El desafío de España radica en lograr acuerdos con otros países para que las políticas migratorias se moldeen desde la solidaridad y la ética y no desde la idea de invasión o de la migración como un problema que hay que resolver o al que hay que poner freno.

A pesar de la incursión política de Vox –que se presenta como el principal partido antinmigración español– y las imágenes que retratan una invasión y saltos masivos a las vallas de Ceuta y Melilla en los medios, la oposición ciudadana a la inmigración es menor en España que en la mayoría de países europeos. Al menos así lo demuestra una encuesta realizada este año por ECFR –e incluida en el informe– que afirma que la ciudadanía española está más preocupada por el empleo que por la cuestión migratoria. Para que esta respuesta sea la norma en toda la Unión –y no la excepción– y no cambie en España con los discursos incendiarios de algunos partidos políticos, es crucial que Europa desarrolle un nuevo entender (común) de las políticas migratorias, según Fine y Torreblanca, ya que, en la actualidad, se encuentra muy lejos de ser capaz de germinar un plan de gobernanza eficaz que aborde estos temas en un futuro cercano. Hasta la fecha, la UE ha fallado estrepitosamente a la hora de ofrecer rutas seguras y legales o visados humanitarios y salvar vidas en el Mediterráneo.

La ciudadanía española está más preocupada por el empleo que por la inmigración

Para cambiar la manera de hacer en Europa, los autores del informe proponen una serie de recomendaciones dirigidas a los estados miembro que se pueden resumir en tres principios básicos: apostar por la cooperación más que por delegar los problemas y las decisiones en otros, teniendo en cuenta que cuando una persona entra a la Unión Europea llega, indirectamente, a todos los países; fomentar un enfoque proactivo frente a uno reactivo a la hora de crear políticas migratorias sostenibles e informadas que resulten beneficiosas a largo plazo, ya que la ayuda (o rescate) humanitaria suele traducirse en un incremento de la población joven en sociedades envejecidas; y buscar un consenso –esencia de la UE– en vez de optar por la coacción como ha venido ocurriendo, por ejemplo, con la Italia de Salvini.

Las migraciones son un fenómeno complejo que se produce como consecuencia directa de la globalización. Por eso, el informe de ECFR es contundente en sus recomendaciones: en un mundo globalizado e hiperconectado, una unión económica y política como la europea no puede mirar hacia otro lado y funcionar sin cohesión en política migratoria. La única manera de frenar la emergencia humanitaria que se vive en el Mediterráneo es tomando las riendas de la gobernanza en Europa y proponiendo políticas comunes basadas en la solidaridad que no estén marcadas por los discursos populistas.

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