Siglo XXI

«Moralizar la política es una forma de negar el pluralismo»

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28
noviembre
2022

Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) cree que una regla –que él aceptaría denominar «ley Gascón»– condensa el actual momento político español: «toda sátira es profecía». Expresaría la facilidad con la que las parodias de la realidad resultan hoy premonitorias como consecuencia de la tendencia a la exageración de una parte de los políticos y creadores de opinión del país. Un fenómeno que el autor de ‘Un hipster en la España vacía’ (Random House), traductor, responsable de la edición española de ‘Letras Libres’ y colaborador en varios medios considera suficientemente acreditado en múltiples ámbitos del debate político, desde la «ley del solo sí es sí» hasta la discusión sobre el castellano en las aulas catalanas. Su último libro, ‘Fake news. Cómo acabar con la política española’ (Debate), es un híbrido de viñetas y pequeñas historias ficticias en tono humorístico cuyo título responde a los relatos con los que caricaturiza el estado de las cosas en España. Una crónica política en otro género.


¿Qué quieres describir exactamente cuando dices que toda sátira es profecía?

Es una idea con la que me he encontrado escribiendo desde puntos de vista satíricos. A veces escribo de este modo para intentar, por una parte, distanciarme de mí mismo y, por otra, para esencializar un conflicto hasta acabar disparatándolo. Y he acabado percibiendo que lo que en un primer momento había pensado como algo literario o expresionista, al final se cumple. De ahí la idea de profecía. Aunque también soy consciente de que los autores vemos cosas en la realidad porque previamente las hemos reflexionado. Se trataba, en todo caso, de poner de manifiesto que por muy loco que sea algo que escribas, incluso los absurdos más surrealistas pueden acabar sucediendo.

¿Cuáles de esas ideas disparatadas que han pasado a conformar la realidad te parecen políticamente más inadmisibles?

Asumir que el otro no tiene buenas intenciones. Esa moralización de la política es insostenible y lleva a menospreciar aspectos técnicos y a negar el pluralismo porque asumes que el otro está fuera del discurso posible. Creo que es algo que han traído los extremos, primero Podemos y luego Vox, y que, por desgracia, está permeando. El otro día veíamos a Pedro Sánchez esgrimir un ejemplar del periódico El Mundo en el Senado [como supuesta prueba de la falta de autonomía política de la oposición]. ¿Es esto propio de un dirigente de una democracia moderna? En realidad, es esa moralización que refuerza lo más sectario y que considera el pluralismo como algo que debe limitarse a los que piensan parecido. Pero eso no es pluralismo.

«A veces olvidamos que existen grandes acuerdos de los que nunca se habla y no somos conscientes»

¿Qué explica esta tendencia a la exageración?

Las razones que se nos ocurren rápidamente, empezando por el uso que se hace de las redes sociales. También el debilitamiento de algunos valores vinculados a la comunidad. Es algo que ha reforzado la identidad política, en buena medida porque a veces olvidamos que existen grandes acuerdos de los que nunca se habla y no somos conscientes de que discutimos con mucha intensidad de desacuerdos relativamente pequeños. Nadie cree, por ejemplo, que no deba haber una sanidad pública.

¿Es este gusto por la hipérbole una forma de extender bulos (y de ahí el título del libro)?

Ha habido un poco de confusión con el título. En realidad, en el libro no se debate, al menos no de forma directa, sobre la posverdad; lo de fake news viene de que los textos que lo componen son, precisamente, noticias falsas. Es un juego en el que en todo momento se advierte, claro, que estoy haciendo ficción. El título quiere manifestar exclusivamente eso.

No obstante, sería interesante discutir en qué medida es aplicable el término bulo a los argumentos políticos que combate el libro. En los últimos años, el debate sobre las fake news ha estado vinculado a grandes campañas de intoxicación, a menudo de origen extranjero, y mucha gente piensa que retorcer las razones del adversario es lo propio de la política. Hay quien argumentaría que, por todo ello, no cabe aplicar el término bulo a lo que se escucha en la tribuna del Parlamento o se lee en algunos titulares. ¿Qué piensas de ese argumento?

Seguramente es propio de la retórica política retorcer y hasta caricaturizar el argumento del rival, pero a veces interviene también un elemento de espectacularización que convierte esa acción en otra cosa. Y debería extrañarnos porque no necesariamente tiene que ser así: la política podría asumir un registro más analítico donde no contara tanto vencer como llegar a una posición mejor. En cuanto a si esta espectacularización es origen o no de bulos, seguramente establecería gradaciones: no es lo mismo el PizzaGate [la teoría conspirativa según la cual el Partido Demócrata estadounidense dirigía una red de tráfico de personas y abuso sexual infantil y que favoreció la victoria de Trump en 2016] que alguien que distorsiona ligeramente la posición del otro. Pero hay que tener en cuenta que esta intoxicación también acaba infiltrándose en las disposiciones legales. Un ejemplo son los bebés robados durante el franquismo: hasta ahora no hemos sabido más que de algunos casos, pero en la proposición de ley que tramita el Congreso se establece que hubo una trama del régimen.

«El hartazgo puede contribuir a atenuar la polarización: además, la crisis y las dificultades económicas obligan a cambiar la conversación»

Pero eso ocurre en casi todos los países occidentales y el libro, sin embargo, está escrito en clave española.

En España las particularidades hay que buscarlas en que la izquierda solo puede gobernar apoyándose en grupos políticos que quieren desmantelar el Estado y en que tanto el impulso reformista del 15M como los partidos que surgieron de él [Podemos y Ciudadanos] han perdido fuelle y, en consecuencia, hemos vuelto a aceptar que las instituciones son del partido que está en el poder. También hay otro elemento que nos diferencia: los jóvenes españoles tienen más dificultades que los de otros países occidentales y los intentos de renovación dirigidos a ellos no han dado resultado. Por no hablar del problema demográfico, que aquí es más grave que en otras partes y dificulta la sostenibilidad del estado de bienestar. Las actitudes políticas se construyen sobre todas estas particularidades que actúan de fondo.

¿Qué consecuencias traerán estas actitudes?

La principal es una mayor degradación institucional, entre otras razones porque cada vez aceptamos más la colonización de las instituciones por parte de los partidos, pese a que hace no tanto veíamos lo contrario como una virtud: Rodríguez Zapatero, por ejemplo, decidió que RTVE siguiera un modelo de prestigio no partidista, pero ese enfoque no tuvo continuidad. Y una segunda consecuencia es que se está potenciando la desconexión entre los ciudadanos, por un lado, y los políticos y los periodistas, por el otro. Es evidente que la politización y el sectarismo antes gustaban, pero ahora están empezando a producir fatiga. Esto puede parecer una buena noticia porque anticipa el fin de la marrullería, pero no lo es, porque la falta de interés ciudadano no favorece la higiene institucional.

Señalas que el caldo de cultivo de esta forma de hacer política es la polarización, pero este es un concepto complejo. En España, ¿dónde se hace más evidente?

El principal ámbito donde se sigue dando es en Cataluña. Además, pasa algo curioso: hace unos años, cuando el independentismo pensaba que iba ganando, según este movimiento no había ninguna fractura [civil], pero ahora que parece que no le va tan bien sus dirigentes celebran que se apacigüen los ánimos. Y también hay una creciente polarización entre izquierda y derecha que, con todo, no es tan grave como en otros países. El politólogo Mark Lilla me decía el otro día que en Estados Unidos hay lugares en los que la sociedad vive en dos realidades diferentes, porque una parte consume unas noticias y otra parte, otras. Aquí todavía vivimos en la misma realidad y no en dos, que es a lo que conduce una polarización más fuerte.

¿Qué curso crees que va a seguir esta polarización?

Soy optimista y creo que el hartazgo puede contribuir a atenuar ese sentimiento. Además, la crisis y las dificultades económicas obligan a cambiar la conversación. No obstante, la máquina de la polarización funciona muy bien y entronca con una parte de nuestros instintos más primarios. Digo en el libro que no existe el pensamiento, sino el posicionamiento, y con ello me refiero a que cuando no sabemos qué pensar, en demasiadas ocasiones lo que nos acaba convenciendo es dónde se ubican los nuestros.

«La ‘ley de solo sí es sí’ tiene una parte de buenas intenciones, pero también una parte de mentira cuando afirma que en España las mujeres están en peligro»

Uno de los temas que más tratas es precisamente el problema catalán. ¿Qué perspectivas le ves?

Ahora mismo conviven dos frustraciones: la de los independentistas, que no han conseguido su objetivo, y la de los no independentistas, que en un primer momento pensaron en intentar obligar al catalanismo a replantearse ciertas posiciones (porque indefectiblemente llevaban a hechos como los de 2017), pero han abandonado ese objetivo. Me parece que lo que define la actualidad es un intento de volver a un tiempo anterior al procés que abre la posibilidad a que, en las condiciones adecuadas, el independentismo abandone la contención que ahora exhibe.

Otro tema del que escribes a menudo y que está presente en el libro es la «ley del solo sí es sí». ¿Qué te llama la atención de su aplicación y de las reacciones políticas que está generando?

Hay una parte de buenas intenciones, de intentar proteger, pero también una parte de mentira, que se expresa cuando se afirma que en España las mujeres están en peligro, que el consentimiento no ha estado en el centro hasta la llegada de esta ley o que la judicatura es machista. Ya en el origen de la ley había muchas falsedades. Se asumía que cambiando el nombre [calificando los abusos como agresiones] se solucionaba el problema. Pero para cualquiera que lo analizara mínimamente era evidente que no bastaba la indignación semántica. Y a todo ello se ha sumado la mezcla de ignorancia y arrogancia con que se ha redactado la ley. Me parece que el Gobierno podría haber defendido desde un primer momento que se trataba de proteger mejor y no necesariamente de condenas más largas. El problema era que su propaganda había enfatizado en todo momento lo contrario.

«Es evidente que la politización y el sectarismo antes gustaban, pero ahora están empezando a producir fatiga»

En una de las últimas viñetas que has publicado en tus redes sociales, un hombre, que podría ser el director o el jefe de opinión de un medio, ofuscado por la influencia que tiene otra cabecera, le dice a sus subordinados: «En nuestro próximo editorial denunciaremos que hayan cedido a la presión de los medios». He recordado la viñeta en tu mención al cinismo en el libro. ¿Hay muchos cínicos entre los creadores de opinión españoles?

Sí. Además, en muchos casos no se trata de hipocresía, que para mí, como dijo Francisco de La Rochefoucauld, es una especie de tributo del vicio a la virtud que finge respetar las costumbres porque las considera buenas y que, por eso mismo, implica cierto decoro. El cinismo es diferente: es un descaro o cuajo en la mentira que, además, en los peores casos es invisible para uno mismo y lleva a justificar en cualquier situación a quienes uno percibe como de su grupo. Me parece que está muy extendido y es importante desautomatizarlo, pero sin convertirnos en apóstoles de la ecuanimidad, porque esa actitud es una pose.

En el prólogo dices que puedes ser un poco «exagerado» con estos textos. Que el libro se lea como una parodia, ¿le añade fuerza?

Es evidente que es un libro paródico: no hace una descripción de la realidad, sino que parte de la realidad para hacer algo disparatado. Aunque puedo decir que hay en él parodias que la realidad ha superado. Esto ocurre en casi todas las ficciones: a menudo lo real nos ofrece historias aún más rocambolescas que las que imaginamos. En mi caso, mi objetivo ha sido más limitado, tratando de describir cosas muy generales y, sobre todo, de hacer reír a un puñado de amigos desconocidos.

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