Cultura

Neil Young sigue galopando (y no solo en la música)

Última leyenda del ‘rock’, el cantante estadounidense, excomponente de la mítica banda de los ‘Crazy Horse’, es un artista superlativo, un creador de canciones que durante su carrera ha demostrado un alto compromiso medioambiental y social.

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19
mayo
2022

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Neil Young. Última leyenda del rock, activista medioambiental, cantautor folk comprometido socialmente, defensor de causas perdidas, multimillonario caprichoso. Todas esas definiciones contarían una parte de verdad sobre Neil Percival Young (Toronto, 1945). Y es que podríamos escoger cientos de motivos para hablar de él. Si hablamos de su última batalla contra Spotify por su rechazo a compartir espacio con un podcast antivacunas, que le llevó a retirar su música de la plataforma, es importante recorrer el largo historial de Young contra las multinacionales.

Lo hizo primero contra Monsanto y Starbucks por el uso de alimentos genéticamente modificados. También contra su propia discográfica, Geffen, que llegó a demandarlo por autosabotearse y hacer «música no representativa y deliberadamente no comercial» grabando locuras a contracorriente como Trans, un disco donde superpuso a escondidas sintetizadores sobre todas las pistas de acompañamiento, cuando la compañía le solicitaba repetir las viejas fórmulas de éxito. Incluso se enfrentó al mismísimo Donald Trump, a quien llegó a demandar por el uso de sus canciones en campaña electoral.

Si nos centramos en su música, podemos entender el ritmo de su capacidad artística recordando unos años de vértigo y milagro. En 1966 publica Buffalo Springfield, primer disco de la banda del mismo nombre, donde coincide con su amigo y compañero Stephen Stills. Después, Neil Young, su primer álbum en solitario. En 1969, Everybody Knows This Is Nowhere, primer disco con Crazy Horse. Finalmente, en 1972 publica Harvest, para muchos su mejor obra.

Su última batalla fue contra Spotify cuando rechazó compartir espacio con un ‘podcast’ antivacunas y retiró su música de la plataforma

Pero hay una anécdota que define a la perfección el alma creadora de Neil Young. En 1969, enfermo en la cama y con más de 40 grados de fiebre que le hacían delirar, se levantó y compuso tres canciones seguidas: Cinnamon Girl, Down By the River y Cowgirl in the Sand. Fueron la semilla del sonido grueso y crudo de los Crazy Horse, su banda mítica con quien sigue grabando más de 50 años después. Ese mismo día se podía haber retirado ya millonario. Desde entonces ha grabado mas de 50 discos, casi siempre acompañado por una fiel compañera: su guitarra principal, una Gibson Les Paul de 1953 llamada Old Black, vieja y desvencijada, pero con la que es capaz de invocar tempestades.

Mas allá de la música, Young ha experimentado otros caminos rodando varias películas y documentales bajo el seudónimo de Bernard Shakey. Y ha escrito sus memorias, El sueño de un hippie, dedicadas a su hijo Ben, afectado por una parálisis cerebral severa y con el que tiene una especial conexión.

Durante su carrera ha demostrado su compromiso medioambiental y social en muchas ocasiones, pero hay dos causas en las que se ha implicado especialmente. Por un lado, FarmAid, un festival benéfico para población rural norteamericana del que fue cofundador en 1985 y, por otro, Bridge School, una oenegé dedicada a la atención de niños y niñas con discapacidad severa que Neil y su entonces esposa, Pegi Young, fundaron tras el nacimiento de su hijo Ben, organizando un festival benéfico anual para dotarla de fondos.

El cantante fundó en 1985 ‘FarmAid’, un festival benéfico para la población rural norteamericana

Ese compromiso, sin embargo, no evitó que vendiera el 80% de sus derechos a un fondo de inversión por la 150 millones de dólares (reservándose el derecho a vetar el uso en publicidad o campañas políticas). Y es que Young tampoco es un santo (¿quién lo es?). Podemos recordar su dudoso comportamiento al expulsar de la gira de Harvest a su compañero de banda Danny Whitten, quien murió por sobredosis esa misma noche. O la ocasión donde anuló por telegrama una gira prevista con Stephen Stills diciendo: «Querido Stephen, es curioso cómo algunas cosas que comienzan espontáneamente terminan así. Cómete un melocotón. Neil». Además, su actuación en la grabación de The last waltz obligó a Martin Scorsese a retocar la película para tapar los evidentes restos de cocaína con los que salió al escenario. Y algunas de sus letras no han envejecido muy bien si se miran desde la perspectiva de género.

Para entender cómo funciona la peculiar mente de Neil Young, que pasa la mayor parte del tiempo recluido en su rancho, deberíamos repasar algunas de sus aficiones, como su gigante colección de coches de época que incluso le llevó a intentar crear un motor que funcionara con combustible ecológico; o su fijación con la calidad del sonido que inspiró Pono, un reproductor que fue un absoluto fracaso. Pero sin duda, el mejor ejemplo es su obsesiva dedicación a los trenes en miniatura. Para hacernos una idea, cuando David Crosby vio su colección, le dijo a Graham Nash: «este tipo esta como una puta cabra, se ha vuelto majara».

Pero por encima de sus polémicas, de sus cruzadas quijotescas, de su activismo social y medioambiental y de sus (múltiples) obsesiones, Neil Young es un artista superlativo, un creador de canciones míticas que ya son parte de la historia del rock, capaz de pasar del susurro de Old Men a desatar la tormenta eléctrica de Hey Hey, My My, y que nos demuestra que, a sus 76 años, el Caballo Loco sigue galopando. Y es que como él mismo dijo: «Cuando me retire la gente lo sabrá, porque habré muerto».


Pedro Vázquez es director técnico de la Fundación Doña María.

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