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Lydie Salvayre

«Ser definido por el propio trabajo es una reducción aterradora»

Artículo

Fotografía original

Franck Prat
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23
octubre
2025

Artículo

Fotografía original

Franck Prat

El síndrome de la vida ocupada. De tantos quehaceres y pendientes no queda ni un minuto para pensar(nos) ni cuestionar(nos). La ocupación total como anestesia y como cortina de humo. Los domingos solo como la antesala de la rutina y la ansiedad. La escritora francesa Lydie Salvayre (Autainville, 1948), ganadora del Premio Goncourt en 2014, plantea en ‘¡Nos gustan los domingos!’ (Desvelo) una suerte de libro-manifiesto en el que, desde la literatura, la filosofía y la poesía, hace una apología de la pereza y una «maldición de los apologistas-del-trabajo-de-los-demás».


Cuando se habla sobre el derecho a la pereza, al descanso y al tiempo libre, constantemente el primer calificativo que salta es el de utópico: «Todo eso suena muy bien pero es una utopía». Sin embargo, usted dice que ese calificativo –«utópico»– es un honor y que a usted le encantaría ser «acusada de ese tipo de insolencia». ¿Por qué?

Para muchos filósofos y economistas, el derecho a la pereza está lejos de ser una utopía. Pienso particularmente en Bertrand Russell, gran filósofo y matemático inglés que, en su libro Elogio de la ociosidad, publicado en 1932, ya afirmaba que los métodos de producción modernos nos daban la posibilidad de trabajar solo cuatro horas al día, a condición de repartir el trabajo de manera equitativa. Esta idea es retomada hoy en día por numerosos economistas e investigadores en ciencias sociales (entre ellos está, por ejemplo, la filósofa y socióloga Dominique Méda en Francia), que consideran absurdo que algunos trabajen en exceso mientras otros sufren por estar desempleados. Por lo tanto, según ellos, se trata de recrear un sistema basado en la solidaridad, el reparto y la toma de decisiones colectivas. Pero sus propuestas se topan con la sordera de aquellos que, por razones ideológicas, tienen interés en que nada cambie, a quienes yo llamo maliciosamente los «apologistas-del-trabajo-de-los-demás».

«Ocuparse es una forma eficaz de no enfrentarse a la idea de la propia finitud»

Contrariamente al título del libro, hay mucha gente a la que no le gustan los domingos, personas que dicen que les agobia sobre todo ese momento del domingo alrededor de las 6 o 7 de la tarde. ¿Por qué cree que hay gente que le tiene tanto miedo al aburrimiento? 

Trabajar, mantenerse ocupado de alguna manera o dedicarse a diversas actividades de ocio, que constituyen lo que algunos pensadores denominan «el gran mercado del consuelo» (talleres de acuarela, de improvisación poética, de lectura, de zumba, de cocina vegana, de maquillaje, de costura, de bricolaje y decoración… tantas distracciones aún más esclavizantes que el trabajo del que son la continuación impensada, ya que nos embriagan con la ilusión de ser libres y elegidas voluntariamente), no son más que medios que nos permiten evitar la idea de nuestra propia finitud. Blaise Pascal lo expresó mejor que nadie al desarrollar esta idea del entretenimiento concebido precisamente para evitar que pensemos que somos mortales.

Un «tiempo muerto» que nos enfrenta a nuestra propia mortalidad.

Es que cuando pasamos gran parte de nuestra vida trabajando, ese tiempo libre de trabajo, al que llamamos «muerto», puede dar miedo. Pero, ¿muerto para qué está ese tiempo? ¿Muerto para la producción? ¿Para la rentabilidad? ¿Para el rendimiento? La paradoja es que ese tiempo que llamamos muerto es precisamente un tiempo vivo, un tiempo que anima y enriquece la vida, un tiempo libre, un tiempo beneficioso, un tiempo voluptuoso, un tiempo dedicado al pensamiento, a la meditación, a la creación, a la admiración, al amor, a la fiesta, al conocimiento de uno mismo y de los demás, al cuidado de uno mismo y de los demás… En definitiva, un tiempo destinado a habitar el mundo y «aprovechar el día», como nos exhortaba un tal Horacio.

Justamente, yo creo que una de las grandes paradojas de la vida actual es que nos agotamos entreteniéndonos como una forma de conjurar el vacío. Creemos que descansamos pero en realidad solo nos atiborramos de distracciones. Por usar sus palabras, nos «embriagamos» con ellas para tener la «ilusión de ser libres». ¿Cómo lograr la «paz esencial» de la que hablaba Paul Valéry?

No sabría responderte mejor que citando –perezosamente– al propio Valéry: «Perdemos esa paz esencial de las profundidades del ser, esa ausencia sin precio, durante la cual los elementos más delicados de la vida se refrescan y se reconfortan, durante la cual el ser, en cierto modo, se lava del pasado y del futuro, de la conciencia presente, de las obligaciones pendientes y de las expectativas emboscadas… Sin preocupaciones, sin mañana, sin presión interior; sino una especie de descanso en la ausencia, un vacío beneficioso que devuelve al espíritu su propia libertad… Pero he aquí que el rigor, la tensión y la precipitación de nuestra existencia moderna vienen a perturbarlo».

«La pereza permite que el pensamiento se tome su tiempo»

La propia pereza, como espacio de pausa, es también un espacio para la reflexión. Desde su punto de vista, ¿cómo se relacionan pereza y pensamiento? Hannah Arendt decía que «no existen los pensamientos peligrosos por la sencilla razón de que el pensamiento en sí mismo es ya una empresa peligrosa»…

Sí, la pereza permite que el pensamiento se desarrolle, divague, se tome su tiempo. Pero el pensamiento, como recuerdas con esa frase de Hannah Arendt, es peligroso. Es capaz de cuestionar un sistema determinado y de atacar un valor determinado que se considera inexpugnable. Por eso Nietzsche afirmaba en Aurora que el trabajo –que precisamente, por su automatismo y repetición, impedía el pensamiento– constituía el mejor control social de masas. Así como la mejor policía.

Usted reivindica una «pereza decidida», «resuelta». ¿Cómo se ve este tipo de pereza? ¿Qué abarca y qué no?

Hago una diferencia radical entre la pereza decidida, es decir, aquella que ha decidido resistirse a los imperativos de la sociedad mercantil, y lo que vulgarmente se denomina pereza, flojera, aburrimiento, postración, melancolía, indiferencia… Tantos estados con los que se finge confundirla y que no son más que pura pasividad, puro síntoma de agotamiento, pura ausencia de deseo.

«Hago una diferencia radical entre la pereza decidida y lo que vulgarmente se denomina flojera»

En esa misma línea, ¿cuál es la diferencia que marca entre el «trabajo-paciencia» y el «trabajo-servidumbre»?

El trabajo-paciencia es ese trabajo que hay que realizar (a la espera de que la inteligencia artificial lo sustituya, pero eso aún no va a ser mañana) para satisfacer razonablemente nuestras necesidades. Y digo para satisfacer razonablemente nuestras necesidades, no para acumular, acumular y acumular mercancías sin fin. En cuanto al trabajo-servidumbre o trabajo alienado, es aquel al que se nos obliga (recordemos a Charlie Chaplin en Tiempos modernos), aquel al que somos ajenos, aquel del que no somos dueños en absoluto, aquel decidido por otros y desprovisto de sentido, ya que solo beneficia a otros.

En su apología de los domingos perezosos, hace también un elogio de la literatura, de la poesía. Dice: «Los buenos y verdaderos lectores son muy a menudo, y casi siempre, empedernidos perezosos». ¿Por qué?

La lectura implica evidentemente un tiempo no temporal, un tiempo libremente elegido, un tiempo de vacaciones interiores durante el cual la imaginación y el pensamiento pueden descansar, vagar, perderse deliciosamente, echarse a correr de repente.

«Esforzarse, agotarse y desgastarse para ganarse la vida equivale básicamente a perderla»

¿Cree que debemos desterrar de las conversaciones el acostumbrado «a qué te dedicas» entendido siempre como «de qué trabajas» o «cómo te ganas la vida»? Ya la propia expresión «ganarse la vida» es problemática: como si quien no trabaja estuviera «perdiéndosela»…

La influencia del valor del trabajo ha llegado hoy en día a ser tal que ha acabado por definirnos. Pero ser definido por el propio trabajo es una reducción aterradora. Ciertamente, somos quien ejerce esta o aquella actividad, pero también somos la amiga, el amante, la artista, el padre, quien celebra, quien hace campaña, quien explora, quien cuida del jardín, quien repara, quien canta, quien baila y quién sabe qué más. Somos todos una multitud, como dijeron los filósofos Deleuze y Guattari. Y en cuanto a la expresión «ganarse la vida», ya se ha vuelto un lugar común decir que esforzarse, agotarse y desgastarse para ganarla equivale básicamente a perderla.

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