Nunca estamos solos con nuestra soledad
Disfrutar de nuestra soledad no es lo mismo que sentirnos solos: mientras la primera es una opción elegida con consciencia, la soledad no deseada provoca importantes problemas en el bienestar físico y emocional. En este contexto, la crisis del coronavirus ha aumentado sensación, pero el problema está lejos de ser nuevo.
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Vivimos en un mundo hiperconectado donde la población se siente cada vez más sola. Es una de las grandes paradojas de nuestro siglo: en un tiempo en el que parece imposible no recibir un mensaje a lo largo del día, estamos inmersos en lo que ya se conoce como la gran epidemia de la soledad.
En los últimos dos años, la crisis del coronavirus y la vida en pandemia han abierto la veda para que las sociedades se sientan aún más solas debido, en parte, a las medidas de aislamiento y la limitación de movimientos, que han reducido nuestros lazos afectivos y potenciado –o iniciado, en numerosos casos– esa sensación de profunda soledad. Así, un estudio de Groupon realizado en el primer aniversario del estallido de la pandemia ya señalaba que los españoles se estaban planteando cambios en sus vidas, efecto directo de su sensación de soledad. No había lugar a la duda: lo que la más anhelaba la gente, precisamente, era estar con gente. El ránking de lo más deseado incluía abrazar a los nuestros, viajar y volver a esos bares donde no cabe un alfiler. Las estadísticas que cerraba en el pasado mes agosto el Observatorio Social de la Fundación la Caixa lo resumían a la perfección: más de la mitad de la población española mayor de 55 años se había sentido sola.
Pero esto no es nada nuevo. Aunque la situación extrema causada por el coronavirus ha aumentado estas emociones, diferentes estudios han ido demostrando a lo largo de los años que la población se siente cada vez más sola. Por ejemplo, un análisis de DYM Market Research en 2019 ya advertía que el 63% de los españoles reconocía haberse sentido solo en algún momento y destacaba también que, a pesar de todo, quienes se sentían más solos no eran las personas de más edad, sino los más jóvenes.
Por qué nos sentimos solos
Hay que marcar una diferencia: sentirse solo no es lo mismo que estar solo. Si bien el número de personas que viven solas ha crecido exponencialmente a lo largo del siglo XXI, eso no debe unirse a la sensación de soledad en una relación de causa y efecto. Sentirse solo es algo diferente –podemos sentirnos solos incluso estando rodeados de gente– y que hunde sus raíces en algo más complejo.
Cuando nos sentimos solos es porque no estamos recibiendo el grado de conexión humana que necesitamos. Esto puede llegar a provocar cambios fisiológicos en nuestro cerebro, como demostró un estudio neurocientífico de la Universidad de Cambridge al comprobar que la actividad del mesencéfalo cambiaba cuando se privaba a las personas de contacto social durante unas horas. «La interacción social no solo es algo divertido o reconfortante», aseguraba, al hilo de las conclusiones del estudio, la neurocientífica y coautora de la investigación, Livia Tomova. «Es algo que necesitamos para funcionar». Por ello, los sentimientos de soledad no solo impactan en la salud mental, sino que provocan efectos negativos en otras áreas de la salud, como la cardíaca. Sentirse acompañado ayuda a reducir el estrés y aumenta la esperanza de vida.
Los ‘milennialls’ y la ‘Generación Z’ son los grupos de edad «más deprimidos», debido al contexto socioeconómico en el que viven
Vistos los hechos, escapar a esa sensación de soledad parece, a primera vista, una decisión inteligente; en definitiva, lo que se debería hacer. Durante la resaca de la crisis de 2008, la felicidad se puso de moda y se convirtió en el reclamo para vender todo tipo de productos. Poco después, esa burbuja de impostada alegría acabaría pinchando porque el reclamo de lo feliz dejaría de tener significado. No obstante, la intención de vender el antídoto a los problemas del mundo –y a la soledad– nunca se extinguió: se cambiaron las palabras y los envoltorios, pero se siguieron vendiendo parches potenciales, como ha ocurrido con el boom del mindfulness.
Pero lo que olvidan todas esas propuestas sobre cómo paliar el problema es que la sensación de soledad no escapa al contexto socioeconómico. De hecho, las generaciones «más deprimidas» son los millennials y la Generación Z, nacidos en los 80 y los primeros 90 y en los 90 y los primeros 2000 (respectivamente). A la luz de esta realidad, escribe Begoña Albalat Peraita, psicóloga e investigadora de la Universidad Internacional de Valencia, «los miembros de ambas generaciones son mucho más conscientes de lo que supone la soledad, de sus sentimientos y del estado de su salud mental, pero también son quienes viven en primera persona una serie de factores que hacen que esas emociones sean más probables».
De esta forma, las redes sociales, la frustración laboral tras el colapso de la promesa de la meritocracia y el contexto global –desde la recesión causada por dos crisis históricas a los problemas medioambientales– no se lo ponen nada fácil. La soledad, acompañada de esa sensación de depresión colectiva, no se pueden entender si no se presta atención al mundo que nos rodea.
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