Opinión

Nadie es más que nadie

¿Qué puede ser un dirigente sino un líder con autoridad, valores, ambiciones autolimitadas y un profundo respeto a la razón y la verdad?

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07
marzo
2022

Estamos viviendo uno de los cambios más grandes de la historia humana, un proceso lleno de interrogantes, incertidumbres y hasta de guerras que creíamos haber olvidado para siempre: malditos sean quienes las alientan y ordenan. Toda guerra empieza y acaba mal. Y aunque, como dijo Heródoto, los sufrimientos enseñan, parece que no aprendemos. Por eso el futuro de los seres humanos está siempre lleno de dudas, miedos y desesperanzas: por nuestra propia naturaleza y porque nos enfrentamos –casi siempre desprotegidos– a los movimientos de la historia.

Conocemos los problemas, pero no sabemos cómo resolverlos, y eso está llevando a una peligrosa y creciente desconfianza en las instituciones, los gobiernos, las empresas y los medios de comunicación. La sociedad del riesgo, ha escrito Daniel Innerarity, encadena una crisis compleja tras otra. Muchas de esas crisis son inexperimentadas y, en consecuencia, de solución difícil. Putin, un mentiroso autócrata sin escrúpulos, lo sabe, y a mayor gloria de su sueño imperial nos tiene en ascuas; nadie imagina cuándo acabará este despropósito que ha dejado ya en las cunetas llenas de nieve a miles de muertos y heridos. El actual millón de refugiados es solo la avanzadilla del que puede ser el mayor éxodo desde la Segunda Guerra mundial. Inconmensurable es el impacto económico y demográfico que se espera de esta guerra infame en un país –hundido en la ruina y la desolación– que los ucranianos quieren libre, europeo y dueño de su destino.

«Heródoto dijo que los sufrimientos enseñan, pero nosotros parece que no aprendemos»

Nihil novum sub sole; nada nuevo bajo el sol: cinco siglos después de Lutero estamos viviendo una nueva crisis de la razón, un renacimiento de mitos e irracionalismos en una especie de repetición parcial de lo que se inició al término de la Gran Guerra, de cuyo final se ha cumplido más de un siglo, y que continuó en el período de entreguerras. Nos enfrentamos hoy a populismos de distintos colores, a las irracionalidades del brexit, a los mitos nacionalistas, a los profetismos del America First –que puede regresar– y a las veleidades imperialistas de un dictador despreciable como el señor Putin.

En 1917, un año antes del final de la I Guerra Mundial, Max Weber escribió un famosísimo artículo titulado La ciencia como profesión. En él hace una serie de advertencias sobre los costes –intelectuales y políticos– de la llamada entzauberung del mundo, es decir, de la «desmitificación» y «desacralización» causada por el racionalismo moderno que nos acerca a un peligro permanente: la desintegración del argumento y del debate racional. En aquellos momentos que son más difíciles de lo que aparentan creo que todos tenemos que defender la razón ante nuevos «alumbrados», misticismos nacionalistas y expansionismos llenos de ensoñaciones, que, como enseña la historia, sólo llevan a las peores barbaries; de esos peligros, solo una Europa unida desde la dignidad y el compromiso puede (y debe) defendernos sin excusa.

Un dirigente, un líder que quiera serlo realmente, tiene que convertirse en autoridad, en un hombre o una mujer con valores, con ambiciones autolimitadas y con un respeto a la razón y la verdad. Es decir, exactamente lo contrario de lo que ha demostrado Putin a lo largo de sus mandatos, y ahora singularmente. Erasmo, en De la educación del Principe cristiano, hizo una analogía especialmente hermosa y certera: que el preceptor o asesor que envenena con malas ideas o malos consejos el corazón de un príncipe es tan criminal como el canalla que envenena el agua que bebe una población entera. Y eso es lo que hacen los malos gobernantes como el miserable e indigno Putin: envenenar el pozo del que bebemos todos, personas e instituciones, causando dolor y muerte. Putin pagará por lo que ha hecho, no me cabe duda, y el mundo debe exigírselo. Entretanto, para que medite y aprenda cuando este entre rejas, le recordaremos lo que Antonio Machado escribió en Juan de Mairena: «Nadie es más que nadie… porque, por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor mas alto que el de ser hombre».

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