Opinión

La cultura de la cancelación no es censura, es ostracismo

Este fenómeno moderno se caracteriza por su sutileza: si bien no se trata de una censura absoluta, es lo suficientemente eficaz como para acabar con la reputación y respetabilidad de un individuo.

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Dan Nguyen
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17
enero
2022

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Dan Nguyen

Los debates a los que más tiempo dedicamos suelen ser generalmente conceptuales. No hay un debate sobre ideas contrapuestas; el debate es, en realidad, sobre la legitimidad del debate. Uno muy común que comparte estas características es el debate de la cultura de la cancelación. ¿Existe o no? A menudo el foco se centra sobre si realmente es una «cultura»; es decir, si estamos ante un clima cultural en el que abundan las «muertes civiles» –o pérdidas de reputación de individuos– por tener ideas incorrectas.

Es un enfoque tramposo: podemos aceptar que no es una «cultura», del mismo modo que no existe una «cultura de la violación», pero eso no significa que no exista un problema (y de una concreta magnitud que, si acaso, luego podemos debatir). También podemos discutir si existe en España con las mismas características que tiene en Estados Unidos, de donde procede el concepto, pero es innegable que existen campañas para acabar con la reputación de individuos por tener ideas que, para algunos, son ilegítimas.

A veces, una defensa de esta tesis –que la cultura de la cancelación no existe– se basa en que los supuestos silenciados tienen en realidad altavoces privilegiados, llegando a poder emitir sus opiniones después de su supuesta cancelación. Es cierto y, sin embargo, también es, de nuevo, un poco tramposo: la cancelación no es una censura absoluta. La cancelación implica acabar con la respetabilidad del individuo, censurarlo de determinados espacios. Implica expulsar de una determinada conversación pública a alguien que antes estaba aceptado en esa misma conversación pública; dejar de ser aceptado donde antes sí lo eras.

«La cancelación no es una censura absoluta: se trata de acabar con la respetabilidad del individuo y censurarlo de ciertos espacios»

Pongamos dos ejemplos: Louis C.K. y Woody Allen. El primero fue acusado de conductas sexuales inapropiadas y pasó de presentar Saturday Night Live a estar olvidado por el establishment cultural estadounidense, obligado a actuar por sitios como Rumanía. Louis C.K., es cierto, sigue trabajando, pero ha sido expulsado de la opinión pública «respetable»: su serie fue retirada de la plataforma HBO y su película tan solo puede verse pirateada; ya nadie serio parece reseñar sus shows.

En el caso de Woody Allen, su supuesta cancelación no le ha impedido seguir trabajando. Sigue sacando películas y es reconocido como un autor de culto. No obstante, al mismo tiempo, para una buena parte de la opinión pública, este sigue siendo sospechoso: aunque esté probado que no abusó de la hija adoptiva de su ex mujer, buena parte del establishment cultural norteamericano sugiere que tal hecho sí tuvo lugar, y que si no es culpable por eso lo es entonces por haber salido con mujeres mucho menores que él. Sus memorias fueron boicoteadas por los trabajadores de la editorial Hachette, lo que le llevó a publicarlas un tiempo después en otra editorial; actores con los que ha trabajado dicen ahora que no volverían a compartir escena con él; y su película Un día de lluvia en Nueva York tardó dos años en estrenarse en Estados Unidos mientras un documental tramposo y manipulador sigue arrojando dudas sobre su culpabilidad. Woody Allen no ha sido censurado, pero ha sido expulsado del zeitgeist y su reputación ha sido dañada. Es completamente cínico pensar que, al seguir sacando películas, las acusaciones de violación no afectan a su reputación.

La cancelación es eso: una guerra psicológica. No es solo parte de los vaivenes de Hollywood y la fama (aunque tiene parte de eso, claro), que no tiene piedad. No es recibir críticas absolutamente duras: es manchar toda crítica con una acusación moral y personal que solo busca acabar con el prestigio del autor. Y es, sobre todo, que te cierren la puerta del club al que antes entrabas con tratamiento VIP.

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