Sociedad
Por qué es tan difícil ir contra la opinión mayoritaria
Expresar una opinión disonante con la idea que mueve a la mayor parte de la sociedad resulta cada vez más complicado, especialmente desde que las redes sociales han entrado en el terreno de juego de la política. ¿Cómo explica la psicología social esta tendencia a evitar expresar esas opiniones que no responden a lo ‘mainstream’?
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En el contexto democrático, la libertad de expresión es –cada día más– un adalid de nuestros valores y nuestra idea del mundo. Sin embargo, en los últimos años hemos presenciado algunos episodios que demuestran la dificultad de salirse de lo que se concibe como contrario a la opinión mayoritaria a pesar de que, en un contexto social marcado por reglas compartidas de convivencia, la variedad de opiniones surja naturalmente. ¿Qué dice la psicología social de esta tendencia? ¿Domina a la sociedad una sola opinión?
Debemos partir de la base de que la dificultad de ir en contra de la opinión mayoritaria reside en el pacto fundacional de nuestras democracias. Los valores, las costumbres, las tradiciones y las creencias de un pueblo conforman una serie de límites de lo que se puede o no hacer, de lo que está bien y lo que está mal, de lo aceptable y lo inaceptable. A veces de forma evidente y a veces de forma implícita, compartimos el mismo marco. De este modo, se produce un proceso de formalización de nuestras relaciones hacia leyes sociales que construyen los límites de nuestra capacidad de actuar. Este proceso pasa rápidamente a normalizar ciertas conductas y rechazar otras conforme la conversación se adapta a este marco de valores colectivos.
Una de las teorías que mejor explican esta resistencia es la ‘teoría de la espiral del silencio’. Propuesta por la politóloga alemana Elisabet Noelle-Neumann en 1977, defiende que la conformación de la opinión pública tiende a derivarse en un modo de control social que lleva a las personas a adaptarse en su comportamiento de acuerdo a aquellas opiniones que son aceptables en el contexto social. Los motivos, según la experta, residen en el miedo al aislamiento y la necesidad de encajar, dos hechos que generan una dependencia respecto al clima de la opinión pública para tomar decisiones o posicionarse, y que llevan al ser humano a ‘sondear’ aquellas opiniones que puede expresar sin riesgo de ser criticado. Noelle-Neumann concluye así que aquel individuo que reciba apoyo del entorno tendrá más facilidad para expresar sus ideas, mientras quienes se caractericen por puntos de vista disonantes lo verán más complicado. Y muchas caerán en el silencio.
Los medios de comunicación influyen en la determinación de qué matices de opinión son los aceptables
Es así como se genera la espiral que dibuja la politóloga: a medida que avanza el silencio, las posiciones minoritarias tienden a enmudecer mientras que las mayoritarias aumentan y se refuerzan debido a distintos elementos sociales, siendo el más importante de ellos los medios de comunicación. Al generar estos un entorno de contraste de ideas en tertulias y debates, construyen las opiniones hacia los bloques mayoritarios y minoritarios, ampliando la división y reforzando estas tendencias (puede llegar, incluso, a modificar la forma en la que el público general percibe las opiniones). En otras palabras, los medios actúan determinando qué matices de opinión deben percibirse como mayoritarios. Al proceso se suman también las encuestas, que permiten moldear la opinión pública sobre, por ejemplo, la popularidad de un partido político o el rechazo o aceptación de algunas medidas sociales.
«Ya sea en decisiones financieras o en las opiniones sobre terrorismo, el ser humano tiende a ser influenciado por lo que piense el resto de personas. De hecho, una exposición continua a un argumento en concreto de una sola persona puede ser mucho más determinante que la escucha de ideas variadas de numerosos emisores», defiende la Asociación Americana de Psicología en un estudio realizado con el objetivo de confirmar si la hipótesis de Noelle-Neumann es realmente factible. ¿Cómo? Exponiendo a un millar de estudiantes ante tres argumentaciones distintas sobre un tema expuestas, en primer lugar, por parte de un grupo; y posteriormente, repetidas por una sola persona. «Los resultados demostraron que, ante la escucha de una opinión en múltiples ocasiones, la sensación de familiaridad del destinatario aumenta e, incluso en algunos casos, genera en el oyente una falsa sensación de que es una opinión más extendida de lo que es en realidad», concluye el estudio.
Nuestras sociedades presentan, cada vez más, una característica fragilidad que agudiza la necesidad de cobijo del grupo
A la teoría de Noelle-Neumann se le suma, además, otra hipótesis de la psicología social acuñada por el sociólogo Irving Janis en 1972. El pensamiento de grupo, un fenómeno que señala cómo los grupos pequeños y unidos cuyos líderes son respetados están inclinados a producir decisiones en busca de la armonía del resto de miembros, aunque esto desemboque en decisiones irracionales o disfuncionales. Como resultado, el grupo se aísla de las opiniones contrarias, convenciéndose de que las suyas son las válidas y anulando así la diversidad de ideas en el grupo, poniendo en riesgo la creatividad. Este fenómeno en particular se alimenta de una serie de condiciones, entre ellas, la alta cohesión, la existencia de un líder fuerte, situaciones de altos niveles de estrés procedentes de amenazas externas, estereotipos compartidos y autocensura.
En la actualidad, las redes sociales protagonizan este escenario de la resistencia a opinar lo contrario. «Han disparado la capacidad de influencia del pensamiento de grupo. Ahora, a medida que se hace más viral una idea, más usuarios tienden a recurrir a ella cuando interactúan con el mundo digital», argumenta el profesor de gestión de equipos en la Universidad de Berkeley, Douglas Guilbeault. Lo cierto es que nuestras sociedades, cada vez más, presentan una característica fragilidad ante la presión de un colectivo, una concepción que la pandemia ha evidenciado haciéndonos conscientes de nuestra interdependencia y agudizando en consecuencia la necesidad de cobijo del grupo a través de las nuevas formas digitales.
De esta forma, la narrativa de la sociedad tiende a la uniformización, y son pocas las ocasiones en las que se puede desafiar el sistema de la opinión mayoritaria. Muchas veces, es solo a través de las élites que ya gozan del respaldo de una mayoría social. Pero la presencia de una narrativa mayoritaria que exponga la opinión de un colectivo tiene peligros que deben alentarse: tanto el miedo al rechazo como la radicalización presentan problemas profundos para la inclusión, o para una libertad de expresión verdaderamente libre. El reto de nuestras sociedades contemporáneas reside, por tanto, en encontrar un equilibrio entre ambas.
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