Opinión

Manipula, que algo queda

Desde que tenemos conciencia, los humanos nos venimos mirando en el espejo de la historia para repetirla, y buscamos ejemplos de cómo, a través de los siglos, nos hemos manipulado unos a otros. Quien lo hace desprecia la verdad, a las personas y la vida comunitaria.

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18
diciembre
2020

«Los demás pueden quitarnos la dignidad no solo utilizándonos, tutelándonos o menospreciándonos. Pueden también poner en peligro nuestra dignidad manipulándonos», leo en La dignidad humana, del filosofo suizo Peter Bieri. Como sabemos, la manipulación es una manera especial de actuar sobre alguien, que en esta época irreverente y egoísta se ha visto reforzada por eso que llamamos información, que ha dejado de ser un bien escaso para convertirse, con el apoyo de internet y de las redes sociales, en la materia prima del siglo XXI. Esto ha sucedido hasta el punto de que las organizaciones –y no sé si las personas– son cada vez menos su propia marca y cada vez más su apariencia y sus relaciones, y eso las transforma en organizaciones sociables mas que en organizaciones sociales que nunca deberían olvidar que fueron creadas para cumplir un fin. Como hemos repetido tantas veces, en estos tiempos, los humanos, más que aprender a relacionarnos, a conocernos, a dialogar y a informarnos, nos conectamos.

Ahora, cada día, tengo la impresión de que todos los poderes nos manipulan sin descanso, probablemente porque, como escribió Orwell en 1984, el poder no es un medio sino un fin en sí mismo, como le confiesa el gran torturador O’Brien a Winston, su víctima y protagonista de la novela. Desde siempre –el ayer siempre absorbe al anteayer– casi todas las personas que ostentan algún poder persiguen alcanzar ese fin, esa capacidad cobarde de influir, ilimitada algunas veces. Desde que tenemos conciencia, los humanos nos venimos mirando en el espejo de la historia para repetirla, y buscamos ejemplos de cómo, a través de los siglos, nos hemos manipulado unos a otros. Rebuscamos enseñanzas de cómo hacerlo mejor y sacar ventaja persiguiendo el desideratum de la manipulación, un chantaje emocional del que, en la mayoría de los casos, la víctima sufridora no se percata. Quien manipula desprecia la verdad, a las personas y la vida comunitaria.

«La pandemia nos enseña que sobran predicadores, influencers, pseudocientíficos, opinadores todólogos y políticos ineptos y embusteros»

No sé si en la naturaleza humana existe un afán manipulador producido por un gen del que nunca podemos desprendernos: los hombres, en una forma agresiva de machismo, han manipulado a las mujeres desde tiempo inmemorial; y algunas mujeres, sutilmente, han hecho lo propio con hombres; los padres a los hijos, y estos a sus mayores; los profesores a sus alumnos, y los jefes a los empleados; los medios de comunicación a sus lectores, oyentes y televidentes; las iglesias a sus fieles, los sindicatos a sus afiliados, los dirigentes a los que no lo son y los políticos a todos. Es proverbial el ejemplo de Trump intentando revertir, con mentiras y sin evidencia alguna de sospecha o fraude, el resultado de las pasadas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Ha perdido todos los recursos judiciales que, sin base alguna –como le han dicho los tribunales– ha interpuesto, pero el todavía presidente sigue, erre que erre, empeñado en una grosera manipulación: sostiene que ha sido el vencedor indiscutible, y muchos norteamericanos lo siguen creyendo. La ucronía –Trump es un experto– especula sobre realidades alternativas, en las que los hechos de la vida real ocurrieron de manera diferente o simplemente no ocurrieron.

Frente a Trump tenemos a Angela Merkel, la canciller alemana. Su discurso ante el Bundestag hace solo una semana nos trae la imagen de una política decente y cabal que, desde la convicción profunda, consciente de su responsabilidad y compadecida por las víctimas de la pandemia, ruega a los parlamentarios y los insta a la adopción de duras medidas contra la covid-19 y, como si hubiera leído a Baltasar Gracián, usa la verdad en su discurso y lo ajusta a la realidad, sabedora de que «la verdad es peligrosa pero el hombre de bien no puede dejar de decirla, porque con el buen entendedor no hace falta ser muy explícito: en cuanto entienda, no más palabras».

La pandemia nos enseña que sobran predicadores, influencers, pseudocientíficos, opinadores todólogos y políticos ineptos y embusteros. También sobran los que, al levantarse cada día, se creen el ombligo del mundo. La mentira moderna se produce en serie y se dirige a la masa para manipularla, de tal forma –escribió Koyré– que «si no hay nada más refinado que la técnica de la propaganda moderna, tampoco hay nada más burdo que el contenido de sus aserciones que revelan un desprecio total y absoluto por la verdad». Al fin y al cabo, con pandemia o sin ella, la manipulación está presente en nuestras vidas y desprecia la verdad y la dignidad de las personas porque, como nos enseñó la nobel Wistawa Szymborska, «a fin de cuentas/ lo que hay es ignorancia de la ignorancia/ y manos ocupadas en lavarse las manos».

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