Siglo XXI

Contra la pandemia… Pandemocracia

Los aplausos atronadores de las primeras semanas de confinamiento pronto fueron acallados por el volumen de los insultos en los medios y las redes. La crisis económica, el pánico a rebrotes y la incertidumbre generalizada no ayudan a mitigar una polarización política que ya era un mal crónico: si los discursos de odio han resultado ser otro de los síntomas del coronavirus, fortalecer la democracia puede ser un tratamiento eficaz contra el avance de la pandemia insolidaria y populista.

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Carla Lucena
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13
octubre
2020

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Carla Lucena

«En Siena y en otras ciudades italianas, las calles y barrios han respondido a la orden de distancia social cantando juntos hacia las calles vacías. Cuando cantan, promulgan la comunidad de la ciudadanía sin ponerse en riesgo unos a otros. Se comunican sin infringir las reglas de prevención de contagios. Si hay un espectáculo que debe continuar, seguramente es este: la serenata para la democracia». La filósofa Bonnie Honig definía con estas palabras los cánticos que nuestros vecinos italianos hacían en los días más duros de la pandemia. Su estoicismo se hizo viral entre los españoles por mantener el ánimo suficiente para cantar en medio de la tragedia. Aunque tal vez era más la sensación de que aquí ya teníamos nuestras barbas a remojo y el dedo en el botón de play para darle al Resistiré.

«Según su etimología, una pandemia es una enfermedad infecciosa que afecta a todos, mientras que una epidemia tendría un área geográficamente limitada. Podríamos decir que nuestros instrumentos de gobierno están diseñados para gestionar epidemias y no pandemias, de ahí la primera sensación de impotencia frente a un fenómeno que exige una mayor integración política de la humanidad y, en general, una transición hacia formas de inteligencia cooperativa, porque los actuales modos de gobernar son claramente insuficientes en el mundo en el que vivimos», señala Daniel Innerarity en las primeras páginas de Pandemocracia: Una filosofía de la crisis del coronavirus (Galaxia Gutenberg), un ensayo escrito durante el confinamiento en el que el filósofo perfila alguno de los retos que las democracias afrontarán tras la irrupción de la COVID-19. «La definición de democracia apunta a que todos los afectados por una decisión deben poder participar en ella, a que debe coincidir la comunidad de los afectados con la de quienes deciden. En este sentido, la crisis del coronavirus sería un acontecimiento pandemocrático, como todos los riesgos globales. Se da la paradoja de que un riesgo que nos iguala a todos revela al mismo tiempo lo desiguales que somos, provoca otras desigualdades y pone a prueba nuestras democracias», explica.

En esos primeros momentos de encierro nosotros coreábamos que resistiríamos, pero la cuestión en realidad era si el sistema también lo hará. «Es un error dar por hecho que las democracias son intocables y que no pasa nada por no cuidarlas. Hay corrientes subterráneas de tendencia autoritaria en Europa y en los países de la OCDE y, durante la crisis, la idea de que el modelo chino de partido único ha sido más eficaz tiene más adeptos de los que lo reconocen. No podemos bajar la guardia en materia de pluralidad interna de las sociedades y protección de derechos fundamentales y democráticos», advierte Eduardo Madina, director de la unidad de análisis y estudios de Kreab España.

Eduardo Madina: «En España, habría que empezar a reconstruir desde los cimientos»

El coronavirus ha cambiado nuestra manera de trabajar, de comunicarnos y de relacionarnos con los demás, también con el sistema. «Justamente porque es una palabra que ha permanecido desde su origen aunque haya cambiado su contenido, creo que lo valioso de la democracia es el ideal democrático: no es tanto que tenga una estructura o que corresponda a una forma de gobierno estable, sino esa inspiración que nos proporciona y que puede funcionar como ideal regulador de la orientación que deberían tener nuestras sociedades», apunta Cristina Basili, investigadora sobre la historia del pensamiento político en el departamento de Filosofía y Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid.

Además de recordar esas serenatas para la democracia, Basili va más allá y pone sobre la mesa otras de las protestas que se han vivido en los últimos meses, por ejemplo, las manifestaciones antirracistas que se han sucedido en todo el mundo a raíz del asesinato de George Floyd. «Aunque no están relacionadas directamente con la pandemia, sí apuntan a una movilización social que tiene un carácter democrático y se configuran como movimientos espontáneos que contrarrestan el giro autoritario de algunos países y ponen el freno a una posible ola reaccionaria que pueda derivarse de lo que acabamos de vivir», explica.

No puede decirse que revueltas como las producidas tras el asesinato de Floyd sean algo nuevo; casi treinta años después, asusta escuchar precisamente Democracy, de Leonard Cohen, escrita tras los disturbios de Los Ángeles. Pero sí que estas reacciones pueden adquirir una dimensión peligrosa en un mundo cada vez más incierto que no es el mismo que en enero esperaba un remake de los felices años veinte. «Hace mucho tiempo que se había debilitado esa esperanza de que cada vez habría más países democráticos, pero sí creíamos que países como Turquía o Brasil, por ejemplo, irían enmendando sus tics autoritarios. Ahora vemos el efecto contrario: están aprovechando los poderes especiales que se otorgan con motivo de la pandemia para reforzar el poder del Estado, que no es más que el poder de quien lo controla, llámese Erdogan, Orbán o Bolsonaro», subraya Fernando Vallespín. Para el politólogo, más que un cambio radical del tablero de juego, la COVID-19 es un acelerador de tendencias que ya estaban ahí disputando la partida.

Oh, Europa, Europa

La primera de ellas quedó al descubierto en cuanto la pandemia traspasó las fronteras chinas y comenzó a cebarse con el Viejo Continente. «A cambio de precios bajos nos hemos desprovisto de la posibilidad de producir nosotros mismos determinados bienes, por ejemplo, los compuestos de los que se va a hacer la próxima vacuna. Los tendremos que importar de India y de China, que son quienes los producen por- que muchas de las empresas se habían trasladado allí porque los salarios son más bajos y las políticas medioambientales más laxas. Ahora nos hemos dados cuenta de que en Europa tenemos que ser capaces de dotarnos de los instrumentos necesarios para que los productos de primera necesidad estén dentro de nuestra soberanía», reflexiona Vallespín, que establece un paralelismo con lo que sucede con la agricultura, hipersubvencionada para mantener precios competitivos. El politólogo insiste en que esto no quiere decir necesariamente que vaya reforzarse el papel de los Estados, sino que se reordene la geografía de la globalización. «La pandemia puede acabar con Europa, pero también puede demostrarle lo importante que es poder contar con un espacio geográfico tan amplio que te defiende», sostiene.

Si la globalización de las últimas décadas ha sido beneficiosa para los consumidores –basta con mirar la caída en los precios de los vehículos, los teléfonos móviles o los ordenadores–, ya en los últimos años había levantado malestar entre los ciudadanos que denunciaban su coste social. La cuestión también había calado en el discurso político por sus implicaciones sobre las migraciones, sobre todo cuestionadas por los partidos que reclamaban la vuelta de las fronteras.

«Claramente, hoy hay más expresiones populistas de repliegue identitario, de modelos de sociedades cerradas y de tendencia a la concentración de poder que hace quince años. En 1990, los sistemas autoritarios, dictatoriales o totalitarios en toda su gama dominaban un 13% del PIB mundial y hoy es un 33%, y eso no puede explicarse solamente por la expansión china», indica Madina, que apunta a la crisis económica como factor para saber cómo hemos llegado hasta aquí, y la manera en que saldremos mañana. «Casi todos los procesos que hemos visto en esta década hunden sus raíces más profundas en la crisis de Lehman Brothers, incluyendo el brexit, las expresiones de independentismo tan intensas en Cataluña y los populismos de izquierda y derecha por toda Europa. La gran pregunta es: si la ciencia es capaz de encontrar pronto tratamientos y vacunas útiles, ¿la recuperación económica será en V? Si es así y en 2021 estamos saliendo de la crisis, quizá no dé tiempo a incubar males mayores», plantea.

La era de la gritocracia

Se manifiesten o no esos males, el coronavirus ha acentuado síntomas que ya eran crónicos en la sociedad española. «La polarización ya estaba ahí y la pandemia la ha intensificado, en tanto que los representantes políticos exasperaron los tonos utilizados y los ciudadanos cayeron más fácilmente en determinado tipo de discursos demagógicos debido a la gravedad de la situación», explica Basili.

Cristina Basili: «La pandemia solo ha intensificado una polarización que ya estaba ahí»

Mientras en las primeras semanas se sucedieron las iniciativas solidarias para proteger a los colectivos vulnerables o los emocionantes aplausos en los balcones, pronto aparecieron las cacerolas, volvieron las acusaciones a las tertulias y los gritos a las redes en una confirmación de que todo había cambiado… pero todo seguía igual. «Las impresiones iniciales fueron terribles y no hubo una posición unitaria por parte de fuerzas políticas, pero los ciudadanos no son tontos y van a acabar penalizando a quienes no alcancen pactos: somos plenamente conscientes de que estamos en el mismo barco y de que solamente saldremos a flote si estamos unidos, sobre todo para aumentar nuestra capacidad de negociación en Europa», señala Vallespín.

Los desencuentros monumentales en la comisión de reconstrucción causaron el sonrojo general, pero los pactos a nivel autonómico y local en cientos de ayuntamientos tuvieron el efecto contrario en la opinión pública. «Se nos ha olvidado que en el debate institucional cabe la discrepancia, pero también la coincidencia. En la ejemplaridad hay un enorme valor pedagógico y nos permitiría un aire más limpio en la política española para llegar a acuerdos con los que saldríamos mejor de la situación en la que estamos», apunta Eduardo Madina que, tras años alejado de la política, reconoce que esa es una tarea titánica. «Cuando hablamos de reconstrucción, podemos elegir hasta dónde queremos reconstruir. En el caso de España, convendría bajar casi hasta los cimientos. Hay que dar claridad a la puesta en valor del pacto constitucional, a la importancia de los acuerdos, al respeto a las instituciones… Y de todo eso hemos hecho un uso mejorable, por decirlo suavemente, en estos últimos años».

¿Salimos mejores? ¿Salimos juntos? ¿No salimos?

No se puede responsabilizar a la pandemia de crear una incertidumbre en la que habitábamos antes de su llegada, pero sí ha licuado aún más unas arenas que ya eran notablemente movedizas. A las dudas sobre la geopolítica o los populismos se suman otras preguntas que abarcan desde qué papel jugará la tecnología y quién la controlará –por ejemplo, las aplicaciones de rastreo y reconocimiento facial se han extendido en pos de frenar posibles rebrotes– hasta qué pasará con derechos fundamentales como el voto –en las últimas elecciones autonómicas vascas y gallegas se impidió ir a las urnas a las personas infectadas–. Sabemos que el virus seguirá circulando entre nosotros, pero esas cuestiones siguen hoy sin respuesta.

Más que pararse a discutirlas, ahora la opción más inteligente parece ponerse a trabajar para encontrarlas y, de paso, construir un sistema más fuerte para un mundo desconocido que necesitará, sobre todo, solidez democrática. «Eso llegará a través de más compromiso cívico, porque las instituciones se defienden a través de energía ciudadana. Además de muy polarizada, el problema de nuestro tipo de cultura política es que es muy individualista: España no es particularmente un país con un tejido asociativo denso, donde las personas se juntan en pos de un interés general», explica Fernando Vallespín. «Cambiar eso pasa por entender que tú no eres solamente un sujeto de derechos, sino que tienes también obligaciones respecto de tu comunidad. Un deber fundamental es estar informado, pero también participar en la conversación pública, ser crítico y no seguir ciegamente lo que le dicen los líderes políticos, y eso depende de nosotros: si la gente no quiere participar y lo que le importa es irse de vacaciones, lo tenemos muy difícil. La gente ha demostrado que puede ser muy solidaria durante el confinamiento, pero porque ha durado poco; mantenerlo en el tiempo es más complicado», concluye.

Aunque Basili coincide en que definir la situación está en manos de todos, hace hincapié en esos aspectos creativos y participativos de la democracia. «Podemos convertir la pandemia en una vocación de crecimiento de la sociedad en su conjunto, contrarrestando la involución autoritaria de la arena política. Esta es la ocasión para volver la vista a las cuestiones relevantes de nuestra época: las desigualdades sociales, la sanidad pública, la educación, la ecología, la brecha de género…», señala. Madina también se muestra esperanzado en que la sociedad aprenda de lo vi- vido estos meses y premie los comportamientos positivos y los proyectos sólidos para el país en lugar de la confrontación heredada de los platós de televisión. «La democracia tiene un truco en su base que es insalvable para los malos: el voto. Eso nadie se lo puede saltar y con él hacemos lo que queremos. Está en nuestra mano», zanja.

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