Derechos Humanos

«Los bombardeos en Siria no fueron tan aterradores como la COVID-19»

En las comunidades de refugiados sirios en el Líbano, la preocupación al efecto dominó tiene paralizada a la población. Si por casualidad un individuo se viese afectado por la enfermedad, no tendría medios para el aislamiento y no podría permitirse ir al médico ni comprar medicamentos.

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19
junio
2020
Rahaf, de diez años, refugiada siria en el Líbano.

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Desde el comienzo de la guerra en su país, la mayoría de los sirios que buscaron refugio en el Líbano sufrieron cambios drásticos en sus vidas. Desde abandonar sus casas, convertirse en refugiados en un nuevo país y enfrentar discriminación, hasta sufrir una crisis económica y ahora una pandemia global. Por una u otra causa, estas familias sirias no han tenido la oportunidad, durante los últimos nueve años, de recuperar el aliento. El brote de COVID-19 está afectando a los países más ricos del mundo, cuyos ciudadanos tienen acceso a la atención médica, condiciones de vivienda adecuadas y no temen porque sus hijos mueran de hambre. Pero, ¿cómo están afrontando los refugiados esta situación sabiendo que la vida de las personas en movimiento ya es un desafío en sí mismo?

Ziad, de 37 años, y Fátima, de 38, viven con sus cinco hijos en un asentamiento informal de tiendas de campaña en el Valle de la Bekaa. Llegaron al Líbano hace siete años después de que la guerra destrozara su hogar en Siria. Esta familia recibe asistencia alimentaria y los niños asisten a las sesiones de apoyo psicosocial en los Espacios Seguros de la ONG World Vision. Los niños se emocionan cuando asisten a las sesiones, «lo disfrutan mucho», admite Fátima. Pero lamentablemente no es suficiente. Ziad era sastre, pero lleva sin trabajar casi cuatro meses. Sin ingresos y con los precios subiendo incluso en los artículos más esenciales, apenas llegan a fin de mes.

El valor de las cosas ha llegado a duplicarse debido a la crisis económica y esta situación se ve agravada por la propagación de la COVID-19. Ziad explica que «nuestras facturas se acumulan desde el alquiler de la tienda hasta la electricidad, y no tenemos ni idea de cómo las vamos a pagar». Al no poder comprar alimentos, las tres comidas al día han tenido que reducirse a dos y la variedad brilla por su ausencia.

Un virus es más aterrador que los bombardeos

Ziad lleva encerrado en casa desde hace cuatro meses. «Ya no estoy acostumbrado a la luz del sol», admite. El gobierno ha aplicado medidas de bloqueo en el Líbano con estrictas regulaciones de movimiento dentro de los asentamientos de tiendas informales. «Todo el mundo tiene miedo de morir por el coronavirus», dice Ziad, «salen a la calle solo para comprar víveres o medicamentos, y regresan directamente a casa». Fátima tiene miedo de llevar a su hijo pequeño al médico. «Siete años en el Líbano y este es, con diferencia, el momento más difícil. Todavía recuerdo el bombardeo en Siria y lo terrorífico que fue. Entonces pude escuchar la explosión y huir de ella, pero a este virus no se le ve ni se le escucha, es como un arma invisible».

refugiados siria libano

Hussein y Hanaa, refugiados sirios en el Líbano.

Al principio, nadie se tomó en serio la pandemia, ya que la falta de información impedía hacerse una idea de la verdadera realidad. Sin embargo, cuando el municipio comenzó a implementar medidas estrictas sobre higiene y el cierre total, las familias entendieron lo grave que era. Fátima dice: «Soy optimista, creo que una vez que pase la pandemia, seguiremos avanzando. Por la noche, sientes que el mundo se ha detenido, no hay una sola alma allí afuera», continúa,«el gobierno está siendo severo con respecto al toque de queda y el bloqueo porque todos somos conscientes del hecho de que si alguien se contagia nos afectará a todos».

El miedo a un efecto dominó

Viniendo de Siria, Ahmad (38 años) y Dalia (35) pensaron que estaban huyendo de la guerra para tener un futuro mejor. Poco sabían que su vida sería aún más difícil aquí. Con cinco bocas que alimentar, estos padres a menudo se encuentran desesperados e incapaces de satisfacer hasta las necesidades más básicas de sus hijos en el campo de refugiados.

Ahmad lleva sin trabajo un año, la COVID-19 le pilló ya en una mala situación. El solía pintar casas, pero ahora no tiene ninguna oportunidad de encontrar ocupación. Aunque están recibiendo asistencia alimentaria, como muchas otras familias, apenas es suficiente porque los precios se duplicaron desde el comienzo de la crisis económica que afectó al Líbano. «Dejamos de darle leche a Fátima, mi hija pequeña, porque la leche es muy cara ahora», explica Dalia, «tuve que comenzar a ofrecerle alimentos sólidos directamente». Las facturas se están acumulando y no podrán pagar la luz ni el alquiler por segundo mes consecutivo.

El campo de Bekaa durante el confinamiento.

Los padres se toman muy en serio las medidas de prevención y los niños siempre están dentro de la tienda. Ahmad se pasa el día vigilando la puerta. «Apenas vivimos ahora, ¿te imaginas caer enfermo también? Sería muchísimo peor para nosotros, no podemos permitirnos ningún gasto extra», explica Ahmad. «No son noticias falsas, ¿por qué ignorarlas e infravalorar la situación? vemos el impacto del coronavirus en los países del primer mundo con sistemas de salud fuertes. Miles de personas están muriendo allí, ¿te imaginas lo que sucederá aquí si no nos tomamos esto en serio? No estamos dispuestos a subestimar la situación. Si una persona se contagia, todos estamos condenados».

Esta pandemia global está afectando a todos, sin distinguir nacionalidades, religión, género, raza, estatus social. Nada de eso importa. Pero, para algunos, la necesidad es más significativa que para otros. En las comunidades de refugiados sirios en el Líbano, la preocupación al efecto dominó tiene paralizada a la población. Si por casualidad un individuo se viese afectado por la enfermedad, no tendría medios para el aislamiento y no podría permitirse ir al médico ni comprar medicamentos. Sería su sentencia de muerte.


(*) Eloisa Molina, es coordinadora de comunicación de World Vision

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