Educación

«Se dice que saldremos de la crisis más fuertes, pero solo seremos más pobres»

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10
junio
2020

Mientras España comienza, lentamente, a desescalar en esta crisis sanitaria que ha parado el país durante la primavera, al otro lado del Atlántico, el coronavirus sigue atacando como lo hiciera primero en Europa. A este lado del charco, debatimos sobre cómo volver a la escuela de forma segura y sin dejar nadie atrás. En muchos países de Latinoamérica aún queda un buen trecho que recorrer antes de que la vuelta al cole se ponga sobre la mesa. Según la Unesco, en todo el planeta 1.186.161.728 de estudiantes en edad escolar y universitarios están viendo su educación interrumpida. Lo que supone que el 67,7% de todos los alumnos matriculados en cualquier nivel de enseñanza siguen sus estudios de manera telemática o, directamente, no lo hacen. Mariano Jabonero (San Martín de Valdeiglesias, 1953), secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos para la educación la ciencia y la cultura (OEI), analiza cómo el COVID-19 afectará al presente y futuro de todos esos jóvenes que han puesto en pausa sus estudios.


Más de 177 millones de estudiantes en toda Iberoamérica se han visto afectados por una crisis inesperada que está suponiendo todo un reto para la educación. ¿Qué efectos a corto-medio plazo va a tener el coronavirus en su futuro?

La pandemia ha sido un proceso completamente imprevisto. En Latinoamérica, se ha trabajado intensamente en educación en últimos años, fundamentalmente en ampliar la cobertura educativa. Esto quiere decir que prácticamente todos los niños de primaria y básica van a la escuela, cosa que no había ocurrido nunca en la historia y que, por ejemplo, en el caso de la educación superior son 30 millones de estudiantes los que están matriculados en universidades iberoamericana. Un dato insólito. Hasta ahora, éramos conscientes de que la cobertura de la educación en América había mejorado; sin embargo, su rendimiento en cuanto a calidad, equidad e inclusión eran bajos.  La crisis lo que supone es que 177 millones de chicos y chicas han dejado la escuela y están en sus casas. Eso ha puesto de manifiesto y visibilizado el problema de desigualdad gravísima en la región. Es verdad que es la región más desigual del mundo a pesar de ser la más rica, y esas diferencias en educación se manifiestan de forma muy clara porque el sistema educativo las perpetúa. Ahora mismo, con los alumnos en sus casas, lo que se ha planteado como respuesta racional ha sido compensarlo con educación a distancia. La OEI, con el apoyo de los ministerios, ha colaborado proveyendo contenido educativo digital mensual gratuito.

También se ha puesto de manifiesto que el 40% los alumnos no tienen siquiera conexión a internet en casa. Hablo de los hogares de las familias más pobres, más desfavorecidas, en zonas rurales, comunidades indígenas en los barrios marginales de las grandes ciudades como Ciudad de México, São Paulo o Buenos Aires. Por lo tanto, son chicos que directamente se han quedado desatendidos. Además, sus padres suelen tener bajo nivel de formación y la capacidad de que el padre o la madre sean una red de apoyo educativa es muy baja. Se trata de hogares en los que no hay libros ni elementos culturales. La crisis del coronavirus ha puesto estas desigualdades de manifiesto, y las acentúa. Muy al comienzo de la epidemia se hizo un estudio con indicadores económicos comparando situaciones parecidas anteriores –no de epidemia, pero sí ha habido precedentes de cierre de escuelas por huelga de maestros–. Haciendo un análisis comparativo, se demuestra que estos alumnos pueden caer en torno a un 11% de su aprendizaje y que, incluso, de cara a su futuro laboral, pueden perder capacidad de ingresos salariales por cualificación. Esto tiene consecuencias para el futuro. La reacción es muy sencilla: que los Gobiernos, lo más rápido posible, reformen los sistemas educativos para que sean inclusivos y que realmente impulsen la conectividad de todos los hogares más vulnerables. Algún Gobierno ya se ha puesto a ello, y yo destacaría el caso de Portugal. Su primer ministro, António Costa, ha dicho que si no es en un año será en dos, pero hay que conseguir que todos los estudiantes tengan lugares con acceso a internet y conectividad. En el caso de Portugal, al igual que en España, estamos en un 10% de tasa sin conectividad.

El caso de la educación superior es muy singular y tiene un impacto especial porque son 30 millones estudiantes: nunca ha habido tantos universitarios en América. El 70% de ellos procede de familias sin formación universitaria, de clase media baja que tienen puestas unas expectativas tremendas en que esta formación les ofrezca mejores oportunidades de vida. En estas universidades normalmente se desarrollan actividades de laboratorio o prácticas que ahora están paradas, lo que supone una hipoteca importante para el futuro.

«El 40% los alumnos no tienen conexión a internet en casa»

Con un 40% de los estudiantes sin conexión a internet en sus casas, ¿es la educación online realmente la solución para la región?

Es una alternativa real, pero con matizaciones. En las etapas de infantil y básica, la educación online es un elemento o instrumento educativo válido, pero que no sustituye –salvo excepciones– a la educación presencial. Esta última supone acudir a un colegio o a una escuela, interactuar con compañeros, realizar ejercicio físico, tener referentes personales como el maestro que puede ser un ejemplo para el alumno… Además, hay una función que realiza la escuela y no podemos olvidar: acoge a los niños durante una serie de horas para que las familias tengan tiempo disponible para trabajar. Salvo casos extremos de niños con enfermedades crónicas, cuya única alternativa es la educación online, las clases presenciales son necesarias. Aún así, la educación telemática debe ser una parte habitual de la enseñanza, y ya lo está siendo. Muchas veces nos planteamos la cuestión de si usar móviles en clase o no, y no olvidemos que los chicos y las chicas ahora aprenden dentro y fuera de la escuela. Es una realidad. No podemos poner puertas al campo. Nuestros hijos y nuestros nietos, nuestros alumnos, vienen a clase y después hacen trabajos con los compañeros fuera de clase. La escuela ya no tiene monopolio de educación. Lo que tenemos que hacer es, por tanto, conseguir que la conectividad llegue a todos. Es un problema de justicia, porque la enseñanza digital solo la llevan a cabo unos alumnos de un tipo de colegios que tienen equipamiento completo y un profesor formado para trabajar online, pero no lo hacen aquellos chicos de colegios en los que no hay conectividad, de familias humildes y cuyos maestros y maestras no tienen la formación para trabajar de esa manera. Pero en la educación básica, primaria y secundaria, la educación online nunca será un sustituto del curso presencial, aunque sí creo que la oferta es común para todos porque hay muchas actividades para hacer en internet que todos podrían realizar si tuviesen acceso. La tecnología lo que ofrece es una ventana de oportunidades y queremos que sea igual para todos.

¿Cómo puede afectar la educación online a la brecha educativa existente en la región, ya no solo entre países sino también dentro de unas mismas fronteras, entre comunidades rurales, indígenas y urbanas?

El impacto negativo en cuanto a la falta de acceso o brecha digital afecta especialmente a las poblaciones suburbanas, los grandes barrios en torno a las ciudades, por ejemplo, en el caso de Argentina, en Buenos Aires, lo que se llama la villa miseria, o en São Paulo, Lima, Santiago de Chile, México… Afecta también a las zonas rurales, que tienen escasa cobertura o a la que internet llega a una velocidad que no permite trabajar. Además, están las comunidades indígenas, que son grupos completamente rurales y que, además, a veces tienen dificultades comunicativas. Se ha hecho un esfuerzo en la región por crear contenido educativo en las lenguas indígenas. Hace poco hablaba con la ministra de Educación de Ecuador por videoconferencia y me decía que habían creado contenido digital en ocho lenguas diferentes del país. Es algo que se debe impulsar porque la lengua habitual de esos chicos es la lengua materna, que no es ni el español ni el portugués, sino el náhuatl, el emberá u otro idioma propio como el quechua o el guaraní.

«Los Gobiernos han de reformar, lo antes posible, los sistemas educativos para que sean inclusivos»

En vuestro último informe, Efectos de la crisis del coronavirus en la educación, aseguráis que «hay que lograr que los jóvenes, especialmente los de grupos de más riesgo, regresen a la escuela y permanezcan en el sistema cuando los centros escolares vuelven a abrir». ¿Cómo se puede conseguir un objetivo tan ambicioso?

En una videoconferencia con ocho ministros de la región planteé ese tema, sobre todo en dos momentos críticos: el final de la secundaria –o el último curso de bachiller en el caso de España– y los últimos cursos de universidad. Los chicos están estudiando, pero la crisis les saca de la escuela o de la facultad y se van a casa, a hogares humildes, pobres, y ese estudiante empieza a trabajar y a colaborar en la economía doméstica. Y una vez empieza, aumenta el riesgo de absentismo. Es algo muy frecuente en esta región. Ese chico o chica queda enganchado a la actividad cotidiana y probablemente no volverá a clase. Ya se han puesto en marcha medidas, como una campaña argentina muy llamativa que involucra a deportistas del Boca Juniors y del River Plate. En la campaña, lo que decimos a través de los jugadores de fútbol es que el partido se juega hasta el final. Hacerles entender esto es muy importante, al igual que acompañar abandonos prematuros que se producen o bien por esta crisis o de manera sistemática en la zona rural por trabajo infantil –que está prohibido pero que es muy común– o, en el caso de las chicas, por el embarazo prematuro, un problema gravísimo en algunas zonas de la región. El abandono de la escuela de las chicas de 14, 15 años por embarazo se da de manera masiva. Por eso, además del refuerzo digital, se ha planteado el acompañamiento, con docentes que están yendo a los pueblos, a las escuelas y a los hogares para entregar los materiales y preguntar, orientar… manifestar un interés porque los jóvenes sigan en el sistema educativo. Ese modelo de acompañamiento de profesores es muy buena solución, y desde la OEI lo estamos apoyando allí donde se puede plantear.

Mariano Jabonero oei

En ese mismo informe mencionáis varias veces la importancia de que los padres y las familias se involucren en la educación para superar la crisis provocada por el coronavirus, pero ¿cómo conseguir que los más vulnerables, que no tienen una red de apoyo a su alrededor, no se queden atrás?

La familia es fundamental, por ejemplo, para algo tan básico como engancharse a la lectura cuando los niños son pequeños. Esas familias en las que papá, mamá o los abuelos leen cuentos a los pequeños con dos o tres años y lo acompañan con lecturas más adelante, hacen que ese niño sea un buen lector. Esa es la mejor inversión posible. Un chico, una chica, que es buen lector y le gusta la lectura tiene el mejor pronóstico posible para alcanzar el éxito escolar. Y es una tarea tan sencilla en la primera infancia como que la familia lleve a cabo esa práctica tan divertida de leer un cuento. Pero también es importante el interés por la escuela, que esta sea apreciada por la familia. Hace dos años hicimos una encuesta y les preguntamos a los chavales si sus padres les hacían esa rutinaria pregunta de cómo les había ido en clase. Muchos la hemos sufrido, pero descubrimos que solamente una tercera parte de los padres les preguntaban a sus hijos por el colegio. Si los referentes de los alumnos, que son sus padres, no les preguntan por el colegio, lo que les da a entender es que no importa. Habría que animar a las familias –y es una tarea pendiente– a que haya mayor implicación, que no significa que hagan los deberes con los chicos, como se piensa muchas veces, sino preguntar cómo ha ido en el colegio, hablar con el maestro o con la maestra de vez en cuando… Eso va a hacer que el alumno vea que la escuela cuenta. Además, los colegios deben ser centros más abiertos a la comunidad, pero a veces son muy opacos. Por eso, tienen que rendir cuentas, contar lo que están haciendo a las familias, explicarles… tiene que haber una comunicación fluida.

«El abandono escolar de chicas adolescentes por embarazo se da de manera masiva»

Cada Gobierno intenta atajar la pandemia de una manera diferente.  López Obrador, Bolsonaro, Ortega, Bukele, Piñera, Duque… ¿cómo están afectando las diferentes gestiones de los líderes iberoamericanos al panorama educativo en la región?

Una cosa es la política de titular de prensa y otra muy diferente la práctica: en materia educativa, el día a día es muy parecido en todos los países. Los propios ministros de Educación nos han pedido que publicásemos en la web un repositorio de las medidas que están tomando los Gobiernos de la región en materia educativa durante la crisis del COVID-19. Al final lo que preguntan es qué hace el vecino. El caso de Brasil, por ejemplo, en educación pasa un poco como en España, la competencia la tienen los estados, el equivalente a nuestras comunidades autónomas, y todos están haciendo cosas muy parecidas en la práctica. Un tema que me gustaría plantear es la situación económica de crisis que va a ser brutal cuando todo paso. Por eso, va a hacer falta no solo invertir lo que ya se estaba haciendo en educación, sino más y mejor. Y va a ser muy complicado porque la región está teniendo la mayor pérdida en el PIB desde la gran crisis de 1929. Se avecina un problema para los gobiernos: defender conjuntamente ante entidades de inversión internacional –como el Fondo Monetario, el Banco Mundial– que tienen que aportar recursos. De esta recesión económica va a ser muy difícil salir. Se tienen que hacer esfuerzos de todo tipo, políticos y económicos. Salimos de esta crisis –menos, porque muchos se han quedado por el camino–más pobres. Se dice que saldremos más fuertes, pero no sé por qué. Tenemos un trabajo muy importante que hacer todos los gobiernos y las organizaciones para evitar un impacto mayor en la educación.

¿Hay voluntad política para hacer este sobreesfuerzo de invertir en educación y exigir que se invierta en ella?

Creo que sí. Hasta ahora lo había: la inversión en América Latina el año pasado llegó a ser del 5,2%, es la región que más invierte en educación en el mundo. Eso demuestra que había un interés político por la situación. Ahora mismo hay un factor inevitable e indiscutible que es que la inversión va a ser en salud y también en asegurar rentas familiares. Es necesario, pero no debemos dejar atrás que la educación es garantía de futuro.

La cooperación es uno de los pilares en los que se fundamenta un futuro sostenible del planeta. ¿Cómo se podría, a través de ella, evitar una catástrofe educativa en la región?

Estamos viviendo la crisis más grave del último siglo, y aquí o actuamos con lógica de cooperación solidaria o si no será imposible superarla. Si salimos de esta, lo hacemos todos juntos, no hay atajos ni salidas individuales. Tenemos un precedente negativo: la crisis del 2008 supuso que el 80% de los fondos de cooperación desaparecieran. Y no se han recuperado.  Si ahora vuelve a darse un recorte fuerte sería la puntilla a la cooperación internacional. Hay que tener en cuenta que somos países que compartimos lengua, historia, familia muchas veces y, sobre todo, intereses y economía. Si no actuamos conjuntamente, con esfuerzo, en cooperación, puede afectar a la economía y a nuestro bienestar. Es una cuestión de movilizar recursos. En este momento la cooperación española, la europea, el FMI y la comunidad internacional tienen que ser conscientes de que hay que inyectar dinero, liquidez, en el sistema para poder salir de la crisis y compensar desigualdades. Mi mayor preocupación es esa salida de la crisis. Ahora mismo hay tres frentes abiertos: combatir el virus, aplacar los efectos de la crisis en los sistemas sociales, educación y salud, y combatir la retórica vacía, es decir, dejar de hablar de cooperación, pero sin llegar a ningún sitio.

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