Opinión

Almas de cántaro

Los ciudadanos deberíamos impulsar y exigir una defensa radical del ser humano como primer paso para recuperar la dignidad perdida y las desastrosas consecuencias de la pandemia.

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25
mayo
2020

«Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos», escribió Jorge Luis Borges en el prólogo del Informe de Brodie, hace ahora cincuenta años. No sé si en 2020, por fin, ha llegado ese momento. Y no lo digo –solo– por el simpar episodio del acuerdo suscrito por el PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu para la «derogación íntegra» de la reforma laboral del 2012, y por sus circunstancias concurrentes, más propias de un esperpento que del país serio que debiéramos ser. El catedrático Federico Durán, que fue presidente del Consejo Económico y Social con gobiernos del propio PSOE y del PP, ha escrito sobre el pacto que, «además de ser demagógico, técnicamente inviable y económicamente perjudicial, el mensaje político que se transmite es peligroso y autoritario». Y, después de este vodevil, uno sigue pensando, inquieto, si la nueva realidad que nos quieren vender, con todos sus aderezos, no encierra una gran renuncia: desprendernos del pasado con todas sus consecuencias.

En España, los políticos -Gobierno y oposición- parecen no pensar en el futuro o, sencillamente, no pensar. ¿Se han percatado de que el acuerdo de gobierno suscrito hace unos meses es papel mojado ante la pandemia y sus desgarradores resultados? ¿Acaso no se dan cuenta de que los gobiernos de todo el mundo –y algunos lo están haciendo ya– tienen que plantear, sí o sí, proyectos urgentes de recuperación tras la pandemia? Y esa tarea debe hacerse contando con todas y cada una de las fuerzas políticas. Así lo ha pedido, por ejemplo, el Gobernador del Banco de España que ha demandado en el Congreso «un acuerdo político acorde a la magnitud del reto» con una terapia de choque en la que se conjuguen sin estorbarse las políticas fiscal y monetaria adecuadas con el necesario adobo de una respuesta coordinada europea.

«La mentira es una pesada losa que nos esclaviza, pero eso no parece importar demasiado en algunos sectores de la ciudadanía»

Plutarco aconsejaba que el político debe adaptarse al carácter del pueblo y tomarlo como objeto de su esfuerzo, «sabiendo con qué cosas el pueblo se complace y por cuales se deja conducir de forma natural». Los españoles tienen derecho –y así lo quieren– a salir de la pandemia cuanto antes y encarar la recuperación económica arrimando el hombro y pasando algunas dificultades, pero seguros de que podrán conseguirlo. Necesitamos, eso sí, dirigentes que sepan negociar con Europa ayudas, dinero y solidaridad; políticos, en todos partidos, a la altura de las circunstancias –que no tenemos–; gobernantes capaces y honestos, pero Séneca nos enseñó que no puede ser honesto lo que no es libre, pues temor es servidumbre, como la mentira.

Nunca se ha mentido tanto como en estos tiempos, ni se ha mentido de manera tan masiva y tan absoluta como se hace hoy. La mentira es una pesada losa que nos esclaviza, pero eso no parece importar demasiado en algunos sectores de la ciudadanía porque, como escribió Hannah Arendt, «lo que el populacho quería… era acceder a la historia al precio de la destrucción». No sé si estamos avanzado en esa dirección, consumando la ruptura entre nosotros y los otros, alimentando la soberanía del odio y dejando fuera de lugar el compromiso común y la veracidad. La incapacidad de mentir se convierte así (koiré) en una tara, en un signo de debilidad y de incapacidad. Los políticos lo creen y, al engañarnos, nos están faltando al respeto.

En estos duros momentos, el Gobierno tiene que ser capaz de gobernar para todos los españoles y de crear historias que construyan. Aquí no hay –ni puede haber– ni buenos ni malos: es preciso que llenemos de esperanza el zurrón de los ciudadanos, de las empresas y de los inversores sin dar tumbos ni meter la pata hasta el corvejón, pensando antes de tomar decisiones. Necesitamos salir de este barrizal cuanto antes, y los ciudadanos deberíamos impulsar y exigir una defensa radical del ser humano como primer paso para recuperar la dignidad perdida y las desastrosas consecuencias de la pandemia. Por ejemplo, invirtiendo en sanidad y en educación, apoyando el empleo, fortaleciendo a las empresas y ayudando con políticas sociales a los que más lo necesiten, contando con políticos demócratas y honrados que acepten el reto, nos transmitan esperanza y que, cumplida la tarea, nos devuelvan la confianza que necesitamos.

Dudo. ¿Son acaso almas de cántaro los gobernantes y los políticos? Alguno habrá pero, en general, no lo son. No podrían. Los alma de cántaro son personas ingenuas e inocentes: «Y a vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el cerebro que sois caballero andante?», escribe Cervantes en El Quijote. Tengo la impresión, certeza más bien, de que los únicos almas de cántaro son los ciudadanos que se creyeron –que nos creímos y nos creemos–, las promesas de los políticos y abrigábamos la esperanza de que se cumplirían. Nunca fue así y nunca será así, y ellos lo supieron siempre.

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