Agua

Hacinados y sin agua: los campos de refugiados ante la pandemia

Una persona necesita entre 15 y 20 litros de agua al día para cubrir sus necesidades más básicas. Sin embargo, no solo son muy pocos los campos de refugiados que tienen acceso a estas cantidades, sino que, en la mayoría, las personas viven en condiciones de insalubridad que las deja desprotegidas ante la pandemia del coronavirus.

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20
marzo
2020

Puedes lavarte las manos al ritmo del Wannabe de las Spice Girls, del Oops I did it again de Britney Spears o de La bilirrubina de Juan Luis Guerra. Da igual la canción que escojas, lo que realmente importa es que todos nos lavemos las manos con agua y jabón durante al menos 20 segundos para protegernos a nosotros mismos –y a los demás– del COVID-19. Parece sencillo, pero un acto tan básico y cotidiano para unos, es toda una odisea para otros. Actualmente, en el mundo hay 70,8 millones de personas desplazadas a la fuerza. De ellas, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) cifra que 41,3 millones son desplazadas internas y 25,9 millones, refugiadas que viven, en su mayoría,  en ciudades y asentamientos. Sin embargo, aproximadamente un 40% lo hace en campos de refugiados. Y es allí donde ese pequeño gesto de lavarse las manos para no contagiarse ni propagar la enfermedad del coronavirus –o cualquier otra– se convierte en el mayor reto de todos. Sobre todo cuando el agua del grifo escasea.

Según Acnur y la Organización Mundial de la Salud (OMS), se necesitan entre 15 y 20 litros de agua por persona al día para cubrir las necesidades básicas de salubridad y bienestar. Sin embargo, la realidad que denuncian las oenegés y la agencia de la ONU es muy diferente. «Cada campo de refugiados y desplazados internos es diferente, pero aún no he visto uno en el que se llegue a esa cifra mínima», explica Maite Guardiola, asesora en Kenia de Agua y Saneamiento de Médicos Sin Fronteras (MSF). La experta asegura que hay zonas, especialmente en territorio africano, en las que la desertificación es tan severa que es complicado obtener los recursos hídricos mínimos, o las inversiones que necesitarían para llevarlos hasta los campamentos son desorbitadas.

Maite Guardiola (MSF): «La capacidad de un cubo pequeño es toda el agua que tienes para lavarte, comer, cocinar, beber…»

Uno de los campamentos oficiales que existen en el norte de Nigeria, por ejemplo, tan solo dispone de una media de 12 litros de agua por persona y día, aunque Guardiola asegura que en algunos de sus barrios la cifra cae hasta los 9 litros. «La capacidad de un cubo pequeño es toda el agua que tienes para lavarte, comer, cocinar, beber… para absolutamente todo», recuerda. Por el contrario, existen campos, como los situados en Irak, donde se dispone de 80 litros por persona y día, muy por encima de la media, según Acnur. Aunque, aseguran desde la organización, estos últimos son más la excepción que la norma.

La situación en los campos europeos no es mucho mejor: la coordinadora de MSF en Grecia, Hilde Vochten, denunciaba la pasada semana –en pleno estallido de la crisis de coronavirus en Europa– que en el campo de Moria, en la isla de Lesbos, solo hay un grifo de agua por cada 1.300 personas y no hay jabón disponible. «Familias de cinco o seis miembros tienen que dormir en espacios de no más de tres metros cuadrados. Esto significa que las medidas recomendadas para prevenir la propagación del virus, como el lavado frecuente de manos y el distanciamiento social, resultan simplemente imposibles». Urgía así a la evacuación del campo griego, aunque otras oenegés ya han advertido de la propagación del COVID-19 que, como cualquier otra enfermedad, se podría extender como la pólvora.

En el campo de Moria (Grecia) hay un grifo para 1.300 personas

Como consecuencia de la falta de acceso al agua, en estos lugares es habitual que haya una falta de saneamiento básico, es decir, que carecen de condiciones sanitarias básicas. Oficialmente, nunca debería haber más de 20 personas por letrina, pero en los campos de refugiados a veces hay hasta 37 personas por cada aseo, como ocurre en los campos de Sudán. «Normalmente, hasta que la gente no está viviendo como se exige, es decir, en casas, y se les permite construir un baño dentro, es muy complicado que se cumplan unos mínimos de salubridad, porque cuando solo dispones de 10 litros de agua para tu vida, limpiar los baños no es una prioridad», explica Guardiola. El hacinamiento en los campos de refugiados y desplazados internos es la norma y solo algunos, que han dejado de ser provisionales y se han convertido en verdaderas ciudades o barrios disponen de un mínimo de condiciones que, a pesar de todo, siguen siendo insuficientes.

La exposición a estas condiciones supone, sobre todo, un riesgo para la salud de las personas que viven en los campos de refugiados. «La falta de agua provoca todo tipo de diarreas que pueden venir por diferentes tifoideas o cóleras; además, estas se ven agravadas por las infecciones respiratorias provocadas por el polvo y la falta de lluvia y es muy común que se produzcan fiebres desconocidas o provocadas por la malaria o el dengue», asegura Guardiola. Todas estas enfermedades son comunes en cualquier asentamiento de refugiados y desplazados internos del planeta y, por ello, las oenegés alertan del peligro que el coronavirus, unido a la incapacidad de mantener unas condiciones de higiene básicas, supone para la salud de estas personas.

Nadie es capaz de llevar una vida digna sin agua. Ninguna pandemia se puede superar sin ella. Y ese es el desafío al que se enfrentan, a diario, aquellos que intentan mejorar las condiciones de vida de todas las personas que se han visto forzadas a abandonar sus hogares. Por eso, no podemos olvidar que, como se le atribuye a Leonardo Da Vinci, «el agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza», pero en pleno siglo XXI hay gente que todavía no puede acceder a ella.

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