Derechos Humanos
'There will be blood' o el precio de la ambición
Ambientada en la California del siglo XX, la película There will be blood narra la vida de un minero obsesionado con encontrar el petróleo.
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El cine nos ha enseñado cuán alto precio se paga por una ambición desmedida. La ferocidad que conlleva la propia ambición termina por devorar al ambicioso. En el pecado lleva la penitencia, resume la sabiduría popular. El tesoro de Sierra madre, la película de John Huston en la que un desesperado Humphrey Bogart se asocia a dos compatriotas suyos para buscar oro y abandonar su miseria es un buen ejemplo. Avaricia, de Erich Von Stroheim, Ciudadano Kane, de Orson Wells, Gigante, de George Stevens o El sueño de Casandra, de Woody Allen, ilustran del mismo modo las consecuencias de una ambición insaciable.
Precisamente ahora se cumplen diez años de un filme emblemático en lo que a la codicia se refiere: There will be blood, traducida al castellano como Pozos de ambición, basada en la novela Oil! (¡Petróleo!), de Upton Sinclair, publicada en 1927. Dirigida por Paul Thomas Anderson (Magnolia, The Master…), recibió ocho nominaciones a los Oscar (incluyendo mejor película, director y actor principal), y obtuvo dos estatuillas: mejor fotografía, la de Robert Elswit, y mejor interpretación protagonista, que recibió el actor Daniel Day-Lewis, uno de los más aclamados de su generación. El intérprete acaba de anunciar que deja su carrera a las 60 años. Ganador de tres premios Oscar por sus papeles protagonistas de las películas Mi pie izquierdo, Pozos de ambición y Lincoln, ha dicho en un comunicado que se retira por una «decisión privada», según ha publicado la revista Variety.
El arranque es sensacional. Alrededor de quince minutos rodados con una sobriedad casi inquietante, sin diálogo alguno, con un empleo de la música exacto y nada efectista (compuesta por Jonny Greenwood). Lo austero del inicio se convierte en un ritmo desaforado y unas interpretaciones excesivas como el ansia que rige a los protagonistas en estos 158 minutos de metraje.
Ambientada en la California de principios del XX, la historia narra la vida de un minero, interpretado por Day-Lewis, que vive en la pobreza extrema manteniendo, a duras penas, su dignidad, que se hace cargo del hijo de un compañero que muere en un accidente laboral. Un día cualquiera (sin aviso previo, como acontecen los días decisivos), recibe cierta información, la existencia de petróleo en abundancia en un pequeño pueblo perdido del Oeste, Little Boston. Allí se trasladará con su hijo adoptado, soñando salir de la miseria.
Al llegar al pueblo, Plainview se encuentra con un tipo avieso, marcado por la avaricia y la maldad, el pastor pentecostal Eli Sunday (interpretado por un espléndido Paul Dano). Ambos resultan ser el reflejo de lo mismo; son ambiciosos y detestan al resto del mundo, pero se necesitan el uno al otro para saciar su avidez.
Daniel Day-Lewis transmite con maestría la obsesión de Plainview por encontrar el petróleo anhelado. Y da con él. Lo que en un principio es celebración, alegría y entusiasmo, se convierte a la velocidad del escalofrío en corrupción, mentiras, traiciones, sospechas, desconfianzas y depravación, que socavan los valores humanos más necesarios: amor, fraternidad, confianza, solidaridad… Cuanta mayor riqueza, mayor podredumbre. Plainview se convierte en ese hombre «de alma fea» del que hablaba Machado.
De cómo va a pervertir el petróleo a Plainview da cuenta la escena en la que localiza el primer pozo. Enloquecido por el hallazgo, deja solo a su hijo, HW, para entregarse a una risa casi perversa. A partir de ese momento, todo se sale de madre. Todo se convierte en un exceso, incluso la interpretación del propio Lewis, embrutecido por una copiosa riqueza.
Uno revisa esta película, tan realista gracias a la interpretación de Day-Lewis, y piensa en lo poco que ha cambiado el hombre, que nunca terminó de aprender la lección del Rey Midas. Y surgen paralelismos aterradores por lo contemporáneo: el banquero Bernard Madoff; Silvio Berlusconi, presidente del Consejo de Ministros de Italia; Christine Lagarder y Rodrigo Rato, directores gerentes del Fondo Monetario Internacional; Leo Messi, futbolista; Charles Pasqua, ministro del Interior de Francia; Carlos Menem, presidente de Argentina; Dilma Rousselff y Lula da Silva, presidentes de Brasil; Ernesto Zedillo, presidente de Méjico; Alberto Fujimori, presiente de Perú; Pyongyang, presidente de Corea del Norte… por no sacar al encerado nombres españoles, cuya retahíla podría ser angustiosa por lo extensa. Todos ellos disfrutaban de un alto nivel de vida que un día se les quedó pequeño. Y les engulló la ambición. Como a Plainview.
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