Cambio Climático

La tormenta perfecta

El impacto del cambio climático cuenta con un severo diagnóstico por parte de la comunidad científica, pero ahora también son los mercados e inversores quienes demandan sostenibilidad.

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25
octubre
2016

Las empresas ya no pueden darle la espalda al desafío del cambio climático. El impacto de este fenómeno en el medio ambiente y en la vida de las personas cuenta desde hace años con un severo diagnóstico por parte de la comunidad científica, pero ahora también son los mercados e inversores quienes demandan sostenibilidad. ¿Están preparadas las compañías para adaptarse a las nuevas reglas del juego?

Si hace unos lustros hubiéramos introducido en la barra de Google «descarbonización de la economía», los resultados de búsqueda habrían sido, probablemente, exiguos. Las cosas han cambiado radicalmente desde entonces. Y con especial ímpetu en los últimos dos años. A la campaña internacional de desinversión en combustibles fósiles lanzada en septiembre de 2014, se sumaron, en diciembre de 2015 −coincidiendo con la celebración de la Cumbre de París− más de 500 instituciones.

En paralelo, la OCDE lanzaba un mensaje claro a los mercados: «El endurecimiento de las políticas climáticas no solo tendrá un impacto en las decisiones de inversión futura, sino también en la rentabilidad de los activos existentes». La Agencia Internacional de la Energía (AIE), por su parte, cifraba en 300.000 millones de dólares los activos en petróleo, gas y carbón que se devaluarán en las carteras de empresas e inversores en 2050 solo en el sector energético, si se cumple con el objetivo –ambicioso− de reducir las emisiones de CO2 para limitar el aumento de la temperatura global a dos grados centígrados.

Los expertos reunidos en diciembre de 2015 en París coincidieron en que el punto de inflexión se producirá cuando entre un 5% y un 6% de los grandes flujos financieros se nieguen a invertir en algo que implique riesgo climático. El fondo soberano de Noruega, el mayor del mundo, con más de 720.000 millones de euros bajo gestión, ha sabido interpretar el dictamen. En junio de 2015, el Parlamento noruego aprobó de forma unánime el abandono de las empresas mineras y eléctricas en las que el carbón representara al menos el 30% de su negocio. El último año ha excluido a 73 compañías por motivos medioambientales y éticos: dieciséis de ellas eran productoras de energía térmica, once de extracción de carbón, diez mineras, ocho fabricantes de cemento, cuatro papeleras y dos productoras de aceite de palma.

Las señales son evidentes y el tiempo, de descuento: el sector financiero debe tener certezas sobre dónde destina su dinero. «El cambio es inevitable», sentenciaba el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, tras el acuerdo contra el cambio climático al que llegaron los 195 países reunidos en la capital francesa. «Se estima que será necesaria una inversión anual de 450.000 millones de dólares en políticas de adaptación y mitigación de los efectos del cambio climático, así como inversiones próximas a los 800.000 millones de dólares anuales en infraestructuras energéticas para el consiguiente cambio de modelo productivo», concreta Manuel Gómez, director del Programa Directivo Finanzas para la Sostenibilidad y Cambio Climático del IEB (Instituto de Estudios Bursátiles) y presidente de la multinacional Avangreen.

«No hay marcha atrás, no existe un nuevo modelo de desarrollo. Tenemos que empezar a desacoplar emisiones y patrones de consumo», dice Valvanera Ulargui, directora general de la Oficina Española de Cambio Climático, y llama a la acción: «Todas las empresas deben hacerse un diagnóstico propio para evaluar su impacto; es importante que se conozcan bien para poder desarrollar una estrategia». El punto de partida no es igual para todas. Las soluciones tampoco son únicas: «No hay una sola receta válida, cada compañía tiene que integrar internamente su estrategia de negocio, analizar su cuenta de resultados, pero también aspectos cualitativos relacionados con inversiones que revierten en importantes ahorros. Los inversores están demandando cada vez más un comportamiento que vaya más allá».

Del riesgo a la oportunidad

El concepto ‘cambio climático’ se ha convertido ya en un factor capital tanto en las estrategias de inversión como en las decisiones corporativas, y en un elemento de competitividad diferencial. Algunos datos confirman la tendencia: los conocidos como «bonos verdes» –títulos de crédito emitidos a inversores por parte de instituciones públicas para realizar proyectos sostenibles– levantaron 24.766 millones de euros en 2015 en Europa, según la firma de análisis Dealogic. La cifra supera en un 212% lo que se invirtió en 2013, el triple respecto a ese año. Y resulta astronómica si se compara con los 782 millones de inversión registrados en estos bonos en 2010.

«Hay una ventana de oportunidad brutal», afirma sin dudar Manuel Gómez. Sin embargo, advierte de que también existe un notable vacío de conocimiento: «Solo aquellos que se formen y que adquieran los instrumentos necesarios para este desafío sacarán partido. Está bien decir ‘quiero ser más verde’, pero, ¿cómo hago eso de una manera efectiva?». Según Gómez, la sostenibilidad en las empresas ha sido, hasta ahora, un tema cosmético «y, en la medida en que algunas lo sigan considerando como tal, fracasarán, por muchas memorias de sostenibilidad que publiquen».

Lo cierto es que no todas las compañías vislumbran la lucha contra el cambio climático como una ventaja competitiva. Según los cálculos de la consultora EY, entre las más de 60 compañías a las que la consultora ha analizado en el último año y medio, un 90% ve el cambio climático como un riesgo. «Hay que despojarlo de cualquier significado que roce la ideología o una connotación emocional. El cambio climático no es un tema de believers, de creer o no; no es un tema de cuento, sino de cuentas. Es el momento de que sepamos aterrizar el concepto en las compañías», sostiene Alberto Castilla, director Ejecutivo de Gobierno Corporativo, Reputación y Sostenibilidad de EY España y uno de los profesores del máster impulsado por el IEB.

Traducir emisiones de CO2 en euros no es fácil. «En las áreas financieras aún no son del todo conscientes de cómo puede afectar al negocio, por eso necesitan el área de sostenibilidad. Los directores de sostenibilidad tienen el conocimiento, las herramientas y la hoja de ruta. Son perfiles con la formación técnica necesaria para saber interpretarlo. Pensamos que, cuando una compañía basa su modelo de acción en identificar riesgos, tiene un enfoque defensivo y negativo. Yo digo que no», continúa Castilla.

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Otros estudios, más optimistas, corroboran que algo se está moviendo en el seno de las empresas y en los centros de toma de decisiones. Según revela el informe Una llamada a la acción contra el cambio climático, elaborado por el Pacto Mundial y Accenture Strategy, los líderes empresariales tienen cada vez más claro que las acciones para atenuar el calentamiento global representan una oportunidad de crecimiento y de desarrollo de la innovación para sus empresas. En concreto, el 70% de los ejecutivos de compañías con ingresos de más de 1.000 millones de dólares anuales cree que el cambio climático beneficiará al crecimiento de sus compañías a lo largo de los próximos cinco años, mientras el 48% considera que es un fenómeno ante el que hay que actuar de manera inminente.

Si bien es más fácil ser inversor que empresa, en opinión de Jaime de Silos, director de Forética y presidente de Spainsif, «ya que es relativamente sencillo diversificar buena parte del riesgo climático». «Los inversores llevan preparándose para el cambio climático más de una década. Han hecho los deberes y han desarrollado herramientas. Para poder gestionar, tienes que querer, saber y poder», argumenta el experto.

Los líderes del futuro… y del presente

Todo parte de la formación. Al menos, así lo cree Alberto Castilla, de EY. «Necesitamos directivos que entiendan qué es causa y qué es efecto: la causa casi siempre es no financiera; el efecto, sí.  No nos sirve de nada informar de cambio climático sin informar de los efectos financieros. Ni explicar solo la vertiente financiera, porque entonces no dispondrán de herramientas». Y añade, taxativamente: «Las grandes decisiones de las compañías se basan en las no financieras que tienen una consecuencia financiera».

¿Nos encontramos a las puertas de una nueva revolución industrial? ¿Qué políticas de obligado cumplimiento se han implantado ya y qué veremos en el futuro? ¿Cómo afectarán estos cambios a nuestro modelo de vida? ¿Cuáles son las claves geopolíticas y geoestratégicas que dirigen el cambio? ¿Existe un régimen sancionador para los incumplidores? ¿Cómo se estructura la inversión necesaria para el cambio? Son algunos de los interrogantes que plantea el cambio climático y a los cuáles se pretende dar respuesta en el máster sobre finanzas para la sostenibilidad del IEB, un programa innovador que permitirá entender, desde un punto de vista práctico, las estrategias fundamentales en materia de cambio climático a nivel internacional y su impacto en las políticas regionales y locales.

«La educación siempre tiene que ser bien recibida, pero no podemos esperar a que los futuros líderes se formen», advierte Jaime Silos, de Forética. «Los cinco próximos años son críticos. Si solo confiamos en los futuros líderes, estamos perdidos; hay que ir un paso más atrás y trabajar con los de hoy». Valvanera Ulargui coincide: «Aunque la solución también pasa por sensibilizar a toda la sociedad y a los futuros gestores, al final son los gestores actuales quienes tienen la responsabilidad de provocar el cambio. Hay una responsabilidad generacional de abrir camino al resto».

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