Cultura

Visita guiada a los laboratorios del cambio

De Silicon Valley al MIT, los grandes centros de innovación demuestran que el conocimiento debe abandonar las élites e impregnar la ciudad para lograr una verdadera transformación social.

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20
julio
2016

El pensamiento ni se crea ni se destruye, solo se transforma en prosperidad. Hace falta, desde luego, que esté bien dirigido. Porque como elemento del cambio resulta imbatible. Y esa revolución tiene una derivada física. Espacios míticos que hablan de memoria, emprendimiento y formación. El Instituto Tecnológico de Massachusetts, las universidades de Stanford y Harvard, los ecosistemas de Palo Alto y Silicon Valley, el Instituto Fraunhofer (Alemania) o el campus de Aalto (Finlandia) poseen el privilegio de revolucionar la forma en la que leemos e interpretamos la vida.

En la Universidad de Harvard, por ejemplo, han coincidido dos de los mayores emprendedores de nuestro tiempo: Bill Gates y Mark Zuckerberg. Aunque ambos, paradojas de quienes caminan por delante de su propia época, tuvieron que abandonarla para crear Microsoft y Facebook. Compañías que encienden el verdadero reflejo del cambio: las ideas.

Esa caverna iluminada que describió Platón se siente en números sencillos pero grandes. Entre 2000 y 2007, los graduados del MIT crearon más de 5.800 compañías. Y el impacto económico de los emprendedores que llegan de sus aulas es tan profundo que, si juntásemos los ingresos de las compañías que alientan su talento, sumarían dos billones de dólares. Sería la undécima economía del planeta. Un mundo impulsado por el logos que no tiene miedo a enfrentarse al fracaso. Tanto es así que «uno de los elementos que marcan a fuego estos espacios de transformación es que el error forma parte del proceso», reflexiona Juan Pastor Bustamante, profesor de la EOI. Ese elogio del fracaso supone, también, el empeño de comenzar de nuevo. Un viaje que no contempla la soledad. «Para impulsar la innovación, necesitas colaboración y multidisciplinariedad», observa Lotta Hassi, profesora de Esade Business and Law School. «Y ese compromiso común entre universidades, centros de investigación, inversores, emprendedores y compañías consolidadas es el que produce la chispa de lo innovador».

Un fogonazo que tiene mucho que ver con la ebullición que se siente en Cambridge, Palo Alto, el MIT o Stanford. Todos estos territorios están unidos por un tejido invisible que Daniel Isenberg, fundador del ecosistema para emprendedores Babson Entrepreneurship (Massachusetts), traza con precisión. Y en su relato habla, primero, del factor humano. «Son universidades que reúnen a las mejores mentes del mundo; los mejores estudiantes», asegura. Quizá porque en Babson enseñan que el emprendimiento es la fuerza más poderosa de la tierra para gestionar el cambio. Una interpretación distinta que se contagia a la vida, la sociedad o los negocios. Ese sentido trasversal involucra a muchos. Por eso, en estos campus de élite, la industria (Mitre, Raytheon, FTC) trabaja al lado de las universidades. Todo ocurre mientras se emprende un viaje de ida y retorno. «Existe una cultura del intercambio. La gente va y vuelve de la universidad a la empresa, de las grandes compañías a las startups, de estas al capital riesgo; del capital riesgo a la universidad; y del laboratorio al Gobierno», desgrana Isenberg.

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Sobre ese eterno retorno virtuoso se van asentado el resto de elementos. El sector bancario (no solo aporta fondos el capital inversión) también apoya los proyectos, como hicieron los bancos de la Nueva Inglaterra en Silicon Valley durante la década de los años ochenta. Además, la ambición se siente cebada por algunas historias de éxito que se cuentan al calor de la lumbre tecnológica. De ahí que Hewlett-Packard en Silicon Valley y la desaparecida Digital Equipment Corporation (DEC) en el MIT recuerden que una bellota es una encina en potencia.

Porque todos los sectores empresariales necesitan sus propios héroes y enseñanzas. Por esta razón, aclara Pastor Bustamante, «los laboratorios del cambio son híbridos y entremezclan diversas disciplinas. A partir de este sustrato, se crean equipos con personas que tienen conocimientos de diferentes ámbitos». Pero si hay una seña de identidad de todos estos espacios donde se fragua el cambio es la conexión con la cultura. «No en un sentido elitista; no es algo que pertenezca a los científicos o a los privilegiados, sino que se extiende a la ciudadanía y a la ciudad. Lo impregna todo. Y eso supone, por ejemplo, saber escuchar la diferencia y estar abierto a otras interpretaciones; otras miradas del mundo», detalla el profesor.

Este paisaje nuevo se siente desde hace años en la cartografía que va desde la ciudad de San José a la bahía de San Francisco y que da forma a Silicon Valley. Sin embargo, ese horizonte también tiene sus sombras y, frente a la legión de admiradores de Tim Cook (Apple) y Sergey Brin (Google), convive el sentimiento crítico que provocan arribistas como Joe Gebbia (Airbnb) o Travis Kalanick (Uber). Quizá porque el dinero puede ser un objetivo, pero no el principal. ¿Alguien lo duda? «El tema básico de estas escuelas y universidades con investigación de alto nivel es la traslación de los conocimientos científicos a los productos y tecnologías que proceden de esos saberes», matiza Bruno Cassiman, profesor de Estrategia de IESE. El paso previo a llegar a la sociedad. «Y, en ese tránsito, el mejor, por ser la referencia en varios campos de la ciencia, es el MIT Media Lab, que fundó Nicholas Negroponte», revela Rodolfo Carpintier. Palabra de businness angel.

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