Opinión
«Un mundo sostenible implica una mutación del capitalismo»
«Hay que superar el cortoplacismo furibundo; lo económico es muy importante, pero no lo único». El profesor de Ética José Luis Fernández hace una crítica taxativa del capitalismo como creación cultural.
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COLABORA2016
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«Hay que superar el cortoplacismo furibundo; lo económico es muy importante, pero no lo único». José Luis Fernández (Mieres, 1958), profesor de Ética en la Universidad de Comillas y consejero editorial de Ethic, analiza en su libro ‘El capitalismo. ¿Bastan las leyes del mercado para regular la economía?’ un sistema que se ha basado en el triunfo del capital monetario, a cambio de sacrificar el humano y medioambiental. El autor hace una crítica taxativa del capitalismo como sistema económico pero, sobre todo, como creación cultural.
Cuando hablas de la frontera de nuestras posibilidades de producción y de la ley de rendimientos decrecientes, sostienes que la clave para ampliar el espectro es la innovación. ¿Cuáles han sido los mayores logros de la actualidad para paliar el hambre y la pobreza energética?
El convencimiento de que tenemos que intentar arreglar problemas. El gran logro ha sido identificar esos problemas y asumir que son un reto, que nos están afectando a todos. Sabemos que debemos reparar los retos de la gran brecha de la desigualdad, de la pobreza extrema, de la miseria, del acceso al agua, de la mortalidad infantil… los antiguos Objetivos del Milenio, ahora Objetivos de Desarrollo Sostenible. Ese es el gran impulso político: concienciar a la gente de que tenemos y podemos arreglarlo, si queremos, con voluntad y con un orden económico más eficiente y más justo. De manera más directa, ha habido dos iniciativas económicas que han contribuido mucho a mejorar la calidad de la gente de los países más pobres: de una parte, financiar los pequeños proyectos con microcréditos, y de otro, los negocios en la base de la pirámide. De los siete mil millones de personas que estamos en el mundo, en la cúspide económica somos solo el 20%. Una de las iniciativas que más ha hecho para sacar de la miseria a los de abajo ha sido el intento de hacer negocios en la misma base de la pirámide, sin caridad. Y esto no lo hacen ni los estados, ni las administraciones públicas, ni las ONG; lo hacen las empresas. Es un motor que ha contribuido últimamente a sacar de la indigencia a mucha gente, y es previsible que en el futuro eso pudiera ser una de las líneas de avance y de mejora de la sociedad.
Los acuerdos de La Cumbre de París, ¿significan el principio de un cambio real del sistema capitalista desmedido hacia un modelo sostenible o son una mera declaración de intenciones?
La historia de los movimientos sociales es lenta. Corremos el peligro de desesperarnos porque parece que estamos mareando la perdiz y que no conseguimos avanzar, pero los ritmos de las cosas son más lentos de lo que nosotros quisiéramos. La Cumbre de París no es papel mojado, despreciable o puro marketing político. La agenda está clara, y la voluntad de mucha gente es caminar y empujar hacia una normalización, un mundo más humano, más justo, más sostenible. Puede que implique un cambio de sistema o una mutación del capitalismo tal como lo conocemos, el cual plantea muchos problemas. La gente no está contenta con él, hay cada vez más injusticia y más desigualdad, y por ese camino nos vamos a cargar el planeta. Va a ser difícil, pero no imposible: el sistema tiene arreglo. Primero hay que poner otra vez lo financiero al servicio de lo económico, de la economía real, que es la liebre que se nos ha escapado en los últimos 40 años. Hay que superar el cortoplacismo furibundo con una mirada más estratégica a medio y largo plazo. Lo económico es muy importante, pero no es lo único. La gente debe decidir políticamente cómo construimos una sociedad y un mundo más habitable y mejor. Los avances van bien encaminados, pero son muy lentos. Existe una responsabilidad muy grande por parte de algunos países potentes, como aquellos que componen el G8 y el G20, de impulsar este tipo de iniciativas. Porque tienen la legitimidad para ello pero no lo están haciendo convenientemente, o tanto como sería de desear. Está de moda cierta brecha en el sistema que hay que explotar: el emprendimiento social. Empresarios que quieren resolver problemas sociales haciendo empresa. Buscan ganar dinero, pero no es su primer ni único objetivo, sino una condición para seguir ganando beneficios y reinvertirlos para resolver problemas sociales mediante la iniciativa emprendedora. Hace 30 años, ese concepto no existía, y hace 60, era impensable. Ahora mismo es una realidad que permite soñar diferentes maneras de entender la empresa y los negocios. Hay espacio para todos, máxime en un mundo global e interconectado donde la tecnología permite esto y mucho más.
El sistema llega ahora a un punto en el que, para generar riqueza, destruye recursos humanos. ¿Aspiramos a ese equilibrio que defiendes en el libro?
El problema es que la dinámica económica, independientemente del sistema, es por sí misma poco munificente, es decir, dura como la vida. Los bienes económicos lo son porque son escasos, no globales. Tenemos que aprender a organizarnos, y de ahí viene la economía, antes que el propio sistema, que puede ser capitalista o comunista, pero el hecho cierto es que las necesidades hay que satisfacerlas, y que eso cuesta un esfuerzo y trabajo. Dejado a su libre funcionar, resultan unos desajustes que imposibilitan seguir manteniendo las cosas. Todo el mundo, con la mejor de las voluntades, intenta organizar el sistema económico de un modo que se cree empleo, no suban los precios, la demanda y la oferta se ajusten… Pero son constantes las crisis y desajustes. Nadie tiene el empeño declarado de que el sistema, sea el que sea, perviva. Lo que se quiere es ajustar las cosas. La decisión de hacer las cosas de otra manera es una cuestión ética y política, más que económica. Y es en el punto en el que más se debe trabajar.
El PIB siempre ha sido considerado como una herramienta infalible para medir el crecimiento de un país. ¿Cuáles son las peores medidas que se han tomado, sirviéndose del PIB como pretexto, a expensas de la calidad de vida individual y colectiva?
Entender que la economía busca solo el crecimiento económico, es decir, el aumento del PIB, es medio entender la realidad. A los economistas siempre les ha preocupado entender qué es un país rico y cómo se genera la riqueza. No es más rico el país que tenga más oro y más plata, como pensaban los fisiócratas o mercantilistas. El índice de desarrollo humano, la calidad de vida, la satisfacción, las posibilidades de acceder a la educación, la igualdad… todo eso que no se mide dinero es mucho más importante incluso que muchos parámetros puramente económicos. Esa forma de entender la riqueza de los países ha ido cambiando en los últimos 20 años, y tendrá que cambiar todavía más. En aras a la maximización de los resultados estrictamente económicos se han tomado medidas de todo tipo. Para empezar, abrir la espita a la libertad sin ningún tipo de responsabilidad por parte de empresas, sobre todo financieras, que han ido creciendo muchísimo más allá de lo que es la economía real. Esta es la medida más dura, más dramática y más nefasta, porque ha traído como consecuencia que la gente juegue a corto plazo, a maximizar el valor de la acción, al capitalismo de casino, a la especulación. Las grandes empresas y los que especulan a nivel mundial nos han metido por unas dinámicas donde, cuando las cosas vienen mal, lo único que hay que hacer es cortar por lo sano, cerrar puestos de trabajo, cerrar empresas… Y eso realmente es un drama. Todo ello viene porque se nos ha escapado la globalización financiera, y hasta que no volvamos a agarrar ese globo y atarlo a la economía real, no tendremos tranquilidad. Por eso las empresas que hoy en día quieren ser socialmente responsables son conscientes de que tienen que manejar el capital financiero pero, además, optimizar el capital social, humano y ecológico. Todo esto que ahora vemos más o menos claro, hace 30 años no se veía, y de aquí a otros treinta, este sistema evolucionará y mejorará mucho más.
La preferencia de ciertos países por fuentes de energía no renovables, como los hidrocarburos, frenan la sostenibilidad de las energías limpias, a pesar de sus incuestionables beneficios económicos.
Las causas son dos: el miedo al cambio y las altísimas barreras de salida que puede tener el hecho de dejar de producir algo que ya somos capaces de producir y sabemos hacerlo fácil y barato, y dejar de hacer eso para meternos en otro tipo de negocios donde las cosas son más inciertas y más imprevisibles. Seguimos agarrándonos al carbón y al petróleo cuando en el fondo se ve que no podemos seguir así porque son recursos no renovables y además altamente contaminantes. Esto plantea problemas de viabilidad en el futuro: del sistema ecológico, que no económico. Otra razón es los intereses tan grandes por parte de muchas empresas energéticas que tienen volúmenes de negocio más grandes que muchos Estados. En el tablero de la realidad política internacional hay empresas muy potentes que tienen su propia agenda, que no ven la necesidad ni la deseabilidad de cambiar ni de mover ficha. Son valores éticos que la ciudadanía tiene, tenemos, que empezar a exigir, no solo a quienes nos gobiernan; también a las empresas.
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