Todos somos políticos
Ahora que todos somos de alguna manera creadores de contenido, tenemos la obligación de pronunciarnos: si no estás usando tu pequeña plataforma para criticar injusticias, estás en cierto modo contribuyendo a ellas.
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La idea de que todo es política no es en absoluto nueva. La frase «lo personal es político» surge en un manifiesto feminista de 1969. Pero el proceso de «privatización» de la política, es decir, el paso que ha sufrido la política de ser el trabajo de los políticos a ser una especie de batalla cultural en la que todos somos íntimos participantes, ha sido gradual. En la última década, las redes sociales han acelerado y perfeccionado el proceso. La política ha sido finalmente sustituida por «lo político». De la política se puede escapar, pero de lo político no.
Es decir, todo es política, desde la elección de un programa de televisión a lo que hay en nuestro frigorífico. Y si todo es política, todos somos políticos.
En redes sociales, es decir, en la verdadera sociedad civil, todos ejercemos de políticos. Una de las cualidades del político es que no puede no reaccionar a algo: su trabajo en nuestra época hipermediática y aceleradísima consiste simplemente en reaccionar a la realidad, ya que es incapaz de moldearla. Un político no puede no posicionarse, no puede quedarse en silencio, no puede no comentar. Las redes han extendido tanto esta lógica que hasta un concejal de un pueblo de 1.500 habitantes se siente en la obligación de comentar sobre la caída del régimen de Assad en Siria. Si se queda en silencio, es de algún modo cómplice de algo horrible.
Un político no puede no posicionarse, no puede quedarse en silencio, no puede no comentar
Pero esa lógica también se extiende a cualquiera que tenga un altavoz: desde un artista a un influencer, o simplemente un youtuber con muchos seguidores. Y ahora que todos somos de alguna manera creadores de contenido, también tenemos esa obligación: si no estás usando tu pequeña plataforma para criticar injusticias, estás en cierto modo contribuyendo a ellas. Tu silencio es cómplice. Ese posicionamiento debe ser, por descontado, contundente y nada ambiguo. Y, sobre todo, debe encajar con el espíritu de su tiempo o «el lado bueno de la historia», o la opinión «oficial», es decir, la posición que unos activistas hipermovilizados han decidido que es la única opinión posible.
Es cierto que hay denuncias fáciles. Por ejemplo, no hace falta saber en qué consistió la Declaración de Balfour que inauguró el mandato británico de Palestina, ni tampoco hace falta saber sobre Derecho Internacional Público para llegar a la conclusión de que Israel ha cometido crímenes de guerra inmorales en la franja de Gaza. Pero otras veces se exige socialmente un posicionamiento en cuestiones mucho más matizables, donde una visión binaria es empobrecedora. El silencio no es siempre cómplice. A veces es ignorancia, a veces es exactamente lo contrario. Y en otras ocasiones es simplemente silencio.
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