El problema del monocultivo
Los monocultivos se han extendido como una práctica agrícola capaz de maximizar el rendimiento y obtener beneficios económicos, pero los costes a largo plazo cuestionan su eficacia.
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El monocultivo, la práctica agrícola que apuesta por una única especie vegetal en un territorio durante largos periodos, se ha expandido como un modelo de producción eficiente con beneficios desde la óptica de negocio. Entre sus ventajas se encuentra que permite aprovechar al máximo el suelo y las condiciones climáticas locales y facilita que los agricultores se especialicen en un único producto. Esto reduce costes al no tener que diversificar las inversiones en maquinaria, control de plagas o pesticidas y facilita el día a día de los propios trabajadores, puesto que la homogeneidad del cultivo les permite estandarizar protocolos. Sin embargo, este modelo de producción acumula impactos medioambientales y tiene costes ocultos. En Los monocultivos que conquistaron el mundo, las periodistas Nazaret Castro, Laura Villadiego y Aurora Moreno Alcojor realizan una investigación en la que aseguran que el monocultivo es la mejor representación de un sistema agroalimentario global que funciona por la lógica del máximo beneficio en el que «ya no se trata de cultivar alimentos, sino de producir insumos industriales».
Un artículo publicado en Nature reconoce que, en algunos contextos, las plantaciones de monocultivo pueden ser vistas como la opción más viable en áreas en las que maximizar los rendimientos económicos es prioritario. Las autoras del libro también recogen testimonios de algunos casos en los que individuos y comunidades se han beneficiado de estas industrias. Sin embargo, la evidencia cada vez es más clara de que los monocultivos no son sostenibles desde el punto de vista ambiental y social cuando se tiene en cuenta el largo plazo.
Los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) revelan que al menos un 33% de los suelos del planeta ya presenta algún nivel de degradación. Y una de las causas principales es precisamente la expansión de los monocultivos, que degradan la materia orgánica, erosionan la superficie fértil, alteran el pH y reducen la actividad biológica.
Un efecto muy específico de los monocultivos sobre el suelo es la desaparición de algunos microorganismos. Al no haber diversidad de especies para sostener a distintos microorganismos, que además se ven atacados por el uso de pesticidas, van desapareciendo y esto deteriora la salud del suelo. La pérdida de microorganismos como micorrizas o saprofitos disminuye la fertilidad natural del suelo, limita su capacidad de secuestro de carbono y facilita la proliferación de plagas y enfermedades, según explica Mariano Angel Valdivia Dávila, experto en Ciencias Agrícolas y Biotecnología de Universidad de Guadalajara.
Al menos un 33 % de los suelos del planeta ya presenta algún nivel de degradación
La homogeneidad que caracteriza al monocultivo también impacta en la biodiversidad, puesto que en este modelo de producción agrícola favorece las variedades de alto rendimiento, lo que desplaza a cultivos autóctonos y vuelve más vulnerables a los ecosistemas frente a plagas. Investigadores de la Universidad de Chile advierten también que, cuando comunidades antes diversas de especies nativas son sustituidas por unas pocas especies, normalmente exóticas, se produce un empobrecimiento que reduce la resiliencia de los ecosistemas ante el cambio climático y los hace más susceptibles a invasiones de especies foráneas.
Y las consecuencias van más allá. Viridiana Hernández Fernández, experta en Historia Ambiental en América Latina, ha estudiado la expansión del cultivo de aguacate en México y señala que este fenómeno ha provocado la deforestación de entre 1.173 y 10.000 hectáreas de bosques al año en la última década. Además, los árboles de aguacate consumen entre cuatro y cinco veces más agua que la producción autóctona, como los pinos nativos de Michoacán, tensionando la disponibilidad de los recursos hídricos ya no solo para otros cultivos, sino también para el consumo humano.
Desplazar a las especies originales implica también desplazar a sus trabajadores. Los monocultivos que conquistaron el mundo subraya que la expansión del monocultivo ha ido ganando terreno cultivado por los campesinos locales, provocando la pérdida de soberanía alimentaria en las comunidades y aumentando la desigualdad. Este fenómeno además deja obsoletas las prácticas que son precisamente las que garantizarían afrontar algunos de los desafíos. Por ejemplo, explican las periodistas: «Si la cadena alimentaria industrial se enfoca en apenas una docena de cultivos y cien variedades de ganado, los campesinos crían ocho mil variedades de ganado y han aportado más de 1,9 millones de variedades vegetales a los bancos genéticos del planeta».
Los investigadores de la Universidad de Chile recuerdan que, en 2017, el país vivió megaincendios que se propagaron a través de más de 280.000 hectáreas de monocultivos forestales, emitiendo casi tanto CO₂ como todas las emisiones del país durante el año anterior. Un fenómeno similar se produjo ese mismo año en Portugal, donde decenas de personas murieron atrapadas en una carretera rodeada de monocultivos.
Frente a este panorama, algunos investigadores señalan alternativas y aseguran que la promoción de bosques mixtos de especies nativas, fomentando la capacidad de las comunidades locales para cultivarlos, puede conservar la salud del suelo y la biodiversidad, al tiempo que mantiene o incluso aumenta la productividad.
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