Diagnóstico de los plaguicidas
En España, los pesticidas en frutas y verduras han aumentado un 20%, impulsados por el cambio climático. Esto plantea desafíos para la salud: desde disruptores endocrinos hasta efectos respiratorios.
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Dicen que una manzana al día aleja al médico… siempre que no esté saturada de pesticidas. España, uno de los países europeos con mayor sector agrícola, enfrenta hoy un desafío creciente: los residuos de plaguicidas en productos frescos están en alza, y muchas veces sin que lo percibamos. Según datos recientes, el porcentaje de frutas y verduras con presencia de estos residuos ha crecido cerca de un 20%. Este aumento no ha nacido necesariamente del afán industrial, sino de condiciones climatológicas adversas. Sequías más intensas, plagas más resistentes o cambios de ciclo climático están obligando a los agricultores a aplicar más defensivos para proteger las cosechas.
Este no es un problema menor. Si bien en muchos casos los niveles están dentro del marco legal hasta ahora aceptado, lo que se analiza como «seguro» ignora algo fundamental: los efectos acumulativos, las mezclas simultáneas y las posibles alteraciones hormonales o perturbaciones en el organismo a largo plazo. En este panorama, el cambio climático impacta el rendimiento agrícola y, además, complica el equilibrio entre mantener productividad y proteger la salud colectiva.
Una investigación reciente publicada por Pan Europe con datos del informe Straight to Your Hormones de Ecologistas en Acción revela que en 2022 se detectaron residuos de hasta 106 plaguicidas en muestras de frutas y verduras vendidas en España, incluidas sustancias no autorizadas o clasificadas como disruptores endocrinos. En total se analizaron 1.743 muestras dentro del programa oficial de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN).
En 2022, se detectaron residuos de hasta 106 plaguicidas en muestras de frutas y verduras vendidas en España
En 2019, los análisis mostraron que el 44,4% de frutas y verduras tenían residuos de plaguicidas, incluidas mezclas de hasta 37 sustancias diferentes en alimentos como fresas. De estas, 25 podían interferir en el sistema hormonal humano. Además, un 31% de residuos pertenecía a plaguicidas ya prohibidos por la Unión Europea.
Los datos también muestran que los niveles legales no aseguran la ausencia de riesgo. En 2020, un 35% de los alimentos analizados presentaban residuos —aunque el 1,75 % los superara legalmente— muchos correspondiendo a sustancias tóxicas o disruptoras endocrinas; se detectaron hasta 125 plaguicidas, entre ellos 57 de alto riesgo.
España continúa liderando las ventas de plaguicidas en Europa. Solo en 2020 se comercializaron más de 75 000 toneladas. Además, se analizan apenas 3 muestras por cada 100.000 habitantes, mientras que la media europea ronda las 17 muestras por cada 100.000 habitantes.
Todo esto ocurre en un contexto donde el cambio climático amplifica las necesidades: plagas emergentes, olas de calor, alteraciones en los ciclos agrícolas… Todo ello obliga a realizar más aplicaciones químicas, generando mayor resistencia de las plagas y retroalimentando el uso intensivo de estos productos.
Pero ¿qué riesgo supone comer verduras o frutas con estos residuos? Uno de los principales problemas es la presencia de disruptores endocrinos, sustancias capaces de alterar el equilibrio hormonal incluso en dosis muy bajas. Se han relacionado con alteraciones reproductivas, efectos sobre el desarrollo infantil, problemas de fertilidad o incluso trastornos metabólicos. Varios estudios epidemiológicos en trabajadores agrícolas identifican un mayor riesgo de ciertos cánceres, problemas respiratorios y afectación neurocognitiva en niños expuestos en entornos rurales.
También hay evidencia de que una alimentación predominantemente ecológica reduce significativamente estos riesgos. Consumir productos «bio» se asocia a una menor incidencia de algunos tipos de cáncer, menos casos de obesidad o diabetes tipo 2, y una respuesta inmune más equilibrada.
Las diferencias en exposición también dependen del tipo de alimento: las frutas con cáscara gruesa (como cítricos) retienen más residuos superficiales. Y lavar, pelar y cocinar puede reducir dramáticamente su presencia, especialmente en verduras y frutas tratadas.
En el terreno público, varias iniciativas están en marcha. Por ejemplo, en Almería se está aplicando un manejo integrado de plagas con técnicas biológicas en más del 60% de los cultivos protegidos; en los pimientos incluso alcanza el 100%, reduciendo significativamente el uso de químicos. Además, el mercado de bioplaguicidas crece: se espera que se duplique en los próximos años, impulsado por una agricultura ecológica en expansión (ya alcanza cerca de 3 millones de hectáreas en España).
Por supuesto, la respuesta no pasa por consumir menos frutas y verduras, sino por exigir más trazabilidad, mayor frecuencia de muestreo, límites actualizados y una transición real hacia métodos más sostenibles como el modelo biológico e integrado.
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