¿Por qué se habla más de la extrema derecha que de la extrema izquierda?
Vivimos tiempos convulsos. La crispación, la polarización y el auge de los populismos están a la orden del día. En este escenario, los extremos en todo el espectro político cobran fuerza y, sin embargo, retumban más en el lado derecho. Indagamos los motivos por los que la izquierda se eclipsa ante la derecha en su versión más radical.
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Comentaba recientemente Jordi Sevilla (economista y exministro de Administraciones Públicas) que las democracias «están sufriendo los ataques externos de la autocracia y los internos del populismo». Estos embates, continuaba, responden al enfado y la decepción de la ciudadanía ante las promesas incumplidas de los dirigentes políticos y la desconfianza hacia unas instituciones democráticas que, sienten, no les amparan. Una actitud que exacerba por igual a votantes de izquierdas y de derechas.
Las democracias liberales se tambalean. Asistimos a una crisis que pone en jaque ese modelo político de representación y gobernanza que desde el fin de la II Guerra Mundial ha sido garante de unos derechos y libertades que han proporcionado a Occidente paz, progreso e igualdad. Y aunque es cierto que los sistemas democráticos siempre han estado sometidos a altibajos, la situación actual es particular.
La velocidad vertiginosa con la que se desarrollan las tecnologías y, muy especialmente, la inteligencia artificial y los procesos de automatización, hace que sea un momento único en la historia. La diferencia ahora, según explica José María Lassalle (escritor, profesor y director del Foro de Humanismo Tecnológico de Esade), es el «desalineamiento de la clase media respecto de los principios democráticos. […] Una clase media que cada vez obtiene menos remuneración de su trabajo intelectual, porque el valor intelectual del trabajo humano dentro de los PIB de las economías automatizadas es cada vez menor».
Este escenario es caldo de cultivo para el surgimiento de políticas identitarias, populismos y el auge de los extremos en todo el espectro político y, sin embargo, retumban más en el lado derecho. ¿Por qué se habla más de la extrema derecha que de la extrema izquierda?
«El mundo académico, intelectual y periodístico es mayoritariamente de izquierdas y eso ha dado lugar a un sesgo ideológico», explica Edurne Uriarte, catedrática de Ciencia Política y diputada en el Congreso de los Diputados, además de una de las coordinadoras del libro La extrema izquierda en la Europa Occidental (Tecnos, 2024). Dada la importancia central de la academia estadounidense en el liderazgo y conformación de las Ciencias Políticas en el mundo, explica Uriarte en su libro, el enorme peso de la izquierda entre sus miembros ayuda a entender aún mejor lo que está ocurriendo con la selección de temas y la orientación de la investigación en todos los países. «Me refiero no solo a la consideración de la extrema derecha como un tema relevante de estudio por su calificación como peligro para la democracia, sino también al sesgo ideológico», añade. Es un punto de vista que comparte David Hernández, profesor de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid: «La mayoría de académicos estamos más en la órbita de la izquierda». Y reconoce que «dentro de este peligro a la democracia liberal y extremos, la extrema izquierda no está siendo analizada con los mismos términos que la extrema derecha».
La derechización de los jóvenes
En las últimas elecciones europeas, los partidos de extrema derecha han conseguido sumar casi el 25% de los escaños; es decir, de los 175 eurodiputados, uno de cada cuatro pertenece a algún partido de la derecha radical. En Francia, Agrupación Nacional de Marine Le Pen ha conseguido el 31,5% de los votos (30 escaños); en Italia, Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, 28,5% (23 escaños); en Austria, el FPÖ se hace con más del 25% (seis escaños); en Alemania, AfD con el 16% (14 escaños), un 11% más que hace cinco años. Pese a todo, la coalición de populares, socialistas y liberales en Europa sigue siendo más fuerte.
Si ampliamos el foco al tablero internacional, podemos observar otros signos de extrema derecha en la Argentina de Javier Milei, El Salvador de Nayib Bukele o incluso la llamada «derecha alternativa» que representa Trump en Estados Unidos. «Parte del auge de la derecha tiene que ver con el descentramiento de los parámetros de la modernidad, entrando en una especie de radicalismo posmoderno», opina el profesor Hernández. «La extrema derecha está ofreciendo una reducción de complejidad [de la realidad], de retornar a un mundo de blancos y negros, mucho más cómodo, con ventajas comunicativas a la hora de manejar emociones y, a la larga, un nicho de oportunidad».
El 41% de los europeos de 18 a 24 años se sitúa en la derecha, más incluso que los mayores de 65 años
Los jóvenes se alzan para muchos partidos más de derecha como esa nueva posibilidad para captar votos. Según una encuesta de la fundación Fondapol de París, un 41% de los europeos de 18 a 24 años se sitúa en la derecha, más incluso que los mayores de 65 años, que tienden a ser sectores más conservadores. «El predominio de los valores individualistas entre las nuevas generaciones está estrechamente ligado a la desconfianza que expresan respecto a las instituciones y al sistema político en su conjunto», señala Victor Delage, jefe del servicio de estudios de Fondapol. «La decepción derivada de las promesas incumplidas por la democracia social (seguridad, justicia social y progreso) les lleva a contar solo con ellos mismos».
En este viraje a la derecha, hay un factor clave que no podemos pasar por alto: la percepción de la inmigración, dominada por un juicio de valor negativo, señala la citada encuesta. Y es que seis de cada 10 encuestados (es decir, el 56%) entre 25 y 34 años están de acuerdo con la afirmación de que «hay demasiados inmigrantes en nuestro país». «La extrema derecha siempre ha tenido planteamientos realistas y pesimistas sobre la naturaleza humana y, en el fondo, parece que, pese a que avanzamos en la noción de humanidad, no somos capaces de diseccionar el origen étnico de una persona, sus problemas socioeconómicos», opina el profesor David Hernández. «La extrema derecha está más preparada para abordar este tipo de discurso que la izquierda».
Un discurso en el que también tienen cabida «el acceso a la vivienda, la falta de oportunidades laborales con altas tasas de temporalidad y paro, los bajos salarios, la inestabilidad o la inflación», apunta Sergio Gracia, director del Centro de Investigación de la Extrema Derecha (Cinved). «La crisis económica de 2008 ayudó a que la extrema derecha creara movimientos nacionales que se opusieran a los procesos de integración de otros colectivos minoritarios, donde estos partidos vendían antes, y siguen vendiendo ahora, que nuestra sociedad estaba en peligro y que estos colectivos roban los recursos».
Ante esta simplificación de una realidad tremendamente compleja, en la actualidad la extrema derecha es la opción más rebelde y antisistema para muchos jóvenes. Es más, se perfila «incluso como la opción antisistema para una cantidad importante de jóvenes», señala Gracia. «Estos partidos venden que están en contra del establishment, la inmigración o la Agenda 2030 y que quieren romper con todo lo establecido hasta ahora. Se difunde más lo que impacta que lo que importa [y] el consumo casual de información parcial y sesgada, sacada de contexto, podría aumentar la movilización y posterior radicalización de gran parte de la sociedad», añade.
Movimiento ‘woke’ o el auge de la izquierda radical
Pese al crecimiento de la extrema derecha, la extrema izquierda sigue existiendo y en muchos países cuenta con partidos relevantes. Como señala Edurne Uriarte, «España es un buen ejemplo». Para empezar, dentro del propio Gobierno de Pedro Sánchez, hay «un partido de extrema izquierda, Sumar», y en el panorama nacional, hay «al menos tres partidos nacionalistas de extrema izquierda muy influyentes: EH-Bildu, ERC y BNG». Fuera de España, también hay ejemplos importantes, añade: «En Francia, la coalición Nupes, liderada por la Francia Insumisa, logró un 32% en la segunda vuelta de las elecciones legislativas de 2022». En las últimas elecciones europeas, la extrema izquierda ha logrado resultados nada desdeñables en Grecia, donde Syriza ha salido la segunda fuerza más votada, con un 14,92%, e Irlanda, donde el Sinn Féin ha obtenido un 12% de los votos. También en la primera vuelta de los comicios franceses, la coalición de izquierda Nuevo Frente Popular alcanzó la segunda posición, incluso por delante de la formación de Macron. El peso de la extrema izquierda sigue siendo «relevante en algunas instituciones culturales, educativas y medios de comunicación», continúa Uriarte, que señala como ejemplo algunas universidades americanas. Ese es el motivo por el que, a su juicio, «han desarrollado el importante y cada vez más cuestionado movimiento woke».
En 2017, el diccionario Oxford incluyó la acepción woke en su elenco, definiéndola como «ser consciente de temas sociales y políticos, especialmente el racismo». Y continúa: «Esta palabra suele usarse con desaprobación por personas que piensan que otros se molestan con facilidad con estos temas o que hablan mucho sobre ellos en vano». Enseguida, la expresión empezó a escucharse cada vez con más frecuencia, hasta que terminó convirtiéndose en sinónimo de políticas de izquierdas que abogan por cuestiones como la equidad racial y social, el feminismo, el movimiento LGTBI o el activismo ecológico. Políticas que defiende el Partido Demócrata de Estados Unidos, pero que adquirieron un tinte radical cuando Ron DeSantis (gobernador de Florida) y Donald Trump empezaron a incorporarla en sus discursos (tiranía woke, se han referido) para ensalzar los valores conservadores tradicionales que republicanos como ellos defienden (familia, cristianismo, antiaborto).
Que el movimiento woke es una exacerbación de la política de identidades parece claro, igual que tanto en la izquierda como en la derecha «se están dando ciertas pautas radicales o extremas que no pertenecen a una ideología política concreta, sino a un modo de hacer política y a una estrategia», apunta el profesor David Hernández. Esta referencia la toma de Moisés Naím y su libro La revuelta de los poderosos, en el que el analista político le quita cierto contenido ideológico a uno y otro bando en este debate para hablar de la «estrategia de las 3P: populismo, polarización y posverdad», presente en cualquier proyecto político ya sea de izquierdas (como en el régimen venezolano) como de derechas (el húngaro).
El populismo busca a los culpables (las élites económicas y políticas enemigas del pueblo), se vale de la polarización para dividir a las sociedades en todos los ámbitos y se apoya en la posverdad, explotada en las redes sociales. Para Naím, las autocracias del siglo XXI simulan la democracia; es decir, los autócratas llegan al poder gracias al voto ciudadano, pero, una vez en el gobierno, su popularidad legitima leyes y reformas que eternizan sus mandatos y subordinan los poderes públicos a su antojo. «Son propuestas radicales que terminan derivando en regímenes iliberales», añade Hernández.
La democracia iliberal –término que acuñó por primera vez en los años 90 el politólogo estadounidense Fareed Zakaria– es una forma de gobierno a caballo entre la democracia liberal tradicional y un régimen autoritario, donde se respetan ciertos aspectos de la práctica democrática (como las elecciones, aunque suelan estar amañadas), pero se vulneran los derechos civiles, se ignoran los límites constitucionales y, en la práctica, anulan la separación de poderes.
En medio del cambio climático, las migraciones y las rampantes transformaciones del trabajo y la economía que empobrecen cada vez a más gente, si no logramos superar el deterioro de la democracia liberal seguirán creciendo los extremos y proliferando todavía más los regímenes autoritarios de izquierda y derecha.
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