Tomás de Aquino, puente entre fe y razón
Se cumplen 800 años del nacimiento del patrono de las universidades, academias y escuelas católicas de todo el mundo y cuyas contribuciones filosóficas y teológicas siguen, a día de hoy, tan vigentes como revitalizadas.
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Bovem mutum. El buey mudo. Así llamaban sus compañeros de universidad a una de las mentes filosóficas más despiertas y exquisitas, Tomás de Aquino (1225-1274). El apodo surgió tanto de su hermoso tamaño (más tendente a lo orondo que a lo encanijado) como a sus prolongados silencios, que le conferían un aspecto embobado. «Ustedes lo llaman el buey mudo, pero este buey llenará un día con sus mugidos el mundo entero», les dijo Alberto el Grande, el primer dominico alemán maestro de teología en París.
Este año se cumplen ochocientos del nacimiento del «príncipe y maestro de los doctores escolásticos», patrono de las universidades, academias y escuelas católicas de todo el mundo, canonizado en 1323 por Juan XXII. Santo Tomás de Aquino, cuyo pensamiento y contribuciones, tanto filosóficas como teológicas, siguen, a día de hoy, tan vigentes como revitalizadas.
A él le debemos algunas ideas que siguen sustentando el universo racional católico (y no solo). Que la verdad es única, por ejemplo, aunque se puede llegar a ella por el camino de la razón (a partir de los datos que nos reportan los sentidos) y por la vereda de la fe (al recibir la revelación divina). Las verdades de fe, por tanto, a diferencia de las de la razón, no pueden ser racionalmente demostradas, porque emanan de Dios mismo.
Sin embargo, para el Aquinate, como también se le conocía, hay un territorio en el que razón y fe confluyen: los «preámbulos de la fe», verdades que la razón descubre por sí misma, pero que también son necesarias para la fe (entre otros asuntos, la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y la creación del mundo ex nihilo). No ha habido, hasta la fecha, más lograda síntesis entre razón y fe, concediendo a ambas la soberanía que les corresponde.
Para santo Tomás, hay un territorio en el que razón y fe confluyen: los ‘preámbulos de la fe’
A él le debemos, junto a Averroes, el conocimiento exhaustivo de Aristóteles, cuya obra antes del siglo XIII resultaba inédita en Europa, ya que había un predominio absoluto del pensamiento de Platón, por influencia sobre todo de san Agustín. El pensamiento del Aquinate es plenamente aristotélico, pero tamizado por una suerte de crisol católico. No en vano ambos, Agustín y Tomás, pertenecen a la «escolástica», corriente filosófico-teológica que utiliza el saber grecolatino para comprender y explicar el cristianismo.
Que Dios existe resultaba una obviedad en la Edad Media. Santo Tomás lo que pretende es demostrarlo, así que dedica su energía, inteligencia y sutileza en escribir una de las obras seminales de la filosofía y la teología, la Suma Teológica, auténtico vademécum (llámese, acaso catecismo) de las enseñanzas decretadas por la Iglesia católica, un manual ineludible para propios y ajenos.
En ella se recogen las archiconocidas «cinco vías tomistas», evidencias a posteriori de la existencia divina. El esquema es el mismo para todas: parten de un hecho de la experiencia al que se le aplica el principio de causalidad y se concluye. La primera vía es la del movimiento. En el mundo hay movimiento, y todo lo que se mueve es movido por otro, que a su vez es movido por otro y así hasta llegar al primer motor inmóvil. Dios.
La segunda vía es la de la causalidad eficiente: en el mundo, todo tiene su propia causa eficiente, ya que nada puede ser causa eficiente de sí mismo, y así hasta llegar a una causa eficiente primera. Dios.
La tercera vía es la de la contingencia: todos los seres que pueblan el mundo son contingentes (es decir, pueden o no existir), pero se requiere que haya un primer ser necesario, del que devienen los demás. Dios.
La cuarta alude a los grados de perfección: en cada ser del mundo concurre un determinado grado de perfección, pero debe haber un ser anterior a todos que suponga la perfección plena, infinitamente perfecto. Dios.
La última vía corresponde al orden cósmico: puesto que hay cuerpos que no tienen conciencia de sí, pero obran con sentido (el movimiento del Sol, de los planetas, las tormentas, etc.), ha de haber una primera inteligencia creadora. Dios.
Dios, del que, según el Aquinate, solo puede saberse lo que no es. Dios, pero también el hombre. Siguiendo la teoría hilemórfica aristotélica, santo Tomás concibe al hombre como una sustancia única, compuesta de materia (cuerpo) y forma (alma), pero sostiene, a diferencia del clásico, que el alma es inmortal.
Con su agudeza metodológica y capacidad analítica, santo Tomás también propone un corpus dedicado a la ética, orientada a la felicidad humana, la libertad y el ejercicio de la caridad.
Este hombre, que fue raptado por sus propios hermanos y encerrado en el castillo familiar de Rocaseca (en la región italiana de Lacio) para hacerle desistir de su vocación religiosa; este hombre, que se descolgó por la ventana de ese mismo castillo y se fugó para cumplirse, tuvo una epifanía en diciembre de 1273. No volvió a escribir. No pudo concluir la Suma. Después de aquel arrebato místico, las palabras le parecían broza, hojarasca, desecho.
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