MÚSICA
Patti Smith, la devota más punk
A sus 78 años, Patti Smith sigue manteniendo el pulso de los escenarios y cebando sus redes sociales con fotografías y recuerdos que forman parte de la historia del rock. Comprometida con múltiples causas sociales, su iconoclastia sigue siendo una llama que arde.
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Por disfraz, su cara lavada; melena larga, encanecida, desmadejada; una actitud entre chamánica y profética, de aspecto descuidado, desaliñado; presta al descaro y la rebeldía del ángel que emerge en mitad del cisco. De voz ronca y aliento salmódico, Patti Smith (Illinois, 1946) es el rock emergiendo por entre lo asexuado. Ella desafía los cánones. Le basta el aullido visceral que la antecede.
«Sé que no puedo cantar como Rihanna o Amy Winehouse —a esta última le dedicó, por cierto, un tema bellísimo, This is the girl—. Tampoco tengo la belleza u otras cualidades de cuando se es joven. Pero en lo que puedo confiar es en que, cuando subo al escenario, estoy allí por una sola razón: para establecer una conexión con la gente. Mi carrera no me importa. Ya tengo un lugar en la vida». Palabra de Patti Smith, cantante, pintora, fotógrafa, poeta, escritora y aclamada como «madrina del punk» por la gracia de sus feligreses.
Patricia Lee Smith nació en Chicago, pero se crió en Nueva Jersey, el estado con más caballos por milla cuadrada de Estados Unidos. De familia humilde, su padre era un obrero de la multinacional Honeywell y su madre, una camarera que cantaba jazz, testigo de Jehová. Patti Smith se apartaría pronto del dogma. De hecho, una de sus primeras grabaciones, Gloria (original de Van Morrison, pero intervenido de tal modo que cuesta, por momentos, reconocerlo), la escuchamos pronunciar unos versos de su cosecha: «Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos». Sin embargo, mantiene una fuerte impronta espiritual. En 2013, acudió a una audiencia con el papa Francisco, a quien le cantó People have de power (años antes, le dedicó su disco Wave a Juan Pablo I).
En 2010, la revista Rolling Stone la incluyó en la lista de los 100 mejores artistas de todos los tiempos
Fue una niña de salud precaria: tuberculosis, hepatitis, escarlatina. Desde los trece años, se ganó la vida como pudo, trabajó en una fábrica de bicicletas, en una librería, cuidó bebés, cosechó arándanos… Supo pronto qué no haría nunca cuando fuera mayor: pintarse los labios de rojo. Lo cuenta en una de sus autobiografías, Éramos unos niños, ganadora del National Book Award en 2010 —aunque tiene otras, M Train y Los años del mono—.
Se matriculó en Pedagogía, pero un embarazo no proyectado la obligó a interrumpir sus estudios universitarios. Dio al bebé (fue una niña) en adopción («no estaba preparada para criarla») con el único requisito de que la familia que la acogiera fuese católica.
Poeta, por encima de todo
Desnortada por su maternidad rota, Smith se traslada a Nueva York y comienza a trabajar en una joyería, donde conoce al fotógrafo Robert Mapplethorpe. El arrebato, mutuo, los lleva primero a ser pareja, después, a una camaradería que solo interrumpió la muerte. En mitad del idilio, él descubre su homosexualidad, pero siempre mantuvieron la complicidad y el afecto.
En 1969 se muda a París, junto a su hermana. Encuentran la playa bajo los adoquines: actúan en las calles, elaboran performances salvajes. Pero la vida parisina no le convence. Unos meses después regresa a Nueva York, y se va a vivir con Mapplethorpe al Hotel Chelsea (el mismo donde murió alcoholizado Dylan Thomas; el mismo donde Sid Vicious apuñaló a su novia).
A principios de los 70, Patti Smith pinta, escribe, posa como modelo iconoclasta (legendaria es la fotografía tomada por Loyd Ziff en la que aparece desnuda, junto a su pareja, en su cuarto del Chelsea), hace teatro (en Femme Fatale, de Jackie Curtis, la superestrella fetiche de Andy Warhol, por quien Smith no sentía especial simpatía; con Sam Shepard, en Cowboy Mouth). También ejerce como crítica musical, en Creem y Rolling Stone.
A lo largo de su vida, Smith ha compaginado los conciertos con la escritura y el activismo político
Empieza a grabar algunas canciones con Allen Lanier, de la banda Blue Öyster Cult. Lo hace un tanto escéptica, porque lo que a ella le interesaba por encima de cualquier otra cosa era la poesía, más que la música (tiene varios poemarios, como Seventh Heaven o Coral Sea). Pero ya para 1974 hace sus propios conciertos. Mapplethorpe le financia la grabación de un sencillo, Hey, Joe/ Piss Factory. Al año siguiente, fichada por Arista Records, graba su primer disco, Horses, producido por John Cale. Casi cincuenta años después, sigue conmoviendo su crudeza musical, su belleza amotinada, su altura lírica. Kerouac, Corso o Ginsberg (quien la confundió, al conocerla, con un chico al que trató de cortejar) se convocan en las letras de un disco cuyo cierre, Elegie, homenaje a Jimi Hendrix, es, sencillamente, lisérgico.
Opacado por la fascinación que supuso Horses, el segundo trabajo, Radio Ethiopia, fue un fracaso en la crítica. Patti Smith optó por hacer un disco de rock más duro, una suerte de proto-punk con credenciales de heavy, con temas rozando los diez minutos, experimentales.
La tregua del accidente
De gira con Radio Ethiopia, sufre un accidente que la mantiene alejada de los escenarios un par de años debido a la fractura de varias cervicales. Sus maneras de volver son incontestables: Easter (1978) contiene el sencillo Because the night, escrito al alimón con Bruce Springsteen, y Wave (1979), que recoge otra de sus opus magnum, People have the power. En el entretanto, conoce a Fred «Soni» Smith, exguitarrista de Detroit. Se casan. Tienen dos hijos. Jackson y Jesse.
En 1989, Mapplethorpe muere por sida. Tres años después, Fred, a los 45 años. Insuficiencia cardíaca, la misma causa que se lleva por delante a su hermano Todd, teclista de su banda. Patti Smith queda devastada. Una depresión la confisca durante largo tiempo. Bod Dylan le propone hacer una gira conjunta para afrontar el dolor. Funciona. Años más tarde, el cantante le pide recoger el Premio Nobel de Literatura en su nombre. Ella acepta. Cuando interpretaba en la ceremonia A hard rain’s a-gonna fall su voz se quiebra, emocionada.
Patti Smith: «Mi carrera no me importa. Ya tengo un lugar en la vida»
Patti Smith compagina los conciertos con la escritura. También con el activismo político: apoyó al Partido Verde estadounidense, encabezó la protesta contra la guerra de Irak, se manifestó contra los abusos de Israel sobre el pueblo libanés de Qana (años después, hace lo mismo respecto a Gaza). Mostró su apoyo a Obama y le pareció una broma grosera el indulto concedido al expresidente de Perú Alberto Fujimori.
Ha cosechado tantas distinciones como discípulos. De las primeras, Comendadora de la Orden de las Letras y las Artes y Caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor (otorgadas por Francia) y la Medalla de Oro de Bellas Artes (concedida por España). Michael Stipe, de R.E.M., PJ Harvey, Bono, Shirley Manson o Morrisey son confesos admiradores. En 2010, la revista Rolling Stone la situó en el puesto 47 de la lista de los cien mejores artistas de todos los tiempos.
Su último disco es de 2012, Banga, pero no ha dejado de escribir, publicar fotografías en Instagram (recogidas en El libro de los días), pintar, actuar. «Quiero ser parte de la evolución del rock, no quedarme atrapada en la nostalgia», Patti Smith dixit.
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