Cultura

La muerte indigna de los héroes

Muchos de los héroes de la Antigüedad no pudieron hacer justicia al verso de Petrarca que dice «una muerte hermosa honra toda una vida». Pese a que salieron invictos de cientos de aventuras, tuvieron un final deshonroso e incluso chocarrero.

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19
octubre
2023
Ilustración de Sidney Hall (1831)

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Muchos recordarán las hazañas y proezas de los héroes de la Antigüedad: cómo combatieron monstruos, regresaron del Hades, fundaron ciudades, ganaron batallas, salieron de imposibles laberintos, fueron favorecidos por los dioses… pero muchos de ellos no pudieron hacer justicia al verso de Petrarca, «una muerte hermosa honra toda una vida» y, pese a que salieron invictos de cientos de aventuras, tuvieron un final deshonroso, miserable e, incluso, chocarrero.

Jasón, al frente de la expedición de los Argonautas que consiguiese el Vellocino de Oro (emblema que sirvió, en 1429, a Felipe III de Borgoña para fundar la orden de caballería del Toisón de Oro, que a día de hoy ostenta Felipe VI); Jasón, el héroe que vestía una piel de pantera y llevaba su pie izquierdo descalzo en honor a la diosa Hera; a Jasón, educado por el centauro Quirón, lo mató su propio barco, Argos, cuando, descansando a la sombra que propiciaba el navío –ya encallado y carcomido- , le cayó el mástil sobre la cabeza.    

Perseo, hijo de Zeus, fundador de Micenas, que rescató a Andrómeda encadenada salvándola de la muerte, vencedor de la Gorgona Medusa, a quien cortó la cabeza quedándosela en prenda, pues quien la mirara quedaba petrificado, cometió el descuido fatal, tras una discusión con su suegro, Cefeo, de mostrarle el rostro implacable de la fiera, olvidando que era ciego. Sorprendido de que no causara el efecto acostumbrado, la volvió hacia sí, convirtiéndose él mismo en piedra.

Hijo de Apolo y de la musa Calíope, Orfeo gozó del don de amansar a las fieras y templar los corazones iracundos de los hombres con su lira y su canto. Se adentró en el inframundo en busca de su amada Eurídice, muerta por la picadura de una serpiente, conmovió a los guardianas del Hades, que le permitieron entrar y sacarla a condición de que no mirase atrás hasta haber abandonado el territorio umbrío en el que los muertos penan. Cuando Orfeo se giró, a Eurídice aún le quedaba un pie dentro, por lo que no completó su rescate. Después de aquello se volvió misógino, vagó por distintos lugares curando a enfermos hasta que fue despedazado por las bacantes. Cuentan que su cabeza siguió cantando.

Ni siquiera el héroe por antonomasia, Ulises, se libra de una muerte menor

Desmembrado por mujeres asimismo acabó sus días el rey de Tebas Penteo. Baco, dios del vino y de la fertilidad, convenció a un grupo de mujeres para que lo acompañaran al bosque a bailar con las bacantes. Penteo no consiguió aplacar su curiosidad y se disfrazó de mujer para saber qué ocurría en esa cita. Cuando lo descubrieron, furiosas, su propia madre, entregada al delirio dionisíaco, pensó que era un león y le arrancó la cabeza.

Belerofonte, uno de los pocos héroes que sojuzgó a las amazonas, mató a la Quimera, un monstruo que aterrorizaba a las poblaciones y que engullía rebaños enteros y consiguió domar a Pegaso, el caballo alado. Sin embargo, presa de la hybris griega, una extrema arrogancia y soberbia, quiso cabalgar hasta el Olimpo. Zeus lo castigó enviándole un tábano que desbocó a Pegaso, lanzando al vacío a su jinete. Zeus no soportaba la altanería humana. Otro ejemplo: se encargó asimismo de fulminar a Asclepio con un rayo por resucitar a un muerto.

Ni siquiera el héroe por antonomasia, Ulises, se libra de una muerte menor, miserable. Él, protagonista de la Odisea, personaje destacado en la Ilíada; él, que venció al cíclope Polifemo, que luchó diez años en la Guerra de Troya y tardó otros diez en regresar a casa, él que sobrevivió al mortífero y hermoso canto de las sirenas fue asesinado por error por su propio (y desconocido) hijo, Telégono, a quien su madre, la diosa Circe, le había enviado a buscarlo. Lo mató con una espina de raya, cuyo veneno entonces no conocía antídoto. Como remate póstumo, Telégono desposó a Penélope.

Teseo, fundador de Atenas, héroe que ajustició al Minotauro, hermano de Ariadna, resbaló despeñándose por un barranco. Agamenón, rey de Micenas y máxima autoridad del ejército griego, murió a hachazos en su bañera, a manos de su mujer, Clitemnestra. En descargo de la regicida hay que apuntar que Agamenón sacrificó a su propia hija, Ifigenia, para que Artemisa, diosa de la guerra, le fuera propicia en Troya. Cuando regresó, se trajo como amante a la princesa troyana Casandra. Hay celos con pliego de descargo.

El rey de Tebas, Edipo, se arrancó los ojos y se condenó a sí mismo al exilio al descubrir que había tomado por esposa a su madre, Yocasta, quien se suicidó en el lecho conyugal cuando conoció el incesto. Por amor también murió Hércules, después de haber concluido victoriosamente sus Doce Trabajos (matar al león de Nemea, a la hidra de Lerma, capturar a la cierva de Cerinea, al jabalí de Erimanto, expulsar a las aves de Estínfalo, domar al toro de Creta, limpiar los establos de Augías, robar las yeguas de Diomedes, el cinturón de Hipólita, el ganado de Gerión, las manzanas de las Hespérides y al perro del Hades Carbero). Hércules, como Agamenón, volvió con una mujer a modo de trofeo, y su esposa, mortificada por los celos, untó con la sangre de un centauro la túnica que con primor había confeccionado para recibir al héroe. Al colocársela, comenzó a sufrir unos dolores de tal calibre que ordenó encender una pira y a ella se arrojó. Zeus se apiadó de él y lo convirtió en inmortal.

Antígona, a quien el rey Creonte prohibió dar sepultura a su hermano, desafió al monarca arrojando un puñado de tierra sobre el cadáver. Fue condenada al emparedamiento entre dos rocas. Antes de ejecutarse la sentencia, se ahorcó.

Héctor, Aquiles, Sarpedón o Paris murieron en batalla. Otros, como Melenao o Nestor, rey de Pilos, en la cama. Algunos, como Sísifo, deseando morir, murieron de viejos. El final de los héroes, como los designios de los dioses, es inescrutable.

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