TENDENCIAS
Biodiversidad

David Attenborough y Colin Butfield

Océano: el último refugio salvaje de la Tierra

David Attenborough ha filmado en múltiples hábitats de la Tierra. Ahora, en el ensayo ‘Océano’ (Crítica, 2025) descubre el misterio y la fragilidad del hábitat más inexplorado de nuestro planeta.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
08
agosto
2025

No hace mucho, todo cuanto sabíamos emanaba de una naturaleza muerta. Podían ser frascos con muestras de una vida marchita extraída de profundidades inimaginables, relatos transmitidos de generación en generación por exploradores y pescadores, o restos varados en las playas o atrapados en los escollos de la costa. Hace cien años, una gran parte de nuestros océanos se hallaba sumida en el misterio: era un vasto universo oculto, visible únicamente a la luz de la imaginación.

En esa época, el conocimiento de la biología terrestre estaba ya muy avanzado, pero sabíamos muy poco de las especies que ocupaban las restantes dos terceras partes de la superficie de nuestro planeta y el 99% de su espacio habitable. Solo se tenían noticias fragmentarias, efímeros atisbos que nos animaban a indagar más y a ahondar mejor. Al principio, pocas cosas parecían tener sentido: en las aguas pobres en nutrientes prosperaba una diversidad deslumbrante; las distantes cordilleras submarinas que se elevan lejos de cualquier continente bullían de vida, y de cuando en cuando salían a la luz los restos de unos animales que desafiaban toda explicación. Poco a poco, sin embargo, fuimos encontrando pruebas que nos hicieron concebir ideas, y con ellas elaboramos hipótesis que, al fructificar, abrieron la puerta a descubrimientos reveladores. Los avances tecnológicos nos permitieron observar, estudiar y levantar una cartografía de la vida marina, y gradualmente el océano fue confiándonos sus secretos.

Océano Pacífico, 1941

Mar adentro, a doscientos kilómetros de las costas de California, una ballena azul emerge a poca distancia de un convoy de buques grises cuyas unidades, armadas hasta los dientes, se dirigen a altamar. Uno de los marineros que viajan a bordo de los acorazados, criado en estas mismas aguas del Pacífico y en las que ha faenado como pescador, reconoce al instante el característico surtidor del animal. Los potentes músculos en forma de «V» que posee este cetáceo en la parte superior de la cabeza enmarcan sus fosas nasales: un par de orificios presente en todas las ballenas barbadas. Cuando la musculatura se relaja, las aberturas se cierran para impedir la entrada de agua, pero cuando este formidable mamífero sale a la superficie, los músculos se contraen, los agujeros se dilatan y la ballena respira. Fácilmente distinguible de los rociones bajos y achatados que exhalan las ballenas jorobadas que frecuentan la zona, el chorro de agua que expulsan las azules se eleva a gran altura y sale prácticamente a seiscientos kilómetros por hora, impulsado por los inmensos pulmones del mayor animal que jamás haya poblado la Tierra.

Hace cien años, el océano era un vasto universo oculto, visible únicamente a la luz de la imaginación

Estamos ante una hembra de ocho años. Ha pasado un tiempo alimentándose en las frías aguas de Alaska, repletas de nutrientes, para emprender después el viaje en el que ahora la vemos y que la llevará a recorrer miles de kilómetros, superando altos bosques de algas marinas y dejando atrás deltas fluviales no menos fértiles que los mares septentrionales. Se detiene de cuando en cuando para descansar y alimentarse en los hervideros de vida que se concentran en los montes y afloramientos submarinos, donde las aguas ricas en nutrientes atraen a muchas de las formas de vida que prosperan mar adentro, pero nuestra ballena no tardará en cambiar de rumbo para regresar al talud continental y ceñir la costa, donde ahora los bosques de abetos han dado paso a las hileras de cactus, pues va en busca de aguas más templadas y tranquilas en las que poder traer al mundo a su primer ballenato.

Ni la ballena ni los marineros son conscientes de ello —dado que el universo de los seres humanos atraviesa el período más turbulento de la historia moderna—, pero una gran porción de la masa oceánica general está a punto de iniciar un período de relativa calma. Pese a las pruebas atómicas y las batallas navales, los horrores de la Segunda Guerra Mundial van a dar un respiro a ciertas zonas del océano. Habrá regiones —entre las que se encuentra el mar del Norte, en torno a las costas de la Europa septentrional— que pronto pasarán a encerrar demasiados peligros para que los pesqueros se atrevan a adentrarse en los caladeros, lo que permitirá que esas aguas asistan a una espectacular recuperación de la vida marina. Será un experimento accidental y debido a la más sórdida de las razones, pero arrojará la primera prueba a gran escala de que los mares pueden recuperarse más deprisa de lo que jamás nos habíamos llegado a imaginar.


Este texto es un fragmento de ‘Océano’ (Crítica, 2025) de David Attenborough y Colin Butfield. 

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME