Cuando el océano se vuelve ácido
Los mares absorben cada vez más dióxido de carbono. Esto pone en peligro la diversidad en los ecosistemas marinos y, en una mayor dimensión, la vida en el planeta.
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No hay verano sin mar. Allí se disuelven las preocupaciones. Es refugio y es tregua. El océano nos alimenta globalmente (el pescado supone casi una quinta parte de todas las proteínas animales que consumimos) y modula la temperatura de la Tierra. Pero esas aguas que asociamos a la desconexión están cambiando a medida que aumentan las emisiones de dióxido de carbono (CO₂): se están acidificando.
El océano es pura química. Desde el inicio de la Revolución Industrial, hace más de 200 años, se ha convertido en un gran sumidero de carbono. En el siglo XVII, las aguas del mar y la atmósfera mantenían un equilibrio natural; lo que se emitía de CO₂ era casi igual a lo que los océanos absorbían. Hoy, los contrapesos se han roto debido a que el dióxido de carbono en la atmósfera ha subido como un cohete, principalmente, por la quema de combustibles fósiles.
«Más de una cuarta parte del CO₂ emitido por los humanos es absorbido por los océanos», explica David Wallace-Wells, en su libro El Planeta inhóspito. La vida después del calentamiento (Debate). Este proceso ha contribuido a frenar el aumento global de las temperaturas, pero está dejando una huella en los ecosistemas. Cuando el dióxido de carbono reacciona con el agua, forma ácido carbónico, lo que provoca un descenso el pH del océano, es decir, lo hace menos alcalino. En otras palabras: más ácido.
El pH es una escala que mide la concentración de iones de hidrógeno en sustancia, y determina su nivel de acidez o alcalinidad. Según el Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés), esta escala va de 0 a 14: un valor de 7 indica neutralidad (como es el caso del agua pura). Una cifra por debajo refleja acidez, y por encima, mayor alcalinidad. El zumo de limón o el vinagre tienen un pH de entre 4,1 y 4,35, mientras que el té verde se sitúa entre 8 y 9.
Antes de la Revolución Industrial, el pH del océano rondaba el 8,2, según datos de la IAEA. Hoy, esa cifra ha descendido a unos 8,1. Aunque el cambio pueda parecer leve, representa una caída de aproximadamente el 30% en términos de acidez, alertan los expertos de la Agencia Europea del Medioambiente (EEA, por sus siglas en inglés). «La acidificación oceánica ha aumentado rápidamente desde la era preindustrial», resaltan.
Elisabeth Kolbert: «La acidificación del océano se ha calificado como el ‘diablo gemelo’ del calentamiento global»
Las previsiones no son alentadoras. La EEA estima que de aquí a 2100, el pH de la superficie oceánica podría disminuir entre 0,15 y 0,5 unidades adicionales, en función del nivel de emisiones de gases efecto invernadero. Este descenso afectará a los ecosistemas marinos. En el Atlántico Norte, por ejemplo, se espera que los corales de aguas frías sufran un deterioro severo de sus esqueletos de carbono, amenazando su supervivencia y la biodiversidad que albergan.
«La acidificación del océano se ha calificado como el ‘diablo gemelo’ del calentamiento global», reconoce Elisabeth Kolbert en su libro La sexta extinción. Una historia nada natural (Crítica). La ganadora del Pulitzer indica que este proceso químico se dio en al menos dos de las cinco grandes extinciones pasadas: en la de finales del Pérmico y en la de finales del Triásico. «Posiblemente, fuese un factor importante en una tercera (la de finales del Cretácico)», resalta. Hay indicios sólidos de que hubo acidificación del océano durante un evento de extinción conocido como Recambio Toarciano, que ocurrió hace 183 millones de años, a principios del Jurásico, e indicios parecidos a finales del Paleoceno, hace 55 millones de años, cuando muchas formas de vida marina sufrieron una grave crisis.
Aún estamos a tiempo de evitar una crisis ecológica si reducimos drásticamente las emisiones de gases contaminantes. Kolbert afirma que en el mar sucede lo mismo que en nuestro cuerpo. «Del mismo modo que es muy distinto para la química de la sangre que se tarde un mes o una hora en beber seis latas de cerveza, para la química del océano es muy distinto que el dióxido de carbono se añada a lo largo de un millón de años o en el curso de unos pocos siglos», dice. «Para los océanos, igual que para nuestro hígado, la velocidad importa».
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