Disciplinar el sur global
En su libro ‘El mito del idealismo americano’ (Ariel, 2025), los autores analizan cómo ha afectado al mundo la política exterior de Estados Unidos y advierte sobre la amenaza que podría representar para el futuro global.
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Tras la Segunda Guerra Mundial, diseñadores de la agenda política como George Kennan entendieron que para las corporaciones estadounidenses era crucial la reconstrucción de las sociedades industriales occidentales, pues debían tener capacidad para importar productos manufacturados estadounidenses y generar oportunidades de inversión.
No obstante, también era fundamental restablecer el orden tradicional, donde las empresas ocupaban una posición dominante y la capacidad de organización de los trabajadores estaba debilitada y fragmentada, y que la carga de la reconstrucción recayese directamente sobre los hombros de las clases pobres y trabajadoras. El principal obstáculo que se presentaba ante ello era la resistencia antifascista. De modo que Estados Unidos la reprimió activamente en todo el mundo, en muchos casos prefiriendo que fueran antiguos fascistas y colaboradores nazis quienes ocuparan el poder. A veces eso requirió el uso de una violencia extrema, pero otras veces se llevó a cabo por medio de métodos más sutiles; por ejemplo, manipulando elecciones o reteniendo unos suministros alimentarios desesperadamente necesarios.
Los estrategas estadounidenses reconocían que lo que planteaba una «amenaza» en la Europa de posguerra no era una posible agresión soviética, aunque la administración Truman se encargó de hacer creer al público lo contrario. «No es el poder militar ruso el que nos amenaza, sino su poder político», concluyó George Kennan en 1947. El historiador Melvyn Leffler ha argumentado que «el poder soviético palidecía frente al de Estados Unidos», pues era una «nación devastada y exhausta», y por ello, los altos cargos de la administración estadounidenses «no creían probable una agresión militar soviética». Lo que suponía una amenaza era «el posible renacimiento de un nacionalismo virulento o el desarrollo de una postura neutral independiente». Los estrategas «definían la seguridad en términos de correlaciones de poder» y «concebía el poder en términos de control sobre los recursos o acceso a ellos». Desde esta lógica, cualquier amenaza que se planteara al control estadounidense de los recursos suponía una amenaza para la seguridad nacional.
Entre 1946 y 2000, Estados Unidos llevó a cabo más de ochenta operaciones para intervenir en procesos electorales por todo el mundo
Leffler señala que, después de la guerra, la ciudadanía de cualquier lugar del mundo «deseaba un orden social y económico más justo y equitativo» y exigía «reformas, nacionalizaciones y bienestar social». Lo que en ese momento todas las sociedades esperaban era «que sus Gobiernos las protegieran de los caprichos de las fluctuaciones del mercado, la codicia de los capitalistas y las ocasionales catástrofes naturales», y consideraban que todo ello era «lo que les correspondía por los sacrificios que habían soportado y las dificultades por las que habían pasado».
Un ejemplo es Italia, donde un movimiento popular de obreros y campesinos, liderado por el Partido Comunista, había logrado reprimir a seis divisiones alemanas durante la guerra y liberar el norte del país. Sin embargo, a medida que las fuerzas estadounidenses fueron avanzando, dispersaron esta resistencia antifascista y restauraron la estructura básica del régimen fascista anterior a la guerra. La CIA temía que los comunistas accedieran legalmente al poder en las cruciales elecciones italianas de 1948 y se implementaron muchas técnicas para evitarlo, entre ellas el restablecimiento de la antigua policía fascista, la disolución de los sindicatos y la retención de la ayuda internacional. Con todo, seguía sin estar claro que al Partido Comunista se le pudiera derrotar. El primer memorando del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense, el NSC 1 (1948), detallaba toda una serie de medidas que adoptaría Estados Unidos en caso de que los comunistas fueran los vencedores de aquellas elecciones. Una de las respuestas que se contemplaba era la intervención armada en forma de apoyo militar para operaciones clandestinas en Italia. Incluso se consideraba la opción de respaldar un golpe de Estado para detener a la izquierda, a pesar de la conciencia de que ello encerraba la «probabilidad [de] sumir a Italia en [una] sangrienta guerra civil y un serio riesgo [de] detonar [la] Tercera Guerra Mundial». El derecho a invalidar la voluntad popular era algo que se daba por hecho.
La interferencia electoral fue una práctica constante. Entre 1948 y principios de la década de 1970, la CIA financió con más de 65 millones de dólares a partidos políticos que contaban con el beneplácito de Estados Unidos y sus aliados. «Teníamos bolsas de dinero que entregábamos a políticos seleccionados para sufragar sus gastos», admitió un exagente de la CIA, F. Mark Wyatt. De hecho, entre 1946 y 2000, Estados Unidos llevó a cabo por todo el mundo más de ochenta operaciones para intervenir en procesos electorales. Scott Shane, corresponsal de seguridad nacional de The New York Times, sugiere que tales operaciones, que incluyen la difusión de noticias falsas y la entrega de «maletas con dinero» a candidatos afines, se mantienen aún hoy.
Este texto es un fragmento de ‘El mito del idealismo americano’ (Ariel, 2025), de Noam Chomsky y Nathan J. Robinson.
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