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¿La mente nace o se hace?

Factores genéticos, experiencias, entorno, valores y creencias dan forma a eso que llamamos «personalidad». Sin embargo, no solo podemos moldear con nuestras acciones la forma en la que nuestra mente reacciona ante la vida, sino que esto podría incluso ser un proceso inevitable.

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Natalia Ortiz
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«Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré», reza la mítica canción A quién le importa. Y no son Alaska y su banda los únicos que piensan de esa manera. En realidad, la idea de que la forma de ser viene predefinida desde el nacimiento y de que existe poco margen de maniobra para hacerla evolucionar está muy arraigada en el imaginario colectivo. Tanto que muchos no se plantean siquiera la idea de modificar algún rasgo de su carácter ni ven un buen motivo para intentarlo. Así lo confirma un estudio del Journal of Personality and Social Psychology realizado sobre una muestra de casi 14.000 alumnos universitarios en 55 países, que reveló que solo un 40% de ellos estarían dispuestos a esforzarse por cambiar algo de su personalidad.

Sin embargo, ese cambio no solo es posible, sino que es, de hecho, inevitable. El divulgador y CEO de la empresa Think&Action, Fernando Botella, recuerda que «si bien hay rasgos de la personalidad que se mantienen estables en el tiempo, esta se va moldeando a lo largo de todas las fases de la vida».

Fernando Botella: «Aunque el ritmo de aprendizaje se ralentiza a medida que nos hacemos mayores, no deja de producirse nunca.

Según este biólogo de formación y autor de ¿Cómo entrenar la mente? Y aprender de forma exponencial (Alienta), es importante diferenciar tres palabras que se suelen emplear para el mismo concepto: personalidad, temperamento y carácter. «Temperamento es la manera en que nos enfrentamos a un hecho concreto, y este puede cambiar de un día para otro: una persona que normalmente sea tranquila puede saltar un día y explotar de furia porque ha rebasado su límite», dice Botella. En cuanto al carácter, «es más estable y tiene que ver con la manera de ser. Es decir, cuando se refieren a ti como una persona amable, pragmática o nerviosa». Por último, «la personalidad es un constructo que incluye los dos elementos anteriores y otros como los valores, la experiencia o la genética», concluye. De acuerdo con esta visión, la personalidad también vendría determinada en el ADN. Pero, ¿hasta qué punto? Botella explica que ningún estudio ha conseguido asociar de manera concluyente rasgos específicos de la personalidad a genes concretos, y que hay mucha diversidad de pareceres en cuanto al grado de influencia que la genética tiene en la manera de ser de una persona. Y añade que «para algunos autores no va más allá del 20%, mientras que para otros llega al 60%».

Donde sí parece haber consenso es en la influencia que tiene el ambiente en el diseño de la personalidad. «Un niño criado en un entorno conflictivo o en condiciones de vulnerabilidad tiene más posibilidades de desarrollar una personalidad más impulsiva o violenta que uno que haya crecido en un entorno estable y tranquilo. Hay estudios de epigenética que demuestran que hasta las bacterias cambian su comportamiento en función del ecosistema», sostiene el biólogo. Uno de los problemas que dificulta la identificación de cambios en los rasgos de la personalidad es que se producen de una manera paulatina, casi imperceptible. Sin embargo, hay elementos que pueden actuar como aceleradores, por ejemplo, una experiencia positiva y estimulante o una vivencia dolorosa.

Un cerebro en continuo desarrollo

Se trate de experiencias más o menos fuertes, como el simple hecho de toparse con una idea nueva y estimulante en un libro o escuchar una conferencia, los impactos que llegan desde el exterior son captados por nuestro cerebro y provocan una serie de conexiones neuronales que le permiten evolucionar. En palabras de Botella, «un bebé está todo el tiempo en estado de neurogénesis. Cada nueva experiencia o pieza de conocimiento que un niño adquiere en sus primeros siete años de edad deja un registro y genera una increíble corriente de neuroplasticidad. Y aunque ese ritmo de aprendizaje se ralentiza a medida que nos hacemos mayores, no deja de producirse nunca. Nuestro cerebro siempre está aprendiendo».

Jon Andoni Duñabeitia: «Si una persona sufre una lesión cerebral, otras partes del cerebro pueden asumir las funciones afectadas, facilitando la recuperación»

Jon Andoni Duñabeitia, director del Centro de Investigación en Cognición de la Universidad Nebrija, indica que la mente humana utiliza diversos mecanismos para aprender. Estas diferentes formas de aprendizaje demuestran no solo que nuestra mente es flexible, sino que está dotada de una impresionante capacidad de adaptación y resiliencia. «Aunque no estamos programados para adaptarnos a todo sin esfuerzo, nuestro cerebro tiene mecanismos que nos permiten enfrentar y superar una amplia variedad de situaciones», explica Duñabeitia.

¿Cuáles son las claves de esa adaptabilidad? Para Duñabeitia, la flexibilidad cognitiva y la plasticidad cerebral. «La flexibilidad cognitiva es la capacidad del cerebro para adaptarse a nuevas situaciones, cambiar de perspectiva y ajustar estrategias de pensamiento. Esta habilidad es esencial para resolver problemas, aprender cosas nuevas y enfrentar eficazmente cambios en el entorno. Por otro lado, la plasticidad cerebral se refiere a la capacidad de la mente para reorganizarse y formar nuevas conexiones neuronales a lo largo de la vida». Esta le permite al cerebro cambiar y adaptarse en respuesta a nuevas experiencias, aprendizajes y daños: «Por ejemplo, si una persona sufre una lesión cerebral, otras partes del cerebro pueden asumir las funciones afectadas, facilitando la recuperación».

La química de nuestra mente

Esta capacidad de adaptación y aprendizaje permanente a partir de los estímulos del entorno es apoyada de forma natural por los neurotransmisores, sustancias químicas que actúan como mensajeros entre las neuronas y las excitan o inhiben para que generen o no un impulso eléctrico. Su liberación se produce como respuesta a un estímulo y luego actúan sobre las neuronas o sobre otras células en cualquier órgano del cuerpo que tenga capacidad de recibir y procesar información.

La oxitocina, la serotonina, la endorfina o la dopamina son algunas de estas hormonas que actúan como neurotransmisores. Este grupo es conocido comúnmente como «hormonas del bienestar», ya que producen sentimientos como felicidad, alegría, placer o excitación. Como los estímulos externos son los detonantes de esta liberación hormonal, podría decirse que el ser humano puede crearlos de forma voluntaria, o al menos favorecer su generación. Es decir, estas sustancias químicas están relacionadas con el estilo de vida, el ejercicio o la dieta, acciones y hábitos que podemos llevar a cabo o ejercer a partir de decisiones conscientes.

Los seres humanos tenemos un poderoso instrumento: la actitud que libremente decidimos adoptar ante las situaciones que nos plantea la realidad

Por ejemplo, la serotonina refuerza el ánimo, influye en la memoria, mejora el ritmo de aprendizaje y favorece la relajación. Llevar a cabo excursiones o actividades al aire libre, hacer ejercicio o meditar favorecen la liberación de serotonina. Las endorfinas son los «analgésicos naturales del cuerpo», según la expresión de Loretta Graziano Breuning, profesora emérita de la Universidad Estatal de California, y, al igual que la serotonina, se pueden liberar haciendo ejercicio, pero también disfrutando de actividades de ocio como la música o el cine, e incluso riendo.

En el caso de la dopamina, su función es actuar como sistema de recompensa del cerebro. Está implicada en la satisfacción que nos producen ciertos alimentos, la alegría por haber cumplido un objetivo o una tarea y el placer que produce realizar actividades sencillas como correr o darse una ducha caliente. Todos estos estímulos y muchos otros pueden desencadenar una liberación de dopamina que produce placer y un deseo de repetir esa experiencia.

Sin embargo, Robert Lustig, investigador del Departamento de Pediatría de la Universidad de California en San Francisco (USFC), advierte de que «si la dopamina excita con demasiada frecuencia a las neuronas, estas se defienden cerrando sus receptores, de manera que necesitarán una dosis mayor para ser estimuladas». Por esta razón, sustancias como el alcohol, las drogas o actividades como el juego o el visionado de pornografía, que liberan dosis excesivas de dopamina, pueden degenerar en adicciones.

Por su parte, la oxitocina es de gran ayuda para las madres en el parto, en el posparto y en la lactancia. Pero tiene un papel mucho más amplio, pues también facilita las relaciones sociales. Dos personas que se tocan, se cogen de la mano, se abrazan o conectan sexualmente, liberan oxitocina. También se ha demostrado que ser solidario y cuidar o ayudar a otras personas provoca la descarga de esta hormona.

La actitud es decisiva

Es verdad que los factores genéticos y los aprendizajes influyen en la formación de nuestra personalidad, pero no estamos sometidos a ellos de manera inexorable. Los seres humanos tenemos un poderoso instrumento: la actitud que libremente decidimos adoptar ante las situaciones que nos plantea la realidad. Está claro que hay circunstancias que no podemos cambiar, pero es igualmente cierto que, según cómo las encajemos y cómo enfoquemos nuestra respuesta, el impacto que pueden tener en nuestro bienestar, en nuestra salud y en nuestra visión del mundo puede ser muy distinto.

Luis Rojas Marcos: «Profundizar e invertir en las cualidades naturales de las personas para ver la vida desde una perspectiva positiva y esperanzadora no debe interpretarse como una forma de infravalorar o ignorar los aspectos negativos y dolorosos de nuestra existencia»

El prestigioso psiquiatra Luis Rojas Marcos ha dedicado buena parte de su labor investigadora a estudiar el vínculo entre lo que él llama «pensamiento positivo» y los beneficios para la salud mental y física. Las conclusiones de esta investigación están recogidas en su libro Optimismo y salud. Lo que la ciencia sabe de los beneficios del pensamiento positivo (Grijalbo).

«Profundizar e invertir en las cualidades naturales de las personas para ver la vida desde una perspectiva positiva y esperanzadora no debe interpretarse como una forma de infravalorar o ignorar los aspectos negativos y dolorosos de nuestra existencia», aclara Rojas Marcos. El psiquiatra se muestra convencido de que, para alcanzar una vida saludable y completa, «no basta con curar los males que nos aquejan, sino que es igualmente importante conocer y fortificar los aspectos favorables de nuestra naturaleza, que nos ayudan a motivarnos para superar los retos que nos plantea la vida y alcanzar nuestras metas».

De entre los muchos ejemplos que pone el célebre psiquiatra de esta actitud positiva, resultan especialmente elocuentes las palabras que pone en boca de un famoso explorador: «Para sobrevivir perdidos en las montañas o en la nieve influyen la buena preparación y cargar con un buen equipo, pero, a la hora de la verdad, lo que a menudo separa a los vivos de los muertos no es lo que llevan en la mochila, sino en la mente».

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