«Las cosas que llenan el corazón requieren paciencia, perseverancia, perdón y momentos en los que nada sucede»

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Lupe de la Vallina
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Lupe de la Vallina

Es probablemente la divulgadora de psiquiatría y neurociencia más leída y escuchada en lengua española. Habla con la pasión y la convicción de quien sabe que tiene un mensaje urgente e importante que hacer llegar a la sociedad. Advierte de que vivimos en la era de la gratificación instantánea y eso pasa factura, porque nuestra capacidad de atención está seriamente dañada debido al bombardeo de estímulos. Nos hemos vuelto adictos a las sustancias y comportamientos dopaminérgicos, que no solo son el alcohol, las drogas y la pornografía, sino también las pantallas o las dietas saturadas de azúcares. Frente a todo ello, es de vital importancia frenar en seco e iniciar el camino de un nuevo despertar.


En muchas ocasiones has mencionado que la actitud previa a una circunstancia puede influir enormemente en el resultado. ¿Cómo puede cambiarnos la vida, la mente, o incluso el cuerpo, el pensamiento positivo? 

La actitud es el modo en que me hablo ante los diferentes retos que suceden en el día a día. ¿Cómo me levanto por la mañana? Según lo que me digo. Si me levanto diciendo: «hoy va a ser un gran día, voy a ayudar a todos los pacientes, aunque sean graves» o, en cambio, empiezo la jornada pensando: «hoy llueve y hace un día de perros, no me apetece nada ir a trabajar, tengo cuatro gestiones que me da pereza hacer». Ese modo en el que me dispongo ante la realidad tiene una influencia enorme, porque mi organismo escucha cómo me hablo. Si mi voz interior me machaca, mi organismo se pone en modo alerta y le llevo a tener actitudes o comportamientos que, en muchas ocasiones, me destruyen. Si, por el contrario, me enfoco en cosas buenas que pueden suceder, activo diferentes neurotransmisores y áreas cerebrales que se alinean para dirigirme hacia lo que quiero conseguir. 

«Si me enfoco en cosas buenas que pueden suceder, activo neurotransmisores y áreas cerebrales que se alinean para dirigirme hacia lo que quiero conseguir»

Uno de tus lemas es: «comprender es aliviar». ¿Qué descubrimientos de la neurociencia nos están ayudando a comprender mejor lo que nos pasa? 

Comprender es la clave. Entender por qué me pasa lo que me pasa: por qué tomo esta vía de escape, por qué duermo mal, por qué somatizo aquí, por qué vivo envuelto en pensamientos negativos, por qué elijo mal a las parejas, por qué tengo obsesiones con ciertos temas… Todo eso forma parte de mi mundo interior y, en general, da mucha vergüenza compartirlo. Es esencial comprender cómo funciona la mente, y estamos solo en el principio, pero vamos averiguando cosas. Los neurocientíficos investigan y, quienes tenemos la suerte de tratar a pacientes, intentamos aunar lo que dice la ciencia con lo que observamos en su comportamiento, sus emociones o su estado de ánimo. Luego pensamos en la manera de explicarlo para que todo el mundo lo entienda. A veces se simplifican mucho los conceptos, pero es la manera de poder comprenderlos.

Afirmas que vivimos en la era de la gratificación instantánea ¿Cómo influye eso en nuestra mente y en nuestra vida? 

Hoy casi todo se puede conseguir a base de gratificación instantánea. Quiero algo y lo quiero ya: comida, ropa, relaciones sexuales, conocer a alguien… Pero las cosas que realmente llenan el corazón del ser humano, que podemos asociar a lo que llamamos felicidad, tienen que ver con el amor y el trabajo. Y ninguna de estos dos ámbitos funcionan mediante gratificación instantánea, sino que están llenos de paciencia, perseverancia, perdón y momentos en los que nada sucede. Si yo acostumbro a mi cerebro a que todo tiene que suceder ya, cuando me topo con el amor y el trabajo, me lleno de frustración. Entender esto es clave para estar conectado con la vida de la mejor manera posible. 

«Una persona enganchada a las redes, al sexo, al alcohol o a las drogas, se vuelve insensible a los placeres cotidianos»

El segundo gran protagonista de tu libro, después de la dopamina, es la corteza prefrontal del cerebro. ¿Por qué es tan relevante?

La corteza prefrontal es la zona que se encarga de la atención, la concentración y la gestión de los impulsos. Es la que nos hace frenar para empatizar, meditar, rezar, contemplar y encontrar soluciones. El bloqueo de la corteza prefrontal conlleva una crisis de atención. ¿Qué factores bloquean la corteza prefrontal? El primero pueden ser las emociones: el miedo, el estrés, la intoxicación de cortisol, la soledad, el trauma… porque hacen que el sistema de alerta se active y la corteza prefrontal se conecte peor. El segundo gran bloqueador de la corteza prefrontal son las drogas, que modifican el sistema de recompensa. La fuerza de voluntad se apaga en una persona adicta, pierde la capacidad de decidir si quiere o no consumir porque no funciona la corteza prefrontal. El tercer bloqueador es la pantalla, que nos produce hiperestimulación constante a base de luz, sonido, movimiento, scroll infinito… todo eso merma la corteza prefrontal.

Y a eso hay que añadir la hiperaceleración en la que vivimos…

Sí, el meterle fast a todo: a los audios, a los vídeos… Percibir todo rápido hace que me entere del grueso, pero no sea capaz de captar los detalles. De esta manera, nos hacemos adictos a lo irrelevante y a lo superficial y nos cuesta muchísimo profundizar. Sólo vamos a la noticia fácil, a la idea simple, cuando lo que hace falta es profundizar. No hay forma de salir de una crisis de atención a menos que haya alguien que diga: «¡un momento!», y nos dé la pastilla de Matrix para avivar las conciencias y ayudar a la gente a que salga de ese estado de anestesia en el que se encuentra, sin capacidad de conectar con la realidad y con lo que nos está sucediendo. 

«Si me enfoco en cosas buenas que pueden suceder, activo neurotransmisores y áreas cerebrales que se alinean para dirigirme hacia lo que quiero conseguir»

También afirmas que el placer y el dolor tienen una estrecha relación en nuestra mente. ¿Cómo funciona esta relación? 

Sobre todo, hay un proceso que comparo con el juego de la soga. Por un extremo, la dopamina tira, tira, tira… y, en el otro extremo, aparecen las moléculas del dolor intentando equilibrar la cuerda. Y aquí viene la clave: llega un momento en que hay tantas moléculas de dolor que uno ya no busca placer, sino esquivar el dolor. Y, por otro lado, hay tantas moléculas de dolor que todo hace daño, todo molesta, todo irrita, todo aburre: no soporto al profesor, no soporto el discurso político, no soporto esperar aquí… Todo se convierte en insoportable.

¿Los subidones de placer nos roban la satisfacción que nos proporcionan otras cosas más sencillas y cotidianas? 

El placer es maravilloso, y si nos levantamos por la mañana es porque la dopamina funciona. El problema surge cuando ese subidón de placer se convierte en un hábito. A eso yo lo llamo una carretera dopaminérgica, un ladrón de dopamina. Ver pornografía, jugar a videojuegos, esnifar cocaína, beber alcohol… son como autopistas que van robando la dopamina que circula por carreteras secundarias. Esas carreteras más estrechas representan cosas como ir a visitar a mi abuela, ir a clase, leer un libro… Por eso una persona que está enganchada a las redes, al sexo, al alcohol o a las drogas se vuelve insensible a los placeres cotidianos.

«Si matas cada instante de aburrimiento y divagación mental con una dosis de contenido superfluo, de pantalla, es imposible crear, descubrir y resolver nada»

Todos entendemos el aburrimiento como algo negativo, pero tú, sin embargo, lo recomiendas…

Hemos eliminado el aburrimiento. No existe. ¿Por qué? Porque en el momento en que nos empezamos a aburrir, nuestro cerebro nos dice: «no sufras, porque el aburrimiento es sufrimiento, libera algo de dopamina». Yo lo que recomiendo es la pausa, el reposo mental, divagar, de repente no tener nada que hacer y ver qué pasa en mi cabeza. Siempre digo que nadie ha descubierto nada importante en un momento frenético. Newton estaba sentado contemplando, meditando debajo de un árbol y veía las manzanas caer y dijo: «¡anda, es la gravedad!». Después de mucho pensar y maquinar, el cerebro da paso a la imaginación y a la creatividad. Si matas cada instante de aburrimiento y divagación mental con una dosis de contenido superfluo, de pantalla, es imposible crear, descubrir y resolver nada. Reposar la mente es clave, que no esté todo el tiempo en estado de alerta. El flow o estado de flujo se produce cuando entramos en un estado de concentración máximo, especialmente si es una actividad manual, como pintar o trabajar en un huerto. En esos momentos, no se busca tanto conseguir un resultado como disfrutar del proceso. Lo que ocurre en el cerebro en esos momentos es que la zona parietal se desactiva y la persona que lo experimenta pierde la noción del tiempo, y no tiene miedo. No hay alerta. Es un estado de la mente que genera muchísimo disfrute.

«El rencor en las relaciones humanas es probablemente lo más venenoso que he conocido»

Una de tus publicaciones más conocidas, Encuentra tu persona vitamina, explora el vínculo entre las relaciones interpersonales y el bienestar mental y emocional. ¿Hasta qué punto llega esa conexión? ¿Podrías destacar alguna clave para avanzar hacia relaciones más positivas y constructivas? 

Lo primero que diría es que para estar bien con alguien hace falta estar bien con uno mismo. Y esto significa reconciliarse con el pasado, conectar lo mejor posible con el presente, conocer cómo es mi forma de ser y comprender por qué soy así. Es decir, gozar de un cierto equilibrio. En segundo lugar, es clave cuidar la comunicación, es decir, cómo hablo y cómo recibo lo que me dicen, sea verbal o no verbal. Hay gente que habla gritando, que habla desde el enfado, desde la frustración, desde lo negativo, que parece siempre que te está regañando. Hay, en cambio, otras personas que se expresan con una extrema dulzura, pero a la mínima se desestabilizan. Hay gente que no sabe decir nada o que dice mucho pero no hace. En definitiva, trabajar la comunicación es clave. 

Cuando algo sale mal en una relación ¿qué se debe hacer para no albergar resentimientos? 

Saber pedir perdón, porque todos nos equivocamos y tenemos que aprender a pedir perdón. Salir de ese orgullo me parece esencial. El rencor es un veneno, nos quita la paz, nos destruye, cambia las narrativas de nuestra propia vida y nos lleva a la desesperanza. Por tanto, el rencor en las relaciones humanas es probablemente lo más venenoso que he conocido. He tenido que ayudar a mucha gente a salir de sus historias de rencor y perdonar. Y yo sé que hay vidas muy duras. Por eso yo siempre digo que perdonar es ir al pasado y volver sano y salvo. No es ir al pasado para traer a la persona que te hizo daño y meterla en tu casa a vivir, no. Es ir a tu pasado con tu mente y decir: «Ya está».

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