Contra el mal diseño urbano
Un diseño urbano ineficiente afecta tanto la salud física como mental de la población. Sus efectos son, asimismo, nocivos para el medio ambiente y la calidad de vida general de sus habitantes.
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La falta de espacios verdes, la falta de pasos de peatones, la ausencia de espacios para ciclistas, los problemas de logística en carreteras… Todos estos ejemplos representan un mal diseño urbano. Los efectos que derivan de este empeoran nuestras vidas, desde la salud de las personas hasta el deterioro del medio ambiente.
El problema principal del mal diseño urbano, más allá de los fallos que se presentan en las ciudades en sí, es que no satisface las necesidades básicas de la población y agrava la calidad de vida, por lo que ocasiona problemas en el bienestar físico y mental de las personas, así como en el entorno urbano. Por ende, empeora la habitabilidad de las ciudades.
Según el Centro Nacional de Educación Ambiental, los problemas ambientales derivados de la vida en las ciudades, entre los que se incluyen el diseño urbano, están ligados estrechamente al cambio climático. Un estudio de la Agencia Europea del Medio Ambiente indica que en España mueren alrededor de 30.000 personas al año por la contaminación atmosférica. Y una de las principales causas de las emisiones contaminantes es el tráfico.
Por ejemplo, los diseños urbanos inadecuados, como la falta de demarcación de carriles o la presencia de baches en la carretera, causan atascos innecesarios, que contaminan más que cuando los coches están en movimiento. Madrid, por ejemplo, es la ciudad europea con mayor nivel de contaminación de dióxido de nitrógeno.
Un diseño urbano inadecuado causa atascos y aumenta la contaminación atmosférica
Otro efecto del mal diseño urbano es la falta de pasos de peatones. Si en el diseño urbano no se tienen en cuenta los distintos tipos de peatones, desde niños a personas de edad avanzada que no pueden avanzar la media de 100 metros por cada paso de peatones en las ciudades, es más probable que se ocasionen atropellos.
Además, si faltan los jardines y los parques, se genera el efecto isla de calor: un fenómeno que ocurre en zonas urbanas en las que la temperatura es más alta que en otras por la acumulación de edificios o de asfalto. Esta acumulación absorbe calor y lo libera con más lentitud hacia la atmósfera si se compara con áreas verdes. Este efecto, por lo tanto, empeora la calidad del aire que respira la población urbana.
Asimismo, el mal diseño de las urbes afecta nuestra salud, tanto física como mental. Estudios neurocientíficos han demostrado que la falta de zonas verdes genera estrés e inflamación. También se ha estudiado que tanto la contaminación acústica como la atmosférica nos mantienen en un estado de alerta constante.
En cuanto al efecto isla de calor, afecta a la población causando malestar, problemas respiratorios, insolaciones, deshidratación y golpes de calor. Y la falta de espacios públicos saludables y verdes impacta sobre la actividad física y favorece el sedentarismo de la población.
Se ha demostrado que un mal diseño urbano perjudica la salud mental: la tasa de prevalencia de problemas de salud mental es mayor en ciudades que en pueblos y zonas rurales. Este caso se ilustra bien con datos: hay un 40 % más de riesgo de sufrir depresión y un 20 % más de ansiedad si se vive en ciudades.
Posibles soluciones
A pesar de que el mal diseño urbano incide negativamente en nuestra calidad de vida, muchos de los problemas que genera se pueden corregir.
La Fundación de Estudios de Economía Aplicada propone un peaje de congestión, a través de un impuesto bajo y adaptable en el futuro, que reduzca el acceso al centro de ciudades grandes como Madrid o Barcelona en hora punta para acabar con los atascos. Asimismo, la DGT propone un paso de peatones ideal, en el que se prime la señalización a través de luces y carteles, con una sobreelevación en la carretera para disminuir la velocidad de los vehículos y una separación máxima entre 50 y 70 metros entre los pasos de peatones. Otra posible solución es la democratización de un transporte público accesible, además de la defensa de las bicicletas como medio de transporte sostenible.
En cuanto a las zonas verdes, se puede reducir el efecto isla de calor añadiendo vegetación a los planes urbanísticos. Otra solución viable es la implementación de bosques urbanos, no solo para mejorar la calidad del aire, sino para que puedan habitar distintos tipos de plantas, animales e insectos las ciudades. Según un estudio de investigadores de universidades de Londres, Edimburgo y Aberdeen, pasear entre árboles o simplemente ver el cielo es suficiente para reducir la presión arterial, la frecuencia cardiaca y el cortisol.
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