Los embalses en España: radiografía de una crisis
Históricamente marcada por ciclos de sequía, España enfrenta una crisis hídrica agravada por el cambio climático. Aunque las recientes lluvias han dado cierta tregua a los embalses, la sequía sigue lejos de resolverse. ¿Qué factores explican este desequilibrio?
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España tiene una larga tradición de presas y embalses, en gran parte, debido a la irregularidad del régimen hidrológico español, caracterizado por la alternancia de sequías e inundaciones. Desde la época romana, la construcción de infraestructuras hidráulicas ha permitido mitigar los efectos de los climas extremos y garantizar el acceso al agua a la población. Actualmente, el país cuenta con más de 1.200 grandes presas, con una capacidad total de 56.000 hectómetros cúbicos. De ellas, unas 450 son anteriores a 1960 y más de 100 ya existían en el año 1915, aunque la época de mayor expansión fue durante el régimen franquista.
Sin embargo, a medida que avanza la crisis climática y, con ella, las grandes sequías y el aumento de la intensidad de las lluvias torrenciales, se hace evidente la necesidad de integrar las infraestructuras hidráulicas con el entorno natural y de buscar soluciones que mejoren la seguridad y eficiencia de las infraestructuras existentes.
Según los datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico de finales de diciembre de 2024, la reserva hídrica en España se encuentra al 51,5% de su capacidad, lo que equivale a 28.840 hectómetros cúbicos. Esta cifra es ligeramente superior a la media de los últimos diez años (51%) y cinco puntos mayor que en el mismo periodo de 2023, tal y como muestra el análisis de la evolución de los embalses de RTVE. No obstante, persisten desigualdades territoriales: mientras algunas cuencas del norte presentan niveles adecuados, otras, como las del Segura (21,7%) y Guadalete-Barbate (28,3%), están en una situación crítica.
La reserva hídrica de España se encuentra al 51,5% de su capacidad
La DANA que afectó, sobre todo, a las provincias de Valencia, Albacete y Cuenca ha provocado incrementos en los embalses de estas zonas, pero también se encuentran disparidades. En la cuenca del Júcar, por ejemplo, esta mejora permitió desactivar la prealerta por escasez moderada, vigente desde agosto, cuando se decretaron restricciones para el regadío. Sin embargo, el informe de seguimiento de noviembre de la Confederación Hidrográfica del Júcar refleja que mientras algunas regiones como el Turia o el Júcar han alcanzado niveles de normalidad, zonas como Mijares-Plana de Castellón, Cenia-Maestrazgo, Serpis, Marina Alta, Marina Baja y Vinalopó-Alacantí continúan en estado de alerta por escasez.
A pesar de que la cantidad de lluvia recogida por metro cuadrado pueda alcanzar cifras récord, lo habitual en episodios torrenciales es que la lluvia caiga en zonas muy delimitadas que pueden no coincidir con la zona de la cuenca hidrográfica que va a parar a los embalses.
Teniendo en cuenta esta situación, ¿tendría sentido construir más embalses? Para Fernando Valladares, doctor en biología e investigador del CSIC, es evidente que no. «El agua superficial que viene de la lluvia se recoge en la cuenca de un río, la cuenca hidrográfica. Supongamos que en esa cuenca tenemos tres embalses y los tres están a la mitad de su capacidad en los últimos años. ¿Si ponemos un cuarto embalse vamos a recoger más agua? No, porque quien recoge agua es la cuenca, no los embalses. Los embalses son una forma de quedarnos con una cuota de esa captura de agua que la hace la cuenca», explica. Además, aunque los embalses no estén llenos, Valladares recuerda que «no se debería retener más de un 30% o 40% del agua de una cuenca» ya que, además de los usos que damos al agua, como el riego o el consumo humano, el agua de los ríos es esencial para el medio ambiente y es necesario que se quede en la naturaleza.
Según las Naciones Unidas, casi la mitad de la población mundial sufre escasez de agua al menos durante parte del año
Por otro lado, las lluvias torrenciales, al caer sobre suelos secos incapaces de absorberlas, provocan desbordamientos, inundaciones y corrimientos de tierra. Si la lluvia fuera más ligera y constante, el suelo tendría más tiempo para absorberla poco a poco, ayudando a recuperar su capacidad de retención de agua. Este panorama subraya la necesidad de una gestión hídrica más eficiente y de medidas estructurales para mitigar el impacto del cambio climático en los recursos hídricos.
Un problema global
Las sequías, que ya generan pérdidas económicas de más de 307.000 millones de dólares anuales en el mundo, podrían afectar a tres de cada cuatro personas para 2050 debido a la degradación causada por actividades humanas. Además, según el último Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos, casi la mitad de la población mundial ya sufre escasez de agua al menos durante parte del año y una cuarta parte de la población mundial se enfrenta a niveles de estrés hídrico extremadamente altos.
A nivel europeo, un informe publicado por WWF en 2023, afirma que el estrés hídrico afecta al 20% de Europa. En concreto, alerta de que, desde el año 2000 al 2021, la sequía ha afectado 62.000 km2 de tierras de cultivo en Europa, una superficie equivalente al doble de Bélgica. Así, el informe, que presenta estudios de caso emblemáticos en países como España (Doñana), Francia (Mignon), Bulgaria (Pchelina) y Países Bajos (Holtingerveld), denuncia que esta escasez de agua es resultado de décadas de mala gestión y del uso intensivo del agua para cultivos industrializados, que consumen casi el 80% de los recursos hídricos.
Frente a esta crisis, WWF señala la necesidad de adoptar medidas para prevenir la sequía y las inundaciones basadas en un cambio de modelo agrario y de desarrollo rural. En este sentido, el informe propone estrategias de gestión hídrica que faciliten a la vegetación la absorción del agua, la restauración de humedales, la gestión sostenible de acuíferos, el cambio hacia modelos agrícolas sostenibles y la necesidad de implementar la Directiva Marco del Agua y adoptar políticas climáticas que garanticen un equilibrio entre las necesidades humanas y de la naturaleza.
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