Opinión

La objetividad no existe, pero debería

Quien insiste en que la objetividad no existe lo hace a menudo para defender su propia subjetividad y sus sesgos. La objetividad no existe como una cosa pura. Pero existen los intentos de objetividad.

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17
diciembre
2024

En la última década hemos hablado mucho de la verdad en la política y el periodismo. Tiene sentido. Cada vez es más complicado distinguir el ruido de la señal, la información de la desinformación. También se ha discutido mucho sobre la objetividad en el periodismo. Es un debate a menudo tan abstracto como el de la verdad.

Cuando se habla de objetividad se suele decir que no existe, que lo que realmente existe es la honestidad. Parece una opinión sofisticada, pero es muy manida, como de estudiante de primero de periodismo. Es ya casi una frase hecha. Es cierto que todos los individuos tenemos sesgos. Nuestra interpretación de la realidad depende incluso de nuestros estados de ánimo: hay días en que estoy más cabreado con la política porque he tenido un mal día personal.

Pero creo que quien insiste en que la objetividad no existe lo hace a menudo para defender su propia subjetividad y sesgos, que considera el único camino hacia la verdad. A Pablo Iglesias le encantaba decir que en Podemos «cabalgaban contradicciones». Era una especie de blindaje frente a sus manipulaciones y desinformaciones. Si alguien les acusaba de cambiar demasiado de opinión, señalaban al eslogan. ¡Somos seres imperfectos! Entonces no hacía falta ni intentarlo. La objetividad no existe como tal, como una cosa pura. Pero existen los intentos de objetividad. Y hay gente que lo intenta más y quien lo intenta menos.

La objetividad (o el intento de alcanzarla) no es lo mismo que la equidistancia

La objetividad (o el intento de alcanzarla), especialmente en el debate público, no es lo mismo que la equidistancia. Un periodista objetivo no es quien reparte igualitariamente las culpas, no es quien dice el lunes algo malo de la izquierda y el martes algo malo de la derecha. Porque a veces la derecha o la izquierda hacen algo malo tanto el lunes como el martes. Un ejemplo de objetividad (o de intento de ella) es considerar que la misma acción es igual de reprochable la haga quien la haga. El problema es la acción y no su actor. Desgraciadamente en España, como se ha dicho muchas veces, lo que importa es el quién y no el qué.

Todo en las democracias liberales es aspiracional. Es un sistema contra natura, que desafía nuestros instintos más bajos. Por eso es siempre un intento. Como escribe Manuel Toscano en una reseña reciente de Posverdad y democracia, el nuevo libro de Manuel Arias Maldonado, «igual que la conciencia de la falibilidad no es un impedimento para la búsqueda de la verdad, sino un acicate para ello, tampoco el desprenderse de falsas ilusiones acerca del funcionamiento efectivo de las democracias liberales puede ser una excusa para abandonar nuestras responsabilidades cívicas». Quienes insisten en que la verdad o la objetividad o la libertad no existen parece que están haciendo un juicio filosófico, pero en realidad es político.

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