Sociedad

La falacia (y utopía) de la objetividad

Desde la antigüedad hasta la era de las tecnologías de la información, determinar qué es y qué no es común a la observación resulta vital para desentrañar los límites de la verdad. Sin embargo, ¿quién nos garantiza que nuestro cerebro no moldea los estímulos en función a lo que deseamos?

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15
noviembre
2021

Imagine que acude a la presentación del último libro de su escritor o escritora preferida. Escucha las explicaciones, toma nota de las respuestas e impresiones. Cuando llega el momento de que le dediquen su ejemplar aprovecha para intercambiar unas breves palabras con los intervinientes y, feliz, regresa a casa. Pasan unos días y se encuentra con un conocido que, entre el gentío, también estuvo presente en el acto literario. Comparten impresiones, pero al hacerlo se percata de que, si bien se trató del mismo evento, no parecen guardar exactamente los mismos recuerdos. Frases distorsionadas, hechos adulterados. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está la verdad?

La objetividad es uno de los grandes temas del conocimiento. Desde la antigüedad hasta las tecnologías de la información, la exigencia de determinar qué es y qué no es común a la observación de un acontecimiento para todos los observadores resulta vital si se quieren desentrañar no sólo los límites de la verdad, sino también los de la razón humana y la forma en que nuestros cerebros procesan sonidos, imágenes y otros datos que obtenidos a través de los sentidos, uno de los campos de investigación más pujantes de la neurociencia en nuestros días. Inventamos, rellenamos huecos de nuestra memoria y tendemos a adaptar nuestras experiencias en función de las preocupaciones y forma de pensar. En otras palabras: estamos constantemente tejiendo relatos, y es necesario un filtrado muy reflexivo para ceñirse lo más posible a lo real y objetivo. ¿Es algo malo no ser siempre plenamente objetivos?

La subjetividad, más allá de la opinión sobre la verdad

La primera gran revolución en la historia occidental sobrevino cuando en Mileto, ciudad griega de la costa anatolia, en una amalgama de riqueza y contacto con los conocimientos matemáticos egipcios y mesopotámicos, surgió un primer grupo de filósofos que entendieron que la naturaleza, lejos de estar regida por el capricho de dioses y azares, sigue unas leyes mesurables y permanentes, es decir, objetivas. A esa evolución en la forma de entender nuestro cosmos lo que vendría posteriormente le llamamos hoy en día filosofía y ciencia. Es, de hecho, en las ciencias donde se hace imperativo distinguir las hipótesis (que no dejan de ser opiniones con fundamento) en una verdad replicable.

Esa es precisamente la clave del éxito del método científico. Sin embargo, la objetividad precisa necesariamente del discurso, lo que significa que unos mismos hechos, unos mismos datos, pueden dar lugar a distorsiones en su descripción, análisis o comunicación. Y estas distorsiones, hasta cierto punto, lejos de ser negativas resultan positivas, siempre y cuando no modifiquen sustancialmente el contenido del que versan, bien por mala fe o por error.

Durante la pandemia, por ejemplo, se han vertido casi 2.000 bulos sobre el coronavirus

Por ejemplo, durante la pandemia de la covid, como indica el Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB), hemos vivido una sucesión de datos que se vuelcan a la población general desde una interpretación que no siempre es certera, ni en muchas ocasiones correcta. De entre los más de 1.188 bulos y datos adulterados que se han vertido sobre distintos aspectos de la pandemia, como revelan desde Maldita.es, encontramos el caso de unas gráficas que se difundieron comparando datos de la enfermedad en julio de 2020 y julio de 2021. ¿Qué ocurrió? Que más allá de la veracidad de las cifras, lo cierto es que eran dos periodos difícilmente comparables, ya que mientras en el primer caso se acababa de salir del confinamiento general, en el segundo nos encontrábamos inmersos en una ola pandémica. Esto también sucede frecuentemente con el cambio climático, donde podemos encontrar información a favor de su existencia y en su contra.

Y es que los datos, por su naturaleza, son ideas desnudas que se pueden vestir muy fácilmente en función de la ideología e intereses de quien los controla. Tampoco podemos olvidar el papel que implica la subjetividad en el desarrollo del conocimiento y en la prosperidad del diálogo, necesario para unas democracias saludables. Así, las pequeñas variaciones en un mismo análisis de los acontecimientos pueden suponer la clave para encauzar la mirada científica hacia matices o campos de estudio que de otra manera habrían quedado apantallados en el discurso ortodoxo. Muy conocido es el caso del desarrollo del modelo atómico, que no es otra cosa que un diálogo que se remonta a los pensadores griegos Leucipo y Demócrito, y que se retomó, sumando ideas, abordando subjetividades, con el naturalista y químico John Dalton en 1803. El pensamiento siempre conduce a la certeza, mientras la mirada lo hace hacia la sana subjetividad. 

Inventamos, rellenamos huecos de nuestra memoria y adaptamos nuestras experiencias en función de las preocupaciones

Nos gusta narrar, y para comprobarlo basta perderse entre las estanterías de cualquier librería. Eso se debe a que nuestra memoria no es absoluta, sino limitada como nuestros sentidos. Una mosca no ve un mismo objeto al igual que nosotros: ella detectará cualquier movimiento con mayor lentitud, por lo que sus reflejos serán mucho más ágiles que los humanos. Tampoco lo es la manera en que nuestros cerebros recopilan y filtran la información que reciben. Hay una diferencia sustancial entre la forma de procesar las experiencias y de enfocar su pensamiento entre las personas con hábito de lectura y entre las que no lo practican. En este sentido, podemos entrenarnos en analizar la realidad con la mayor objetividad posible, en desplegar una dialéctica en el uso del lenguaje o en ser capaces de narrar con imaginación.

Cuando investigamos, cuando contamos algo o cuando elaboramos datos y los presentamos a los demás, estamos narrando. Que esa narrativa se cierna a la realidad lo más posible es una tarea obligada, pero también lo es aportar nuestra mirada original. Y ante ello sólo podemos ser subjetivos para alcanzar la meta (casi inalcanzable) de la objetividad. 

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