Opinión

Homo Interneticus

Con la expansión del mundo cibernético, existe ahora una nueva variante de ‘homo sapiens’ que se caracteriza por la tendencia a la digresión, la disolución de las instituciones y la atención caprichosa.

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20
febrero
2025

¿Cómo es posible Trump? ¿Cómo puede ser que una persona que había dicho tantos disparates ganara las elecciones estadounidenses y, una vez, elegido, dijera que quizá se anexionaba Canadá, Groenlandia y el canal de Panamá, y, una vez en el poder, salga a bravuconada por día? Hoy meto aranceles a México, ayer a Colombia y mañana a la Unión Europea y China. Esta tarde pensaré cómo convertir la franja de Gaza en un resort turístico y por la noche mi chico Elon Musk desmantelará otra agencia federal.

Quizá la cuestión no radique tanto en él, ni en el papel que juegan las plataformas digitales y las redes sociales en la propagación de la desinformación, un tema ampliamente analizado por muchos sociólogos, sino en nosotros mismos. Y no necesariamente en nuestra situación económica, como recalcan los economistas al vincular el auge del populismo con la desaparición de empleos industriales a causa de la globalización. Tampoco se trata únicamente de nuestra identidad cultural, como apuntan los politólogos, quienes interpretan el populismo como una reacción contra la diversidad social en defensa del orden tradicional. Más bien, la clave está en nuestra manera de pensar. Las nuevas tecnologías han transformado la forma en que interpretamos y procesamos la realidad.

Las nuevas tecnologías han transformado la forma en que interpretamos y procesamos la realidad

De forma que quizá lo que ha sucedido es más profundo de lo que imaginamos. Quizás estamos alumbrando a un nuevo tipo de Homo Sapiens, el Homo interneticus, del que habló por primera vez Michael Goldhaber en 2004. Es esta mente distintiva de nuestro tiempo la que permite que el éxito de mensajes caóticos, irracionales y divisivos como los de Trump o Musk.

Basándose en los estudios de psicólogos como Merlin Donald, que habían identificado la relación entre las capacidades comunicativas (desde el habla y la escritura hasta la imprenta y la televisión) y la evolución de nuestra especie, Goldhaber predijo la aparición de una nueva variante de Homo sapiens con la llegada del nuevo siglo y la expansión de internet. Primero, fuimos Homo oralis y luego, con el descubrimiento de la escritura, nos convertimos en Homo literalis. Éramos iguales, pero nuestra forma de pensar cambió: las inestables fábulas que se pasaban de boca en boca dieron lugar a una percepción del mundo más sólida, al basarse en textos escritos. Este proceso mental dio un salto cualitativo con la generalización de la imprenta y la llegada del Homo typographicus. Todo el mundo tendría acceso a historias con un principio y un final, con personajes definidos, y la impresión de manuales de texto y libros científicos consagró los principios de causa-efecto y la propagación de ideas científicas.

Pero, en los albores de la presente centuria, empezamos a cambiar, a transformarnos en Homo Interneticus. ¿Qué caracteriza la mente de este ser?

Primero, la simetría o «igualdad democrática« de todas las opiniones. No hay separación entre escritor y lector. Entre productor y consumidor de ciencia. Ya no auctoritas, ni referentes. Todas las ideas se vierten en el mismo continente cibernético. Y ya veremos cuál gana.

En segundo lugar, la tendencia a la digresión. En imagen triunfan los filtros de fotos, pero las ideas se producen sin filtro. Sin editores, correctores y sin tan siquiera el autocontrol que supone escribir a mano un texto. La inmediatez del teclado o de los mensajes de voz hace que, en lugar de escribir razonadamente, pensemos en alto. Sin controles.

En tercer lugar, el fin del espacio-tiempo. Ya no hay distancia y Musk puede intervenir en las elecciones alemanas o filipinas. Y ya no hay tiempo. Los periódicos y los libros tenían fecha de publicación. Los tuits se consumen rápido, pero son imperecederos. Y suelen resurgir periódicamente. Vivimos en un presente eterno. Y, sin una noción del paso del tiempo, se difumina también la percepción de orden y de que unas cosas llevan a otras. No hay sensación de evolución ni de aprendizaje.

En cuarto lugar, la levedad de la educación y el conocimiento formal. Ya no necesitas pasar por un doctorado en una universidad de prestigio y un proceso de complejo proceso de edición para publicar sobre las vacunas. Puedes hacerlo desde la comodidad de tu sofá.

En quinto lugar, la atención caprichosa. Vivimos inundados de noticias, opiniones, chismes, teorías de la conspiración. Nuestra atención salta de una cosa a la otra en cuestión de segundos, sin poder digerir las sutilezas de ningún fenómeno.

En el entorno digital, las narrativas permanecen inacabadas, sujetas a la intervención de cualquier usuario

En sexto lugar, la indeterminación. En el mundo analógico, las historias seguían una secuencia lineal, donde una causa A llevaba a un efecto B, con un inicio y un desenlace claros. En el entorno digital, en cambio, ningún relato es concluyente. Las narrativas permanecen inacabadas, sujetas a la intervención de cualquier usuario. Nada queda cerrado. Los relatos son dinámicos y abiertos, como los videojuegos. En lugar de seguir un arco narrativo tradicional, se convierten en fragmentos dispersos, en un collage de ideas. Esto explica por qué todo tipo de conceptos, tanto los razonables como los más disparatados —desde los mitos sobre los efectos nocivos de las vacunas hasta la transformación de Gaza en un destino turístico con rascacielos, pasando por la absurda necesidad de conquistar Groenlandia para garantizar la seguridad global—, se difunden y replican en el ciberespacio como burbujas de jabón. En la mente maleable del Homo interneticus, todas las versiones de la realidad encuentran su espacio.

Y, en séptimo lugar, la disolución de las instituciones. La cultura impresa llevó a la consolidación, durante siglos, de las instituciones depositarias del saber y el orden, como las universidades, bibliotecas, grandes periódicos y, por supuesto, los gobiernos. Internet, al descentralizar masivamente el conocimiento, ha erosionado esas instituciones y la fe de la ciudadanía en las mismas.

En esto nos hemos convertido, querida y querido Homo interneticus.

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