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«En Estados Unidos, si logramos curarnos del racismo, conseguiremos recuperarnos de todo lo demás»

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10
noviembre
2020

«Hablando claro, sé lo difícil que os lo pongo para caeros bien», decía en una de las primeras frases de su agradecimiento tras recibir su segundo premio Oscar. Era 2009 y lograba levantar de nuevo la estatuilla –seis años antes, ya lo había hecho por Mystic River, dirigida por Clint Eastwood– por su interpretación protagonista en Mi nombre es Harvey Milk, película basada en la vida del primer cargo público estadounidense en ser elegido tras declararse abiertamente homosexual. Sin embargo, tras más de cuatro décadas de carrera y activismo, Sean Penn (California, 1960) ha hecho méritos de sobra para ser admirado por una cantidad de gente mayor –o, al menos, igual– que la que lo detesta.

Poco se puede decir de su palmarés cinematográfico, que abarca decenas de películas en las que ha participado como actor –además de las dos estatuillas ya mencionadas, tiene en su haber un Globo de Oro, dos copas Volpi y el premio Donostia, entre otros–, como director y guionista. Aunque desde los años ochenta no ha parado de trabajar para la industria del cine, durante todo ese tiempo no se ha olvidado de usar la fama para denunciar las injusticias ocurridas dentro y fuera de Estados Unidos. «Muchas veces me han acusado de simpatizar con dictadores socialistas, pero a mí lo que siempre me ha interesado es cómo esos liderazgos –que tal vez se han ido al diablo– han comenzado en nombre de los pobres. Por ejemplo, en Cuba la sanidad es pública y gratuita», afirma el actor, consciente de las críticas que han suscitado sus simpatías políticas.

Penn fue especialmente crítico con la invasión de Irak en el año 2003 –llegó a visitar la zona antes de que comenzase la ofensiva militar–, pero sobre todo ha centrado su labor en la cooperación humanitaria, especialmente tras el Huracán Katrina o el terremoto de Haití de 2010, que causó más de 300.000 muertos. Tras él fundó su propia organización sin ánimo de lucro –hoy llamada CORE, (Community Organized Relief Effort)–, que llegó a dar empleo a más de trescientas personas y que centraba sus esfuerzos en llevar atención sanitaria y educativa a los damnificados por el seísmo. «En Estados Unidos somos el país más rico del mundo y nos ocupamos de los ricos, no de los pobres. No pensamos en ellos hasta que nos lo exigen por razones humanitarias, y no tenemos un gobierno que sea capaz de ocuparse de ello. Por eso, como ciudadanos, siempre hemos sentido la necesidad de contribuir, ya sea cortándole el césped a un abuelito que viva cerca o montando una organización como CORE», explica.

«No pensamos en los pobres hasta que nos lo exigen por razones humanitarias»

De hecho, hoy Penn y su ejército de empleados y voluntarios operan mucho más cerca de lo que quizá podían imaginar. Con la irrupción en escena del coronavirus, desde el mes de enero la organización está dedicando sus esfuerzos a hacer testeos masivos para los colectivos más vulnerables. «Sentimos que podíamos aportar la infraestructura que tenemos como una organización que se dedica a ayudar en caso de desastres naturales. Lo más parecido que habíamos hecho antes en cuanto a enfermedades infecciosas había sido la epidemia de cólera en Haití, por lo que contactamos con el gobernador de California, que nos remitió al alcalde de Los Ángeles. Los bomberos ya habían comenzado a poner en marcha algunos sitios de testeo, y nosotros lo que hicimos fue conseguir gente para que esos lugares siguiesen funcionando: convocamos a voluntarios de los cuerpos de paz de todo el mundo para que volvieran a Estados Unidos y les entrenamos para que sustituyesen a los bomberos que se estaban ocupando de hacer esos test», relata el actor, que cuenta cómo más tarde lograron la financiación suficiente para expandir su trabajo a otros lugares de California y a ocho estados más. «No hemos usado el dinero solamente para testear, sino también para hacer una campaña de información entre los ciudadanos. Es importante su colaboración no solamente para que se hagan las pruebas, sino para que usen mascarillas y mantengan la distancia física», cuenta.

sean penn

En un país que bordea ya los 150.000 muertos cuando se escriben estas líneas, una de las cuestiones más polémicas ha sido precisamente la gestión política y social de la pandemia. Con la mitad de la economía del país considerada como esencial, las medidas que imponían el uso de mascarillas o la distancia física no fueron lo suficientemente claras, según la opinión de Penn, que se muestra muy crítico con el gobierno de un Trump a quien elude nombrar durante la conversación. «Desde el principio supimos que el presidente había decidido no establecer guías federales de respuesta frente al coronavirus, por lo que decidimos mantener distancia con él. Hoy tenemos un modelo a seguir en el que podemos confiar en el liderazgo municipal y estatal sin politizar lo que hacemos», sostiene. Y añade: «Si estuviésemos en medio de un tiroteo, todo el mundo respetaría las medidas y asumiría lo que pasa, pero la pandemia estimula una zona del terror humano que lleva a la cobardía. Si, además, el líder es el ejemplo de ello, la gente va a morir. Cuando los escucho afirmando que el virus no existe, que no se van a poner la mascarilla o que seguir la cadena de contagios es violar las libertades civiles, lo único que escucho es a alguien que llama a su mamá porque está asustado. Esos casos de cobardía son la mayor amenaza».

La vacuna de la ayuda mutua y la comunidad

Sin embargo, la dureza de las opiniones del director de Into the Wild no se quedan solo en el ocupante de la Casa Blanca: para él, la CO-VID-19 ha abierto las costuras de todo el sistema y el modo de vida individualista estadounidense. «Estoy convencido de que tendríamos que tener un servicio obligatorio, y no me refiero al militar. Los jóvenes deberían ayudar a cuidar los bosques, a asistir a los ancianos. Tienen que sentir que sus acciones importan, que pueden ayudar a los demás. Si lo hicieran, jamás se olvidarían de esa experiencia y eso les generaría un sentido de la responsabilidad colectiva del que estarían orgullosos. Sin embargo, en la sociedad estadounidense contemporánea, lo que la juventud tiene es un enorme sentido de la avaricia y la superficialidad», explica Penn. Tras décadas en Hollywood –a menudo perfecto ejemplo de ambas–, cuenta cómo el tiempo también le ha dado perspectiva sobre lo que es o no importante: «Al mirar hacia atrás, cada cosa que yo sentí que fue un regalo en mi trabajo no puede compararse con lo que podemos hacer cuando trabajamos todos juntos, ya sea con ayuda del Gobierno o de los propios vecinos. Cuando no lo hacemos es cuando aparece el enemigo, que en este caso es un virus».

«La humanidad, si todavía la podemos llamar así, va a superar esto»

Aunque es un sentimiento generalizado, la dureza de todo lo vivido en los últimos meses también ha servido para darse cuenta de qué es o no lo importante y de los privilegios de los que nosotros disfrutamos pero el resto no. No somos Bill Murray, pero Penn cree que hemos estado metidos dentro de Atrapado en el tiempo, «intentando procesar la realidad de aquellos que tienen que atravesar un duelo por los que han muerto o los que simplemente sufrimos el terror que generan las facetas desconocidas de este virus, que puede ser peligroso en formas que aún desconocemos».

En ese día de la marmota, siempre hay alguien que está en una situación peor o más vulnerable que la nuestra. «Hay gente que vive con tres niños en casa, que ha perdido su empleo, que convive con personas mayores y no puede aislarse… No sabe cómo va a poner comida en la mesa y, a la vez, está experimentando la conmoción emocional que nos sacude a todos. Tengo que lidiar con las dificultades y la fatiga que me provoca la situación, pero soy consciente de que soy un afortunado: tengo una casa bonita y bien iluminada, mis hijos están sanos y mi madre, que tiene 92 años, también lo está y vive a dos manzanas. Otros no tienen esa suerte», reconoce, aunque lamenta que los test y el trabajo que realizan los más de mil trabajadores de CORE no lleguen a todos los que lo necesitan.

¿Cómo mirar al futuro en medio del desastre? Aunque reconoce que se divide entre sus esperanzas y el pragmatismo, Penn se muestra moderadamente optimista. «Creo que la humanidad, si todavía la podemos llamar así, va a superar esto, pero no sé si lo que conocemos como Estados Unidos logrará sobrevivirlo a largo plazo. Noviembre es una oportunidad para el inicio de una recuperación, pero sin olvidar los años que costó recuperarse de los 58.000 jóvenes que murieron en los diez años que duró la guerra de Vietnam. Ahora hemos perdido 142.000 vidas en cinco meses. Tengo esperanzas porque las tengo, pero creo que lo mejor que podemos hacer ahora es reconocer lo que no sabemos y seguir buscando respuestas. Estamos buscando vacunas para el coronavirus, pero el movimiento #BlackLivesMatter está creando una vacuna contra el racismo y, si logramos curarnos de eso, conseguiremos recuperarnos de todo lo demás», concluye.

sean penn

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