«Es mejor invertir energía en hacer la vida lo más armoniosa posible, sabiendo que hay silencios y notas equivocadas»
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COLABORA2020
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En pleno estado de alarma, Luz Casal asumió la edificante tarea de hablar diariamente por teléfono con personas que no conocía. Se trataba de hacer más llevadero el aislamiento de unos interlocutores anónimos que tenían mucho que decir. Una experiencia de alta intensidad emocional que ha enriquecido el envidiable bagaje vital de esta artista ejemplar. La cantante gallega, de 61 años, es una referencia de la música popular de las últimas décadas, en las que también ha desarrollado una trayectoria de calado internacional. Durante la conversación, que fluye acogedora y reflexiva, profundiza en algunos rasgos de su carácter, en la huella económico-social dejada por la pandemia o en la situación del sector cultural español.
La última vez que hablamos fue sobre libros a finales de abril. Entonces ya estabas ya haciendo las llamadas.
Sí, después de eso dejé de leer durante dos meses, que fue cuando me dediqué a llamar por teléfono todos los días. No era capaz. Fue el último momento en que hablé de libros y, sobre todo, en que leí. No pude hacerlo hasta que pasó toda la vorágine de enterarme de las realidades tan fuertes que había… y que imagino que todavía colearán.
¿Tu visión sobre las cosas más inmediatas y esenciales ha cambiado desde entonces?
No es que haya cambiado mucho, pero sí soy más consciente. La situación se ha dilatado y, cuando estás con la sensación de que habías recuperado la libertad de movimiento, te das cuenta de que eso no puede ni debe ser. Siempre digo que soy una mujer afortunada. Me echan piropos y dicen lisonjas de mí, pero pienso que es lo mínimo que tengo que hacer: echar una mano en lo que pueda. La situación es, como mínimo, de perplejidad. Yo no hacía gira, teníamos actuaciones sueltas, teníamos que viajar al extranjero y aceptamos unas cinco o seis invitaciones de las cuales ya hemos hecho cuatro. En realidad no estoy sufriendo en mis carnes la situación, pero todo lo que oigo, veo y escucho de mis colegas me produce muchísima desazón. No hablo ya de los que tenemos una situación profesional privilegiada, sino de todos aquellos que están absolutamente a dos velas. Para la mayoría de la gente habrá otras necesidades, pero siempre he considerado que la cultura, en líneas generales, abarca cantidad de expresiones, incluso el entretenimiento. No considero que el entretenimiento sea sentarte de forma pasiva, sino ser partícipe, alegrarte la vida, como lo que hace la música, el teatro o el cine. No todo es arte, y sé lo que significan ambas cosas para mí. Un artista es alguien que trasciende su época y que abre ventanas y sobre todo mentes a fórmulas inesperadas.
¿Quién sería, por ejemplo, un artista total?
Hay cantidad de gente que no ha sido especialmente considerada. No es por ser original, por buscar aquel poeta o músico incomprendido que está oculto. Hay miles. En la música es algo que me ha costado mucho tiempo. Parece como si mi primera reacción sea la de defenderme, esa cosa de decir que a mí me gusta la zarzuela o que he estudiado ballet clásico como si fuera una mancha. Que te guste AC/DC y el ballet y que El pájaro de fuego, sobre todo con Nureyev, sea una cosa extraordinaria. Imagino que quieres nombres, claro.
«Aunque sea ambiciosa en mi trabajo, no necesito más éxito. No necesito más dinero. No necesito casi nada»
Estaría bien, pero tampoco es imprescindible. La cuestión final es que a veces la obra y el reconocimiento de la misma no van por el mismo carril.
Están Concha Piquer, Edith Piaf, Mina, Amália Rodrigues… Por no hablar de Janis Joplin. El primer disco que me compré fue de ella. El primer beso. Una marca. No tengo gurús ni guías a los que recurro cada cierto tiempo, no puedo decir algo como «dentro de la pintura, Picasso». Pues sí, es uno de los nombres importantísimos en mi vida, es un nombre recurrente en el arte, pero voy a cualquier museo y me puedo emocionar con un artista que no necesariamente es un maestro. Por eso, desde que descubro la música a una edad muy temprana y sobre todo al principio de mi carrera como intérprete, hago una defensa a ultranza de que hay muchísimas expresiones y estilos. Con la literatura me pasa lo mismo: no tengo ningún pudor, no pongo barreras, voy de Sylvia Plath a Gata Cattana pasando por Luis Cernuda. Incluso en la música que no es interesante para mí a veces descubro algo, una frase que está bien en una canción estúpida. Siempre he defendido la libertad de escuchar, leer o ver lo que me motive, buscando sentirme parte de eso. No es tanto buscar inspiración como formar parte del mundo del otro, del que se ha expresado de esa manera. La música es un alimento, una necesidad. No puedo pasar un solo día sin escuchar o hacer algo en relación con la música. También la literatura, pero la música está por encima. Es indispensable.
Ponerse en el lugar del otro a través de una creación que nos resulta ajena es interesante, y se puede trasladar como actitud a prácticamente cualquier aspecto de la vida. A veces podemos echar en falta precisamente esa capacidad para ponerse en la piel de los demás.
Yo la tengo. Es innato, sale de manera espontánea. No sé si viene en los genes, pero sí lo veía en mi madre. Lo veía en el que fue compañero de mi madre durante muchos años, y ambos fueron personas muy importantes en mi vida. En el caso de mi madre, trataba con todo tipo de personas dentro de su mundo bastante reducido. Una zona determinada de Asturias, Castrillón, y una zona determinada de Galicia –en el Concello de Boimorto– y también en la ciudad de A Coruña. Lo mismo hablaba con una persona muy católica, que con los testigos de Jehová, que con alguien que se cagaba en el altísimo cada dos por tres. Esa capacidad me sirve muchísimo para mi trabajo como intérprete: ver cómo reacciona una persona, qué siente, cómo le llega una determinada historia o frase de una canción. Es una de las pocas virtudes que creo que puedo tener.
Esa virtud que reconoces abiertamente…
… Y sin ningún tipo de vanidad, creo que es así [ríe]. He vivido unos cuantos años, sé cómo funciona. Tengo esa virtud y tropecientos defectos y extravagancias en mi manera de comportarme.
Aunque te habrá ayudado en las llamadas que hiciste durante el confinamiento, al mismo tiempo esa permeabilidad ante los asuntos de los demás no debe ser fácil de gestionar.
No, igual que no es fácil cuando acabo un concierto. Puedo ser una mujer medianamente feliz, preocupada por los fallos que haya tenido, pero estoy emocionalmente exhausta. No sé cantar de otra manera, por eso busco con ahínco y tardo tanto. En esos dos meses claro que sufrí. Hay profesiones en las que las personas tienen una segunda piel que les permite no caer en combate, no ser afectados por tantísimo problema, sobre todo esa gente que cuida de otra gente. Lo que intenté es salirme de lo habitual, ya que la circunstancia era anómala. Percibías que los demás, igual que tú, no se podían mover. Si tienes interés en lo que yo hago, tienes acceso a todo prácticamente en internet. Mientras, yo tampoco tenía posibilidad de hacer musicalmente casi nada salvo cantar a capella, que no me suele gustar porque me da cierto pudor. Me parecía más importante no ya ayudar, sino ponerme al servicio del otro hablando en lugar de cantando. Incluso las conversaciones más amables resultaban impactantes. Tengo una cierta perspectiva porque paso mucho tiempo sola, en un mundo reducido, y esto es una ventana a otras realidades. La gente a la que llamaba no lo esperaba, y ese era el primer escollo que había que salvar. Me sirvió muchísimo esta manera que tengo de hablar que a mucha gente le llama la atención, porque decían que les sonaba mi voz [ríe con ganas]. Salvado ese primer impacto, toda la gente se abría en canal. Algunas veces el llanto aparecía porque escuchabas demasiadas cosas intensas, demasiado dolor, demasiado drama, demasiada angustia. Cuando alguien te dice que se quiere suicidar, ¿cómo lo manejas? Afortunadamente esa predisposición a entender al otro me sobreponía. Fue una de las cosas más importantes que he hecho en mi vida, sin ninguna duda. Es mi sensación y estoy segura. Desde hace poco años no espero nada. Aunque sea ambiciosa en mi trabajo, no necesito más éxito. No necesito más dinero. No necesito casi nada. Todo lo que hago, lo hago porque sí. Si recibo algo, pues cojonudo. Es como si estuviera liberada de expectativas, que son un peso.
«Un artista es alguien que trasciende su época y que abre ventanas y sobre todo mentes a fórmulas inesperadas»
Suena a bendición.
Me ha costado unos cuantos años [ríe]. Nunca he vivido en la impostura. En la música muchísimo menos, porque es a través de ella como me muestro a los demás. Me miro al espejo con total frescura, no lo rehúyo ni siquiera cuando veo algo que no me gusta. Sé cuántas debilidades tengo, cuántas extravagancias… Pero eso sí lo he sentido.
Has desarrollado parte de tu carrera en Francia, un país que se suele poner como ejemplo de protección y desarrollo de las políticas culturales… En España, mientras, no hemos logrado situar la cultura en el rango político, social y económico que merece.
Produce muchísima desazón. No te digo ya a nivel cultural, sino informativo o, como dices, de protección. Me entran sudores fríos al pensar cómo es posible que estemos hablando de alguna situación que ocurre en nuestro diverso país en las noticias y se ilustre en el 99% de los casos con música anglosajona. ¿Por qué? ¿Y por qué no puedo escuchar de manera natural músicas de cualquier otro país que no sean anglosajones? Se habla de las injerencias, de los imperios, pero en el mundo cultural tenemos una desprotección enorme. Hay mucha gente de mi sector que ha tenido un momentín, que ha llenado varios auditorios enormes y que ya no lo hace. Gente que ha dedicado tres cuartas partes de su vida a eso y ahora no tiene dónde caerse muerta. No hay historia relacionada con ellos. De Francia me fascina que si pongo la tele o cojo un periódico siempre hay un programa dedicado a la música. Ni me puedo imaginar el tiempo que habrán dedicado a Juliette Gréco. La vi no hace muchos años en el Casino de París y era ejemplar, el público era heterogéneo, con gente súper joven. Aquí parece que se usa y se tira, que todo dura un ratito y que no existen más que tres. Mira los programas de música, están Los conciertos de Radio 3 –que no los menciono solo porque los iniciara mi compañero– pero poco más. ¿Por qué no hay programas de música en general, de flamenco, de jazz? Hice un concierto en Televisión Española y lo pusieron a las dos de la mañana. Siempre tengo cuidado en no parecer quejica, soy una privilegiada aunque solo fuera por poder seguir haciendo lo que hago después de tanto tiempo. Pero ese «ay» es por la situación y por los demás. Me da mucha pena que la gente común no tenga un acceso más fácil. Habiendo en España tantísimos buenos pintores, ¿por qué no se sabe más de ellos?
Quizá porque el conocimiento y la información son armas.
Es lo que te da libertad. Si te impacta un cuadro, te abre la cabeza y ves que hay otros mundos que trascienden lo tuyo. El saber es imprescindible. La curiosidad ayuda en muchísimas cosas en la vida cotidiana.
La primera frase de tu primer álbum, de 1982, decía así: «Estoy cansada de ser una muñeca más». Un mensaje de poderío femenino que cuatro décadas después sigue teniendo vigencia.
Sigue teniéndola porque no se puede consentir que te quiten la vida por pertenecer a un género determinado. Recurro otra vez a mi madre, que en su tiempo trabajaba fuera, ganaba dinero, era autónoma, conducía, tenía una relación sentimental anacrónica para el tiempo que vivió. Eso marca, y a mí me hizo ser una mujer fuerte, no temerle a ninguna circunstancia. En ese momento llevaba tres años en Madrid y, claro, había que dar codazos cada pocos metros. Por eso siempre he sido reacia a que me digan «chica de no sé quién», «nena» y ese tipo de títulos.
Abrirse paso en el mundo del rock en esos primeros años de la Transición siendo una mujer tan joven, ¿qué implicaba? ¿Con qué tenías que lidiar?
No fue sencillo. Una persona de la radio que todavía sigue parloteando me dijo que por qué no me dedicaba a fregar platos. Ante individuos despreciables me daba una sensación de poder, pensaba que no era tan mezquina ni indeseable. La parte dura de esa situación la salvaba pensando que, como mínimo, era un idiota, que es un calificativo bastante apropiado. El idiota es aquel que considera que con lo que sabe es suficiente.
«Se habla de las injerencias y de los imperios, pero en el mundo cultural tenemos una desprotección enorme»
Eras un referente femenino principal en la música española, no la única, también estaban Ana Curra o Azucena Dorado.
Sí, pero en el caso de Ana Curra había una distinción. Los que pertenecían a la Nueva Ola pasaban de que se les considerara rockeros. Estaba Azucena, que era bien heavy, y poco más. Ser rockera no era un titulo especialmente de moda, era seguir los pasos de la generación anterior. A mí, como te puedes imaginar, esa situación me parecía que había que llevarla con la elegancia natural que cada uno tenga.
¿Esa distinción entre escenas y sonidos era tan patente?
Sí, sí, sí, Ahora está difuminado, pero estaba absolutamente marcado.
¿Tenías presente la importancia de una figura como la tuya para otras chicas?
Nunca he tenido la visión de mí a ojos de otro. Hago lo que hago y ya está. Luego ves que hay actitudes, formas de comportarse y ves que sí lo hiciste, pero no tengo esa imagen de mí. ¿Qué puede significar para las mujeres que yo haga esto? No sé, lo vas sabiendo con el paso del tiempo. Lo que quería era cantar, aprender, desarrollarme, empezar a escribir lo mejor que pudiera, rodearme de gente magnífica para seguir aprendiendo. Y no he variado apenas. Ese es mi objetivo, llegar a la gente de la manera más directa y verdadera. Esto es lo que hay, si no te gusta tienes 500.000 cantantes más. Nunca me he visto en plan líder. Me produciría incomodidad.
¿Y cuando alguien te ha dicho que fuiste un modelo te has sentido incómoda?
No, ahí no. Pero no sé manejar el elogio. Pretendo que la gente me aplauda, pero cuando me lo dicen a la cara me muero de vergüenza, me da apuro. Lo acepto, lo busco, es una contradicción… pero cuando empiezan los elogios lo manejo con cautela aunque agradeciéndolo. Cuando te dan un premio y empiezan a decir cosas me voy reduciendo. No lo sé manejar bien. Como si fuera una niña chica, agachando la cabeza. Sigo teniendo esa reacción, a ver si con unos pocos años lo resuelvo.
Dices que siempre has buscado rodearte de las mejores personas posibles para seguir aprendiendo. Has trabajado con rockeros como Leño, Alarma o Asfalto. Con iconoclastas como Vainica Doble. Con maestros del pop como Santiago Auserón. Con héroes del pop adolescente como David Summers y Dani Mezquita de Hombres G. ¿Crees que es una de las claves para consolidar tu aceptación durante los ochenta?
Consolidar no lo sé, si acaso lo que me han dado son buenas canciones. Buenas letras, buenas músicas, colaborando o sin colaborar, a nivel de intérprete o con la coautoría. Un día dije que quería trabajar con Santiago Auserón, vivíamos a poca distancia, en Arturo Soria, y salió la letra de Deseo en silencio. Una letra preciosa con música de Antonio Vega. Y salió porque sí. Colaborar con gente, en muchos casos de los que has dicho, ha sido producto de la casualidad. En otros, como cuando decidí que produjera mi último disco Ricky Falkner, no identificaba su trabajo. Lo descubrí porque escuché una canción de Quique González y, al ir a los créditos, dije que quería que produjera él. Me guío por esos impulsos que no sé razonar pero que, en muchos casos, salen muy bien.
En ese último disco, Que corra el aire, salió bien. Es un álbum muy especial que incide en la idea de que estamos de paso por aquí y que conviene poner el foco en las cosas que importan.
Llevo cuatro álbumes en los que necesito reflejar los deseos e ideas y propósitos de mi vida, de mi actualidad. Porque un disco lo que refleja es un determinado periodo de mi tiempo. No aguanto más está muy bien, pero Cleptómana ahora mismo no me representa, no la puedo cantar porque me siento ridícula. Sí puedo cantar Rufino. Cuando hice Un año de amor me sentía como una cantante de esa época. De alguna manera en el texto tengo que sentir que estoy ahí, que no soy sólo la intérprete. Tengo que estar involucrada en lo personal, en lo íntimo.
Hace casi diez años pusiste en marcha el Festival de la Luz, que se define, entre otras cosas, por el eclecticismo y por la convivencia de músicos de distintas generaciones en su cartel, algo que parece que está proscrito en la cultura pop.
«Podemos ir a un concierto de Beethoven y al día siguiente a uno de hard-rock. ¿Por qué no? Son experiencias distintas»
Esa es una situación que me produce mucho desánimo. Compartimentar por generaciones y edades me parece ridículo. Entiendo sin matices que un chico de veinte años necesite tener sus representantes musicales, por supuesto, así debe ser. Pero eso no implica que ese chico no pueda escuchar a Mayte Martín o al valenciano que hace jazz magnífico y toca el saxo que te mueres. Es abrir todas las puertas para que la gente, según su gusto, elija y se pueda sorprender. Cuantísima gente se ha acercado en ediciones anteriores a darme las gracias porque no podían imaginar que había tal grupo canario de pop tan chulo o unas pandereteiras de menos de 25 años que cantan de puta madre. Toda la gente que formamos el equipo podemos ir al Teatro Real a un concierto de Beethoven y al día siguiente a ver un grupo de hard-rock en un bar. ¿Por qué no? Son experiencias distintas. Es como la comida. Estoy en Asturias y llevo cinco días con el pote y la fabada. En cuanto me vaya no voy a comer fabada en un mes. Puede haber gente que solo escuche a Mozart; habrá gente que, pobre, no le guste la música. Pero a los que nos gusta la música nos emocionamos en el festival con Amancio Prada, con Pedro El Granaíno hasta las lágrimas y con Rosendo. Así hasta el infinito, con una media de cuarenta nombres por edición. Nunca fue un propósito didáctico este festival, pero sí tenemos una responsabilidad, aunque sea autoimpuesta, de enseñar a los niños que hay músicas de todo tipo y que pueden pasarlo bien con ellas.
Volviendo a la idea de poner el foco en las cosas que importan porque son cuatro días y teniendo en cuenta el contexto tan difícil en que estamos, ¿tiene sentido hacer algún plan o alimentar según qué esperanzas?
¡Por supuesto! Todos deberíamos de vez en cuando hacer un viaje a nuestro pasado. Nosotros no hemos tenido las dificultades que han tenido las generaciones que vivieron la Guerra Civil y la posguerra. Nosotros estamos en uno de los momentos, al menos en esta parte del mundo y en esta tierra, en el que un porcentaje muy elevado de personas vivimos magníficamente. Las dificultades son parte de la existencia, igual que las enfermedades. Todas las personas que he conocido han pasado por dramas, por dificultades. La mayoría ha superado una insuficiencia de dinero, una tragedia personal. Lo que estamos viviendo es una falta de movimiento que ha hecho tambalearse cantidad de trabajos. Sobre todo a la gente más frágil, que no más débil, les ha tambaleado aquellas certezas que tenían. Es otra de las lecciones aprendidas en los últimos años, que no hay circunstancia adversa que no puedas superar salvo la que sabemos, que es la conclusión de la vida. Los que tenéis hijos deberíais tomar como asignatura importante el enseñar a vivir en las dificultades, porque van a aparecer un día u otro. Mientras no falte la salud y el alimento, hay que amoldarse. Si no puedes hacer un concierto cada noche a lo mejor es el momento de encontrar algo que te ayude a sobrellevar la situación, y el resto del tiempo aprovechar para estudiar, por ejemplo. Una vez que terminaron las llamadas, me puse a estudiar armonía. Pienso seguir de manera disciplinada porque tengo lagunas. La esperanza es lo último que se pierde: durante las llamadas he hablado con gente que estaba ciega, en silla de ruedas, a cargo de personas con minusvalía. Escuchabas su voz y te parecía un pájaro que acaba de beber del manantial. Son personas ejemplares, que demuestran superar su circunstancia personal. Y creo que los que tenemos menos carencias en la vida hemos de tirar adelante. Hay que ponerle ambición, por dura que sea la situación. Sé que son palabras, pero mi actitud es así. Hasta el último aliento, hay que vivir.
Esa es la misión de la vida, vivirla.
Sí, pero no en plan Livin’ la vida loca…
Con Livin’ ya está muy bien.
Sí, es nuestro tesoro, la propia existencia. Y se pierde muchísima energía desgastándola. Mejor es emplearla haciéndola lo más armoniosa posible, sabiendo que hay silencios y notas equivocadas.
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