Cultura

Hacia rutas salvajes: un elogio a la libertad compartida

Como le sucede a Christopher McCandless, Europa está pecando de diferenciar entre el ‘nosotros’ y los ‘otros’. Pero, al igual que la felicidad, la libertad se transforma en esclavitud si no se comparte con el resto de la sociedad.

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11
noviembre
2019

Hay películas que, aunque desde los primeros planos nos dan pistas –o señales luminosas– de que son una tragedia, a mí el final me pilla desprevenido. Eso mismo me ocurrió cuando vi Hacia rutas salvajes (Into The Wild) hace ya unos cuantos años. La cinta está basada en el libro homónimo de 1996, que cuenta la vida de Christopher McCandless, un joven que a principios de los noventa trató de vivir apartado de lo que él consideraba una sociedad egoísta.

A partir de aquí voy a destripar un poco la película. Aviso por deferencia, aunque pienso que si una narración pierde toda su gracia cuando nos cuentan el final, es que en realidad no tenía ninguna gracia. Si alguien tiene intención de ver la película –y no simplemente sorprenderse con su trama– debería seguir leyendo. De hecho, si yo mismo no hubiera estado tan pendiente de la sorpresa y más atento a la esencia de la narración, habría visto desde el principio que se trataba de una tragedia, forma narrativa que, aunque normalmente solemos relacionar con un final fatídico, se reconoce por dos de sus elementos narrativos característicos: la transgresión moral del protagonista y el castigo que la compensa.

En el caso de esta película, todo comienza con la transgresión de Christopher, que deja su hogar cargado de desprecio, dona todo su dinero, abandona a sus padres y hermana sin dar muchas explicaciones y comienza una nueva vida libre de ligaduras emocionales o materiales. Los retos van aumentando hasta que una primavera decide irse a Alaska para probarse a sí mismo lo más lejos posible de la civilización. Se adentra en la naturaleza salvaje y se aloja en un autobús que encuentra acondicionado a modo de cabaña. Allí vive en la más absoluta soledad durante tres meses, alimentándose de lo que puede recolectar o cazar. Un día decide que ya ha tenido suficiente y comienza el camino de regreso, pero el río que había vadeado para llegar lleva ahora mucho más caudal. Como no conoce otro camino alternativo se ve obligado a volver al autobús, donde un mes más tarde acabará muriendo envuelto en su saco de dormir, junto a páginas de libros y cuadernos que había llenado de anotaciones. Esta es la imagen con la que concluye la película: el castigo.

Había querido encontrar una felicidad superior, que era en realidad una felicidad particular, separada del resto de la humanidad

En las tragedias griegas este final era conocido como éxodo; la parte en que el protagonista admitía su error antes de recibir el castigo reparador de los dioses. La película nos muestra una de las frases que había escrito McCandless, con la que supuestamente habría reconocido su error: «La felicidad solo es real cuando es compartida». Christopher, desdeñando la felicidad común de la clase media americana –que juzgaba materialista– había querido encontrar una felicidad superior, que era en realidad una felicidad particular, separada del resto de la humanidad. Una felicidad así, tan desembarazada, tan desconectada, tan egoísta, acaba por ser irreal. Pero cuando McCandless se dio cuenta de ello ya era demasiado tarde. Estaba sentenciado. Él había negado a la civilización y la civilización lo acabaría por negar a él. Aunque este hecho no se muestra en la película, lo cierto es que, como no tenía un mapa detallado de la zona, no pudo saber que –ironía del destino– a poco más de un kilómetro de donde había atravesado el río había un puente para trenes por donde podría haber cruzado fácilmente.

La película convirtió a McCandless en un héroe de leyenda y la frase ya forma parte de la cultura popular, digna de ser tatuada en la espalda junto al dibujo de un autobús. Pero, ¿era la felicidad lo que realmente iba buscando Christopher? Yo creo que en realidad estaba persiguiendo un ideal distinto: el de la libertad. Por eso se había esforzado tanto desde el principio en eliminar todos los vínculos que él consideraba subyugantes, como la familia, las posesiones, el trabajo estable o el amor, para encontrar así una forma pura de libertad, una libertad abismal en la que no necesitara nada ni a nadie. Y precisamente fue esta actitud soberbia la que lo llevó a cometer su error fundamental, más grave incluso que adentrarse en lo salvaje sin un mapa, que fue precisamente no haber contado con alguien que pudiera dar la voz de alarma si no volvía. Y es que esa libertad sublime al margen de todo y de todos es, de facto, una condena. Necesitar alejarse de la sociedad para ser libre es la mayor esclavitud que puede haber.

Necesitar alejarse de la sociedad para ser libre es la mayor esclavitud que puede haber

Las libertades, si no son compartidas, no son libertades, son privilegios que nos subyugan. Esto es precisamente lo que nos está pasando en Europa. Hemos creado una libertad al margen del resto del mundo y eso, al final, está resultando ser una condena. Para defender nuestros derechos y libertades particulares nos hemos visto obligados a cerrar las fronteras y volvernos contra nuestros propios ideales fundacionales. La historia sigue, pero el final ya no debería sorprender a nadie. Podemos reconocer los elementos de una tragedia. Nuestra transgresión: haber creado la Unión Europea como un reducto de libertad exclusiva, como un club privilegiado ajeno al resto del mundo. Nuestro castigo: el miedo al otro y la condena de vivir dentro de los muros.

Pero no perdamos la esperanza. Cada hito evolutivo, cada destello de luz que ha dado esta vieja Europa ha sido catalizado por una tragedia: no una realidad trágica, sino la realidad contada como tragedia. Pues los valores morales, para impregnarse plenamente en nosotros, necesitan de la emoción, de eso que los griegos llamaban pathos. De hecho, hasta que no se escribió y, sobre todo, hasta que se filmó la película, McCandless no era más que otro loco idealista. Fue la narración lo que convirtió su historia en algo que nos transforma.

Si podemos hacer lo mismo con Europa, si conseguimos que el mundo se emocione y aprenda con nosotros que hasta que todos los seres humanos seamos libres por igual ninguno lo seremos realmente, todo esto habrá servido para algo. Puede que hasta consigamos salvarla a ella. Pero si no, si de todos modos corre la misma suerte que McCandless, nos aseguraremos de dejar en lugar bien visible su frase, aunque con un pequeño cambio: «La libertad solo es real cuando es compartida».

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