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Rosario Yori

«A las mujeres se nos exige la productividad y la reproductividad»

Fotografía

Ana Lía Orézzoli
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12
septiembre
2025

Fotografía

Ana Lía Orézzoli

«Soy un cliché. La mujer que, cuando se acerca a los 40, se apura por ser madre cuando nunca antes lo quiso. Por si me arrepiento. Por si a los 50 quiero un hijo y ya es muy tarde. Por si acaso», escribe una Rosario creada por la escritora Rosario Yori. Ambas, a sus 37 años, empezaron a plantearse la posibilidad de ser mamás; ambas no lograron quedar en embarazo de forma natural; ambas se sometieron a tratamientos de fertilidad que no funcionaron. La Rosario real, la de este mundo, tuvo que vivirlo y sentirlo para poder escribirlo y convertir esa experiencia tan íntima y brutal en un tema más universal, que hace eco en aquellas tantas mujeres cuyos cuerpos no son capaces de concebir y se someten a tratamientos hormonales que las llevan al límite de lo soportable. Esa misma Rosario de la que hablamos encontró en la literatura el lugar para hacerse las preguntas que la agobiaron durante ese proceso. Su forma de dar vida fue a través de un libro, Infértil, su primera publicación, que llegó a sus 41 años.


Quiero empezar por la frontera entre la realidad y la ficción…

El libro es cercano a mi experiencia. De hecho, lo empecé a escribir durante la pandemia, que fue cuando me hice los dos tratamientos de los que hablo en el libro. Al ser un proceso agresivo, invasivo y hormonal, estaba pasando por muchas emociones y sensaciones, y todo pasaba muy rápido. Entonces, empecé a escribir con la idea de que después no me iba a acordar de lo vivido y por eso quise documentar algunas partes sin tener muy claro cuál iba a ser el resultado de eso. En un principio, no escribí pensando en que iba a publicar una novela, sino que necesitaba un espacio para poner en orden las emociones, los cuestionamientos, las dudas y los miedos que están reflejados en la protagonista. Ya después, pensando en la novela, sí me tomé ciertas libertades ficcionales y literarias en función de la historia que quería contar. Sin embargo, los límites de la ficción y no ficción son muy difusos.

¿Por qué la decisión de conservar en el libro los nombres, tanto el suyo como el de su pareja?

Mi esposo se llama Luis Alejandro y usa el nombre compuesto. El personaje del libro se llama Luis, porque es parte de él, pero no es él. Y en el caso de la protagonista, me pareció que era yo de muchas maneras. Se trata de una narración en primera persona y una experiencia muy íntima y personal. Por eso decidí conservar el nombre. También lo hice porque creo que es un tema que está poco representado y del que no se habla mucho. Este tipo de tratamientos se lleva, por lo general, con vergüenza, culpa y en silencio. Hay tabúes que circundan la infertilidad y los tratamientos de fertilidad asistida, por lo que yo quería resistirme a ese tabú y a esa culpa. Creo que ponerme en primer plano fue una manera de responder a las presiones que sentía.

«Hay tabúes que circundan la infertilidad y los tratamientos de fertilidad asistida»

¿Cómo ha sido ‘maternar’ ‘Infértil’?

A pesar de haber estado relacionada con la literatura toda mi vida, escribir un libro era un deseo postergado, un espacio que me daba miedo habitar, al igual que la maternidad. Y creo que ha sido muy gratificante ver que el libro ha potenciado discusiones de este tipo. Ha ganado espacios y ha dado visibilidad a procesos que se llevan en soledad. Hay muchísimas mujeres que me han escrito agradeciéndome, porque mis palabras han hecho eco en ellas.

En una entrevista, dijo que escribió ‘Infértil’ para habitar la duda. Ya publicado el libro, ¿en qué van esas dudas?

Escribir me permitió habitar la duda, profundizar en las emociones y no dejarme llevar por un proceso en el que me sentía una pasajera sin poder detenerme. Me permitió cuestionar qué era lo que sentía, cuáles eran mis motivaciones, si realmente quería ser madre o no, si era más bien una respuesta a mi llegada a los 40 años, cuando hay cuestiones biológicas ineludibles. Sentía que ya estaba en ese momento, como entre la espada y la pared. La escritura me permitió detenerme en esa duda y explorarla sin quedarme en la superficie, para revisar los pliegues de la intimidad y las motivaciones propias y las de la pareja, separando el yo del imperativo social de ser madre, que se presenta como un destino inevitable o como el único destino para que una mujer se sienta realizada y completa. Sobre si han llegado respuestas, creo que no, y tampoco es lo que busca el libro. El libro ofrece un espacio para plantearse esas dudas.

Hablando de la duda, ¿cree que es posible desear ser madre y dudar al mismo tiempo de querer serlo?

La duda es inherente al ser humano. No hay mujer o pareja que pueda enfrentar un momento tan grande como lo es el convertirse en padres sin que se asome el miedo o los nervios. Hay muchas vulnerabilidades que se despiertan ante una decisión de ese calibre. La sociedad empuja a las mujeres hacia la maternidad, y cuando tú manifiestas esa duda, muchas veces lo que recibes a cambio son cuestionamientos y comentarios como «ya vas a querer», «se te va a pasar el tren». Estos comentarios silencian esa duda. Esto está cambiando gracias a los movimientos feministas, a las luchas políticas por los derechos de las mujeres y también a la literatura, que manifiesta estos cuestionamientos y se convierte en un espacio de resistencia. La decisión de la maternidad se tiene que tomar en plena libertad y no por presiones u obligaciones.

«La duda es inherente al ser humano»

Hace poco leí un hilo en X de una mujer que les recordaba a aquellas que todavía no sabían si ser madres y se acercaban a los 40 que, si deciden tener hijos, estos tendrán madres viejas. ¿Cree que hay una incesante búsqueda de tutelar el deseo de la maternidad? Ya no solo nos dicen que debemos ser madres, sino que hay que serlo antes de los 40.

Las mujeres estamos permanentemente bajo un escrutinio mucho mayor que el que pueden sentir los hombres. Existe un control sobre nuestro cuerpo. Se nos exige ser parte de un sistema, ser profesionales y trabajar. Y a la vez de que se nos exige la productividad, se nos reclama la reproductividad. Hay una doble presión sobre nosotras. Hace poco, paseando por las calles de Lima, vi un letrero gigantesco que decía: ‘Congela tus óvulos y no detengas tus planes’. Con eso te das cuenta de la presión que hay de ser productivas y reproductivas. Postergamos la maternidad porque primero hay unas exigencias y porque es costoso tener un hijo. Y cumplir con eso en una edad más temprana es difícil.

En el libro queda abierta la pregunta de si la infertilidad es una enfermedad, porque la protagonista habla de que algo está mal con su cuerpo.

No es una enfermedad, es una condición, pero se siente como tal por la situación por la que pasamos la protagonista y yo. Esos sentimientos de que hay algo mal con tu cuerpo, de que estás incompleta, conversan con los imperativos sociales de los que hemos estado hablando. Si toda la vida te están empujando hacia ese camino como un único destino y de pronto te das cuenta de que no puedes llegar a él, sientes que fallaste.

Una de las propuestas del Proyecto 2025, que apoyó a Trump durante la campaña, fue eliminar las ayudas a la fecundación in vitro, al considerar antinatural este método. La película ‘Joy’ de Netflix muestra las resistencias que se vivieron a finales de los 70, cuando nació el primer bebé in vitro. Pareciera que estamos retrocediendo en un terreno que, al mismo tiempo, ha sido muy invisibilizado y estigmatizado.

Los discursos naturalistas me parecen peligrosos porque abren la puerta a un montón de intolerancias de otra índole. Son avances médicos y científicos que, si no se dieran, ¿cuál sería la esperanza de vida de forma natural? Esto lleva a cuestionarte cuáles son los límites y qué es lo que trata de defender un discurso naturalista de ese tipo.

«Los discursos naturalistas me parecen peligrosos porque abren la puerta a un montón de intolerancias»

La protagonista califica al lenguaje de los tratamientos de fertilización como un lenguaje bancarizado que deshumaniza. ¿Qué hay detrás de este tipo de lenguaje?

Al entrar a un tratamiento médico, tienes que familiarizarte con los términos. Hay también temas legales que van muy de la mano con estos procedimientos y que son nuevos. Todavía se están definiendo y explorando, y entiendo que se haga desde un lenguaje científico. Yo sentí que ese lenguaje, el científico, legal y técnico, no lograba representar la complejidad de una decisión de ese tipo y de las emociones que despierta. Por eso me volqué hacia la literatura y quizás por eso también decidí narrarlo en primera persona, incluir mi nombre, como una manera de ponerme al frente de esta situación, de rescatarme de todo este lenguaje médico, técnico y controlador en el que me vi envuelta. Quise encontrar un lenguaje que pudiera representar la experiencia humana y todas las dimensiones emocionales y psicológicas que se abrieron a partir de este proceso.

Ese lenguaje bancarizado permite tener una relación distante entre médico y paciente. ¿Cree que su libro logra incitar que se replantee este tipo de relaciones?

Para poder enfatizar sobre la presión y el control que siente la protagonista, me parecía necesario exacerbar ese lado más técnico y distante en el médico, y ahí entra el terreno de la ficción. Mi experiencia con el médico que me atendió fue muy buena. La literatura busca representar la realidad desde la ficción para enfatizar ciertos aspectos que está criticando o cuestionando, o que sirven para marcar los contrastes y los devenires de los personajes en las historias. Esa era mi intención.

Hay teóricas que hablan de que la verdadera liberación de las mujeres se da a partir del cuerpo, y usted pone este tema en el centro del libro porque, en últimas, la protagonista reconoce que su cuerpo está bien, aunque no pueda concebir.

Nunca había pensado en mi cuerpo como un sujeto literario. Pero no soy la única persona que ha escrito sobre esto, y cada vez hay más literatura y arte que cuestionan de qué manera las mujeres nos relacionamos con el cuerpo. En mi caso, hubo una resistencia a mi diagnóstico. Pensaba que, si mi cuerpo no es capaz de producir vida, entonces solo es capaz de producir muerte. Esa idea me atormentaba y creo que fue un impulso para escribir. Pensaba que mi cuerpo era inútil porque no se podía reproducir, pero sí podía producir. Había una manera de resistirme a ese diagnóstico y a esa infertilidad, encontrando la fertilidad en otros campos.

El final del libro reafirma la idea de que la posibilidad de la vida es la muerte y, a pesar de eso, la protagonista insiste en la vida. ¿Por qué el terreno fértil de la escritura es una búsqueda en ese sentido?

Las grandes preguntas de la humanidad siempre han sido las mismas: la muerte y la trascendencia. Cuando me enfrenté a la gran pregunta sobre la trascendencia fue cuando me dijeron: “Contigo se acaba la historia”. Ese fue el mensaje que recibí y eso me llevó a cuestionarme, incluso mis límites biológicos. Empecé a escribir para poder responder a esas inquietudes que se despertaron en ese momento. El libro ya ha establecido un diálogo con otras personas. Entonces, ya está viviendo sus propias vidas y eso es una forma de trascendencia también.

Ya hemos dicho que los tratamientos de fertilidad son muy invisibilizados, pero quisiera saber si son más invisibilizados cuando se trata de los hombres que de las mujeres. Eso se siente en su libro, por ejemplo.

Me interesaba mucho la representación de la masculinidad. Luis es un hombre que no invade el espacio de Rosario, que no tiene la intención de controlar su cuerpo o de buscarse una mujer más joven. No quería que el personaje tuviera una actitud patriarcal, porque quería que la protagonista tuviera un espacio de libertad que le permitiera dudar y explorar sin presiones. Esa libertad me interesaba plantearla y es un tema que está detrás de los otros. Por ejemplo, los únicos momentos en que los personajes hablan libremente de sus emociones son cuando salen de la ciudad, donde se sienten presionados y atrapados. Esta masculinidad que planteé es poco frecuente en la literatura, al menos en la peruana.

¿El reloj biológico nos impone una carga adicional a las mujeres para tomar una decisión de ser madres o no?

Creo que es como un campo de batalla. Lo personal es político, entonces esas decisiones también responden a estructuras más grandes que no tienen que ver solamente con lo biológico. El cuerpo de la mujer, y no solamente en términos de maternidad, está continuamente bajo escrutinio. Por ejemplo, todos esos tratamientos antienvejecimiento que generan más presión en las mujeres, o el capitalismo que pide la reproducción para la producción.

Ahora se habla de que en un futuro no habrá la suficiente mano de obra por la baja de la tasa de fecundidad y natalidad. ¿Hay una nueva presión sobre las mujeres en ese sentido?

Es un discurso que ha estado siempre ahí, con otras formas y mecanismos para devolver a las mujeres a cierto espacio. La baja en la tasa de natalidad responde a distintas aristas, como el cambio climático, los costos de vida, la postergación de la edad en la cual uno decide ser madre. No se debe culpar a las mujeres por eso, hay estructuras que nos sobrepasan. No nos pueden culpar a nosotras por el fin de la humanidad.


Este contenido es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo’ y ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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