¿Hemos llegado al límite?
Descubrir los secretos de la mente podría ser la mejor forma de reescribir las fronteras –a veces autoimpuestas– de lo posible
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En los tiempos en los que los marineros europeos dibujaban Asia como un garabato y África se perdía en el Sahel, la concepción de los límites del mundo y de lo humanamente posible era muy diferente. Corrían leyendas de monstruos marinos más allá de las costas familiares, e incluso del precipicio del mismo fin de la Tierra. Y es que traspasar los límites de lo conocido, aunque allá nos esperen mundos fascinantes, siempre ha generado respeto.
El mismo respeto que suscitan hoy en día desafíos como los avances tecnológicos, que parecen superar las capacidades humanas, o el cambio climático, que nos interpela como sociedad y exige que actuemos. Un mundo que muchos podrían considerar el escenario ideal para una distopía literaria, donde lo que denominábamos «futuro» es ahora cosa del pasado, y que nos aboca hacia un destino yermo de forma irremediable. Sin embargo, lejos de ser un espejismo, ¿y si realmente nos encaminamos hacia un oasis?
Es cierto que afrontamos un momento de grandes desafíos. Pero también lo es que naciones de todo el mundo han acordado proteger y recuperar la salud de bosques y océanos, buscar fuentes de energía sostenibles que nos lleven a vivir en una mejor convivencia con el planeta que habitamos, que la inteligencia artificial promete un salto sin precedentes en el avance de la ciencia y que grandes economías globales se están reconfigurando para encajar en los límites naturales de la Tierra. Es decir, hay motivos para vigilar los grandes cambios, pero también para imaginar (y esperar) un destino próspero, para tener un pensamiento y desear un futuro en positivo. Entonces, ¿por qué parece que la balanza se inclina hacia la desesperanza? Quizás echar la vista atrás (y adentro) nos ayude a comprenderlo.
Podríamos aventurarnos a decir que buena parte de la historia de la humanidad se ha escrito, precisamente, al traspasar los límites
Podríamos aventurarnos a decir que buena parte de la historia de la humanidad se ha escrito, precisamente, al traspasar los límites: los que la ciencia sigue ajustando en base a sus descubrimientos –como cuando se pensó que era posible llegar a la Luna–, los que la tecnología derrumba de un plumazo con su imparable avance –como cuando alguien imaginó mantener una conversación desde Madrid con un pariente en Buenos Aires– o los que las personas disolvemos sorprendiéndonos en el acto –como la capacidad de unirnos en momentos de crisis para encontrar ventanas abiertas cuando todas las puertas están cerradas–.
Y es que la mayoría de los límites –salvando, por supuesto, los que imprime la naturaleza– nacen de la mente humana, ese mundo que vive en nosotros y nos hace únicos, aunque paradójicamente, nos resulte tan ajeno; pues incluso sabemos más sobre el Universo que sobre lo que sucede en nuestro cerebro. Para algunos, adentrarse en ese entorno desconocido y cruzarlo podría liberar monstruos como los de los mitos marineros, mientras que otros encuentran en él soluciones sobrehumanas a problemas imposibles.
Viajar al corazón de la mente humana es una aventura fascinante que nos permite, a través de la ciencia y el pensamiento, explorar el poder desconocido que esconde nuestro cerebro. Combatir la incertidumbre, afrontar los miedos o lidiar con la angustia hace posible que seamos capaces de tanto.
Tanto a nivel individual como colectivo, tanto desde la perspectiva puramente científica como desde la más emocional –hablamos de esa energía que antaño muchos llamaron «alma»–, descubrir los secretos de la mente podría ser la mejor forma de reescribir los límites –a veces autoimpuestos– de lo posible, y de recuperar la confianza en que, pasada la niebla que trae siempre la velocidad de los tiempos de cambio, en el horizonte nos espera un futuro verdaderamente apasionante.
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