Pensamiento

Eduardo Infante

«La ausencia de ética genera injusticia, corrupción y sufrimiento»

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Ariel
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25
febrero
2025

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Confrontar nuestras ideas con las de los demás, intentar hacernos entender, no imponer nuestro criterio, practicar la virtud porque esa es la gran recompensa, reconstruir la comunidad, lo común, para que cada individuo quede al amparo de los otros, y a los otros les importe lo que le sucede. Algo de todo esto propone Eduardo Infante (Huelva, 1977) en su último ensayo, ‘Ética en la calle’ (Ariel).


En la calle, ¿cuesta más ejercer la ética que en la intimidad u otros espacios, digamos, más propicios para ella?

Reivindico que deberíamos sacar la ética a la calle porque es el lugar donde nació, no es una disciplina académica, al revés, es condición de la ciudadanía, del ciudadano, algo popular. No es casualidad que este tipo de prácticas éticas las ejercieran los primeros hombres libres de la historia, por eso está ligada a la democracia. No sé si es más o menos difícil actuar éticamente en la calle, pero es necesario. Nos quejamos de la falta ética en el mundo empresarial, en el laboral, en la política, por supuesto en las redes. Por eso hay que devolver la ética a la calle, no dejarla recluida como un ejercicio retórico para los grandes momentos, o cuando alguien nos ve, menos para que los académicos se dediquen a resolver problemas que parece no nos afectan, porque la ausencia de ética genera injusticia, corrupción y sufrimiento. Propondría, con un cierto toque de humor, la frase «Make ethics great again». En el mundo en el que vivimos, hemos comenzado a normalizar determinados tipos de conductas que generan sufrimiento e injusticia, y lo que se necesita es reivindicar la dignidad, especialmente en redes sociales. Cuando el insulto, la amenaza de muerte, la cancelación y la humillación son actitudes que se han institucionalizado y normalizado, hay que recordar que las cosas se pueden hacer de otra manera. Y que conviene hacerlas de otra manera, de una manera en la que la ética nos rija.

«Lo que se necesita es reivindicar la dignidad»

Si la ética es una práctica del pensamiento, me pregunto, con tanta tecnología acaparando nuestra atención, si es posible pensar con el sosiego que esta actividad requiere, y cómo saber si pensamos bien…

Las tecnologías, sobre todo las pantallas, controlan nuestra atención porque sacan mucho dinero de ello. Monitorizan nuestra atención porque generamos datos, precisamente sobreestimulándonos, y en esta sobreestimulación es muy difícil, por no decir imposible, la reflexión. Por otro lado, algunos algoritmos potencian el enfrentamiento generando odio, como esas pantallas de las que hablaba Orwell en 1984, vislumbrando «el minuto de odio». Ojalá fuera solo un minuto. El odio es atávico, está en la parte reptiliana de nuestro cerebro, en la amígdala, y cuando se enciende, lo que hace es anular la parte frontal del lóbulo central de nuestro cerebro, que es la que utilizamos para la reflexión. Uno, sobrecargado de ira y odio, no puede pensar, y menos ejercer la ética y la filosofía, que se practican dialogando. La ética nunca es fruto de un monólogo, requiere confrontar las posturas individuales. Y si parto de la base de que quien piensa distinto a mí tiene que ser expulsado, el diálogo es imposible.

«Si el criterio de que lo verdadero es lo que siente cada cual, no se puede construir una verdad universal ni un bien común»

Al teólogo Giordano Bruno le invitaron a la Sorbona para exponer sus ideas, aunque estas eran rechazabas por las altas instancias. Usted lo recuerda en el libro como ejemplo de diálogo y escucha, al contrario de lo que sucede con la cultura de la cancelación. ¿Cuál es el peligro de que pesen más los sentimientos agraviados que la búsqueda de la verdad?

Lo primero, que rebaja nuestra condición humana; el criterio del animal para determinar o calibrar su conducta son las emociones primarias, placer o miedo, odio… Por tanto, lo primero rebaja nuestra dignidad y, después, la libertad. Somos seres libres, pero es imposible razonar y reflexionar desde ese tipo de posiciones y emociones primarias. Estamos en una cultura woke, y digo esto sabiendo las aristas el término, que toma como criterio que lo verdadero es lo que siente cada cual, y así no se puede construir una verdad universal ni un bien común. Pensar que lo que uno siente es la verdad nos separa y nos individualiza, nos atomiza. El caso de Giordano Bruno me sirve para ejemplarizar que las razones y los argumentos han de ser contrapesados junto con los iguales, hay que amar la verdad, la diga quien la diga, y la verdad solo se encuentra dialogando, porque existe una verdad, ya lo dijo Platón. Un buen filósofo, alguien que practica la ética, ama más la verdad que tener razón. Uno no dialoga para tener razón: la razón no se tiene, se usa, y se usa junto a otros, como herramienta para el bien común.

«Un buen filósofo, alguien que practica la ética, ama más la verdad que tener razón»

Pero Bruno terminó en la hoguera…

Efectivamente, porque no se hizo ética con él, porque entonces se regía todo por una institución moral. Y ahora estamos tan equivocados como ellos: «ellos» convenían qué era lo justo, y no cuestionaban la moral de la tribu. La ética nace de autorreflexión o de la autocrítica. Una primera pregunta que hay que hacerse es: ¿cómo sé que lo que tengo por justo es justo? La ética es de valientes, peligrosa, exige pensar con la tribu, y a veces contra la tribu.

¿Cuál es el principio sobre el que debería de sustentarse una buena ética? ¿La libertad, la justicia, el bien común?

El bien común lo reivindico muchísimo. No es casualidad que ética y democracia nacieran de la mano: la ética es una gimnasia de la ciudadanía, en los gimnasios se reunían los atenienses para practicar la filosofía y la ética, enfrentando diferentes perspectivas individuales, y trataban de construir una verdad universal, con una perspectiva universal que integrase a todos. Es un ejercicio complicado que requería entrenamiento para que el ciudadano, cuando fuera al ágora, estuviera en condiciones de contribuir a la búsqueda de un bien universal. Para saber lo que me conviene, en función de mi clase, mi sexo, la tribu en la que nazco, no hace falta ser ningún Sócrates, y esa es la medida que usamos hoy en día para saber qué es lo bueno, que es lo que me interesa y me conviene, lo que siento. Pero el bien común es mucho más complicado. El bien común no está definido, continuamente ha de ser construido por los miembros de la comunidad, no puede ir en contra de la libertad ni de la integridad del individuo, ha de contemplar el conjunto de todas las condiciones socioeconómicas y espirituales del conjunto, de todos y cada uno de los miembros de la comunidad. Por eso se requiere el diálogo.

Pareciera que la libertad, hoy en día, se reduce a escoger si el sistema operativo que queremos es Android o IOS…

Peor, hay quien piensa que la libertad se reduce a tomarte cañas en la Plaza Mayor. Por eso reivindico la ética en la calle, donde han de debatirse los grandes conceptos de la vida, de manera que se evite lo que Huxley denominó «neolengua», porque los grandes conceptos se están vaciando y uno de ellos es el de la libertad. Si vaciamos de significado estos conceptos, por ejemplo, el de la libertad, todo hijo de vecino se sentirá erróneamente libre, pensando que la libertad es otra cosa. Pero la libertad está unida a la responsabilidad, forma parte de condición humana. Pico della Mirandola dijo que la libertad es la capacidad del ser humano de ser artista de su propia existencia; por ello, el fin de la libertad es hacer cosas bellas con nuestra existencia, hacer de nuestra vida una obra de arte. Además, reivindico una libertad política, la capacidad de participar en el gobierno, porque no creo que solo podamos hacer una definición negativa de la libertad: no hay mayor hombre libre que aquel que participa en la ejecución de la ley, eso es la libertad ciudadana, cuando la obedece se pone a sí mismo en la libertad.

Asegura en su ensayo que «no habrá paz para los malvados», pero da la impresión de que sí la hay; es más, que la gente vota a esos malvados para que ejerzan su maldad…

Tienes razón… Es terrible, y esto se debe a que no hay ética, no se practica la ética. Me sorprende cómo los jóvenes siguen a influencers que abiertamente se enorgullecen de su machismo, de su xenofobia, de su individualismo… Hemos normalizado cosas que no lo son, incluso las tenemos por buenas. Está de moda no pagar impuestos, reírte de otros, ser un cabrón… Ese es el modelo de muchos jóvenes, y el canon ha de ser el de la virtud, por eso necesitamos una revolución ética que aspire a construir un mundo mejor para todos, no solo para los míos. Pensamos que «como las cosas son así, así han de ser», aceptando el statu quo. La ética ha sido hecha por hombres que se atrevieron a pensar el deber ser, no el ser.

Eso es muy kantiano…

Es que Kant lo vio y lo explicó de manera inmejorable. No nos atrevemos con ese imperativo, el deber ser. No nos atrevemos siquiera a soñar las cosas de otro modo a como son.

De Kant a Freud, ¿pesa más el Thanatos, esa fuerza tendente a la destrucción, que el Eros, que siempre queda del lado de la vida?

Existe el Thanatos, como dices, en efecto, es una parte que está en nosotros, esa parte de primate violento, y tenemos que cuidarnos de no despertarlo. Hay intereses para despertarlo, se nos domina mejor, pero hay que aspirar a algo mejor, rebajar ese primate violento que es una condición indigna para lo humano, hay que desplegar la humanidad que llevamos dentro también. Eso es la ética: cómo construir el carácter, cómo intensificar nuestras potencialidades, desplegarlas, entrenarlas.

«Hemos pensado de manera errónea que las comunidades eran opresoras para el individuo, el individuo se ha emancipado de ellas y se ha quedado solo»

¿Cómo inciden las nuevas tecnologías en los afectos?

De un modo directo y terrible. No somos conscientes de que la pantalla, su uso, es transformativa, transforma nuestra manera de comunicarnos. Cuando la máquina o la pantalla media entre nosotros, ese primate del que hablamos sale. Hay gente que, en la vida analógica, es educada, cívica, pero que en las redes es capaz de decir las mayores barrabasadas. De esto ya habló Bauman, de cómo, por efecto de las redes, en la vida analógica ahora también se «desconectan» las personas a placer, ese ghosting que conocemos, que ya no solo sucede en las pantallas. Las relaciones son cada vez más líquidas, nos conectamos y desconectamos a placer. Esto tiene un efecto muy fuerte sobre la comunidad, se está destruyendo. Hemos pensado de manera errónea que las comunidades eran opresoras para el individuo, el individuo se ha emancipado de ellas y se ha quedado solo, enfrentado a un único poder, el mercado, sin institución comunitaria que le proteja. Hemos construido una sociedad en la que vivimos juntos pero solos. El precio del individualismo es que no te importe la vida del otro, pero que tú seas irrelevante para los demás. Las redes sociales suplen el afecto. Como nadie nos cuida, como nosotros no cuidamos, para no sentirnos irrelevantes necesitamos un like. La solución no es esa, es obvio, sino reconstruir las comunidades, los barrios.

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