Sociedad

«Lo que necesita nuestra democracia es una revolución moral»

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
31
mayo
2023

Profesor y escritor español, nacido en 1977, Eduardo Infante ha escrito ‘Aquiles en TikTok‘ (Ariel), un ensayo filosófico en el que contrapone la noción griega de virtud y los prototipos intelectuales de la Antigûedad (vinculados a Homero, Sócrates, Platón o Aristóteles) con los actuales influencers y demás referentes mediáticos que conforman gran parte del ideario juvenil.


En un mundo ideológicamente feminista como el actual, ¿es fácil defender un concepto como la virtud, tan vinculado histórica y etimológicamente a la idea de virilidad, de varón?

Nuestra palabra «virtud» proviene del latín virtus, que fue como se tradujo el griego areté, un término que se aplicaba a la perfección que puede alcanzar cualquier ser, desde un caballo hasta un escudo. La virtud es por tanto una perfección, del latín perfectio: dejar algo completamente hecho y acabado. Referida al ser humano, la virtud es una perfección que nace del desarrollo integral de nuestras facultades. Desde Sócrates la virtud se entendió como virtud política o pública: el ser humano bueno es el buen ciudadano. Los griegos sabían que para construir una democracia real, y no solo formal, se necesitan buenos ciudadanos porque nadie nace con las competencias necesarias para ejercer la ciudadanía, sino que hay que aprenderlas y ejercitarlas. Nadie dialoga, juzga, escucha o consensua de manera espontánea; todo eso hay que entrenarlo. Siguiendo con las etimologías, conviene recordar que nuestra palabra «hombre» procede de la latina homo, hominis: especie humana, en la que están incluidos tanto los varones como las hembras y está emparentada con humus (tierra) porque de la tierra somos y a ella pertenecemos. Pues bien, uno de los errores más estúpidos que hemos cometido ha sido el de hacer un uso no genérico de la palabra hombre y concluir que la ciudad buena puede construirse sin la mitad de la ciudadanía.

¿Por qué crees que vivimos hoy en entornos tan acelerados, que parecen permear los modelos educativos?

Porque la lógica del mercado ha penetrado en todos los ámbitos de la vida imponiéndonos un único imperativo: «producir siempre más y cada vez más rápido». Todo es rápido porque la existencia entera ha quedado colonizada por el tiempo de trabajo. Vivimos en una sociedad que ha reducido el campo de desarrollo personal al mundo de la productividad. El trabajo absorbe, como un enorme agujero negro, todo aquello que cae dentro de su campo gravitatorio: la amistad, la salud, el disfrute de los sentidos, la risa estridente, la familia, el diálogo sosegado, el paseo por el simple placer de pasear, la lectura que atrapa hasta bien entrada la noche, la contemplación, la broma y, en definitiva, todo aquello que no se puede transformar en capital. Hemos «comprado» la idea de que el mundo laboral es el único escenario en el que nos podemos desarrollar como seres humanos y con ello hemos terminado autoexplotándonos. Buscamos ser profesionales excelentes en lugar de ciudadanos excelentes.

«Todo es rápido porque la existencia entera ha quedado colonizada por el tiempo de trabajo»

Lo cierto es que la virtud solo puede florecer en el tiempo de ocio. Los clásicos usaban el término otium para referirse al tiempo en que uno se retiraba del negocio diario (nego otium: negar el otium) para poder participar las actividades que no son productivas sino valiosas en sí mismas. En el tiempo de otium es el tiempo del hombre libre porque en él no se trata de pasar el tiempo sino de apoderarse del tiempo. Los ciudadanos atenienses fueron hombres de acción: inventaron la primera democracia de la historia, lideraron una liga de ciudades todas las ciudades libres, crearon un emporio comercial y económico, derrotaron al imperio más poderoso de entonces, etc. Pero su pragmatismo y su intensa actividad no les cegaron. Todo lo contrario, se liberaron de la tiranía del tiempo y dispusieron de espacios y tiempos para pensar, discernir y deliberar juntos sobre qué tipo de vida querían vivir. Así que, a estas escuelas obsesionadas con formar trabajadores competentes habría que recordarles que la palabra escuela proviene del griego scholé: ocio, tiempo libre. Estas escuelas parecen haber olvidado que su función es la de formar ciudadanos cabales y con altos ideales éticos.

En tu libro hablas de la ética de la competición. ¿Qué piensas de aquellos modelos educativos que parecen denostar toda forma de competición?

La virtud solo se desarrolla enfrentándose a retos intelectuales, morales, físicos o espirituales. No hay atajo. Ya nos lo advertía Hesíodo: «Los dioses colocaron el sudor delante de la virtud». Educar no es abandonar al educando a cualquier forma de vida menos, menos aún a las más indignas como la del idiota, el bruto o el estúpido. Educar es elevar al ser humano, es auxiliar para que, como cantaba Píndaro, uno pueda llegar a ser el que es. Los griegos al educar a través de la competición generaron a un ciudadano con la aspiración de ofrecer lo mejor de sí mismo en cada ocasión, independientemente de la victoria o la derrota. Como afirma Hannah Arendt, la competición nos ofrece la oportunidad de mostrarse tal y como es, de manifestarse realmente, o sea, de ser plenamente reales. La competición nos impulsa a ser como debemos ser para elevar el yo actual hacia el yo posible. Virtud y competición son dos conceptos imbricados: solo podemos evaluarnos y realizarnos confrontándonos con la realidad. Es en el conflicto donde brota el sudor que riega la virtud. Lo peor que se le puede hacer a un niño de un barrio obrero es darle una escuela que no le haga sudar. Entretener no es educar y una escuela que no educa es como un hospital que no cura. Pero es que, además, la escuela es el único ascensor social del que dispone y por eso, hacemos más justicia social poniendo en las manos de ese niño un texto de Homero que una pantalla.

«La idea de meritocracia defendida por el neoliberalismo olvida que virtud y bien común están íntimamente unidos»

En tu libro hablas, también, de la igualdad de oportunidades como justa, tan justa «como injusta es igualdad de resultados». ¿Qué piensas sobre conceptos contemporáneos como la meritocracia?

La idea de meritocracia defendida por el neoliberalismo olvida que virtud y bien común están íntimamente unidos. La virtud no se alcanza individualmente, solo florece en el terreno abonado de una comunidad. Por eso, el rechazo a lo comunitario es el error más grave de la cultura meritocrática: la virtud no se puede practicar si no es dentro, en referencia y al servicio de una comunidad. Para que una destreza se convierta en virtud, es preciso ponerla a disposición de los demás, construyendo con ello una común-unidad y una armonía. Toda pedagogía de la virtud supone una transcendencia de la individualidad. La virtud, en consecuencia, no es un asunto privado, aunque así lo crean aquellos que consideran que su éxito es solo el fruto de su esfuerzo. El paradigma del deportista es un claro ejemplo. Si analizamos con detenimiento una práctica individual como el atletismo, tomaremos conciencia de que el atleta, para alcanzar el triunfo, ha necesitado de otros compañeros con los que competir, de un entrenador que le enseñase, le animase y le perfeccionase, de organizadores, jueces y público, de alguien que construyese el estadio y la carretera que lo ha llevado hasta él, de trabajadores que transformasen los recursos en electricidad con la que alimentar los focos que lo han alumbrado y las cámaras desde las que los periodistas han narrado su hazaña, de agricultores y ganaderos que produjesen las calorías gastadas en la prueba, etc, etc, etc. Y, aunque la lista es interminable, me gustaría concluirla, por la carga simbólica, en los padres, aquellos que lo engendraron, cuidaron, y acompañaron a cada entrenamiento.

El ejercicio de una determinada profesión solo puede considerarse virtuoso si se pone al servicio de los intereses comunes de la sociedad. Nadie en su sano juicio admitiría como virtuosa la pericia de un empleado de banca para estafar a sus clientes, la maestría de un químico para crear un fármaco que genere adicción o la creatividad de un ingeniero informático para diseñar una aplicación que espíe a los usuarios. Solo es virtud aquel bien que perfecciona y mejora no solo al individuo sino también a la comunidad de la que este forma parte. La virtud o es pública o no es. Bien es cierto que sin esfuerzo personal no hay virtud, pero no deberíamos olvidar que la parte de nosotros que se esfuerza nos ha sido dada. Así que, si toda sociedad se basa en la reciprocidad, no hay mejor forma de devolver lo recibido que esforzarnos en ser virtuosos, esforzarnos en cultivar las virtudes públicas.

En tu libro hablas de la andreia como valentía, particularmente de valentía para afrontar la muerte. ¿Crees que los jóvenes son hoy educados para afrontar la vida y la muerte con valentía?

En absoluto. Aunque no creo que sea solo un problema de los jóvenes. Vivimos en una sociedad infantilizada que peca de lo que los antiguos llaman hybris, desmesura. La hybris supone traspasar los límites naturales o el deseo de vivir sin límite. La muerte es el límite natural de nuestra existencia y, por ello, todo proyecto vital debe edificarse desde una autoconciencia de mortalidad. Nuestra cultura, influida por un mercado que necesita de un consumo eterno y que premia lo nuevo y castiga lo viejo, esconde la muerte y promueve la falsa creencia de que todo lo que envejece puede ser reemplazado. La muerte de ficción es vista en las pantallas pero la muerte real es ocultada en los hospitales. La muerte es algo que le pasa a los demás pero apenas es pensada en primera persona y esto, como afirmaba Heidegger nos lleva a vivir vidas inauténticas. Si Sócrates afirmó que una vida que no se piensa no merece la pena ser vivida, Platón apostilló que ese pensar la vida implica pensar la muerte. No es casualidad que Platón defina la valentía en relación con la muerte ya que esta virtud supone controlar el miedo y supeditarlo a una causa noble y el más humano de todos los miedo es el que nos provoca la muerte. La valentía consiste en una domesticación de la emoción para que ésta pueda servir al bien común y las nobles causas. No se trata de actuar movidos por la fuerza arbitraria de la emoción; se trata de usar ésta como empuje para movernos donde la reflexión determine. Pues bien, esta virtud solo puede ser entrenada enfrentándose al miedo, mirando al fondo del abismo y soportando como este nos devuelve su mirada.

La idea de educar en la virtud está asociada a la aspiración a ser el mejor yo del que seamos capaces. ¿Crees que hay cierto aristocratismo en tal enfoque? ¿Qué piensas del aristocratismo como «gobierno de los mejores»?

No se trata de «ser el mejor» sino de «ser mejor» porque, como ya dije, si entendemos la sociedad como una red de reciprocidad, una buena forma de devolver lo recibido es esforzarnos en ser buenos ciudadanos. Los átomos que componen el alma de la ciudad son sus ciudadanos; no hay buena democracia sin buena ciudadanía. La guillotina nos igualó a todos eliminando un nobleza que tenía privilegios pero también el deber de ser ejemplo para los demás y encarnar la virtud. El proyecto político de la Ilustración nos rasuró a todos y, con ello, nos impuso, al mismo tiempo, el deber de ser todos ejemplos de ciudadanía para todos. En la democracia moderna, la virtud ya no es un asunto privado sino público y, me atrevería a decir el más público o político de todos los asuntos. Estamos faltos de virtudes públicas. Nos quejamos de nuestros políticos por su falta de ejemplaridad y de su mediocridad pero nuestros políticos son tan solo el reflejo del estado de virtuosismo en el que se encuentra nuestra ciudadanía. Nuestros políticos son malos oradores, agresivos en sus discursos, incapaces de llegar a consensos, sin altura de miras, ¿Pero cómo andamos nosotros de esas virtudes públicas? ¿Cómo nos comportamos en una asamblea de una comunidad de vecinos? Lo que necesita nuestra democracia es una revolución moral. La política no es una profesión sino la actividad más digna que puede realizar un ser humano; la más humana de todos las acciones. Hacer política es formar parte de un proyecto colectivo, aportar algo a la comunidad a la que perteneces. Se puede hacer política en la comunidad de vecinos, en el equipo de fútbol del barrio, o tu puesto de trabajo. Tan solo se trata de mejorar en algo la vida de los miembros de las comunidades de las que formamos parte. La mejor explicación de qué cosa es la política la podemos encontrar en la magistral película de Kurosawa Vivir.

«Se está despojando a nuestros jóvenes de la alta cultura para ser instruidos en la capacitación industrial»

¿Qué crees que pueden aportar a los jóvenes de hoy autores en clave en la pedagogía antigua como Homero?

Los jóvenes no son imbéciles y saben apreciar lo bueno cuando lo tienen delante. Mis alumnos se estremecen cuando descubren a Homero y descubren con sus hexámetros un mundo bello y excelso más allá de TikTok. «El tema de nuestro tiempo» es educar la mirada: aprender a mirar y admirar a los buenos. Los clásicos son clásicos porque son eternos y son eternos porque nos muestran las formas más elevadas de humanidad y nos ayudan a entender quienes somos. Los héroes de Homero, o el propio Sócrates, son modelos que nos indican cuáles son los valores más elevados y los principios éticos fundamentales. Con ellos aprendemos a emocionarnos ante la belleza, la justicia, el valor y el bien. Por ello, es imposible educar las virtudes ciudadanas desde una escuela que desprecia las humanidades y solo se preocupa en formar productores-consumidores. Los que diseñan nuestros planes educativos para no entender que los enemigos de las humanidades no son ni la ciencia ni la tecnología sino la ignorancia y la estupidez. Se está despojando a nuestros jóvenes de la alta cultura para ser instruidos en la capacitación industrial. Se les está arrebatando las artes liberales para condenarlos a las serviles y con ello, la libertad se ha comenzado a definir como servidumbre voluntaria, la igualdad como mediocridad y la fraternidad como un lastre que te impide avanzar. Está bien que nos preocupemos porque nuestros jóvenes lleguen a ser buenos profesionales; pero está mejor que nos preocupemos de que lleguen a ser ciudadanos íntegros

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME