Opinión

El poder de las ideas

El libro de Andrés Trapiello, ‘Las armas y las letras’ (Editorial Destino), sigue siendo una obra arriesgada y a la contra. No por capricho, sino por su afán de rigor y compromiso con la verdad: treinta años después, sigue siendo imprescindible para evitar las simplezas y buscar el humanismo en la época más deshumanizada de nuestro país.

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18
julio
2022

Es correcto definir la Guerra Civil como un conflicto surgido tras una insurrección golpista contra una democracia legítima. Pero es también una visión incompleta. Fue también una guerra de ideas. Es una de las lecciones más poderosas de Las armas y las letras (Editorial Destino), la obra maestra de Andrés Trapiello sobre los escritores españoles y la literatura durante la Guerra Civil: las ideas tenían un poder enorme, movilizaban a millones. 

Lo que muestra el libro de Trapiello, publicado originalmente en 1994, es que la Guerra Civil fue un conflicto incuestionablemente del siglo XX, que forzó a todos los intelectuales a elegir bando entre las dos ideologías dominantes de la época: el fascismo y el comunismo. La otra gran lección es que fue un conflicto que aplastó toda postura tibia que se negara a escoger entre esas dos ideologías.

Es obvio que las guerras consiguen eso, homogeneizar las ideas. Pero la Guerra Civil tenía el añadido de que se produjo en mitad de un reordenamiento ideológico del continente. No solo las armas obligaban a escoger bando; también las letras. Como escribe Trapiello, a partir de unas reflexiones de Burnett Bolloten, «la guerra civil española es la primera y única en la historia que es consecuencia de dos revoluciones de signo contrario que se desarrollan al mismo tiempo y con idéntica determinación de victoria y violencia: el movimiento fascista nacionalsindicalista y la revolución popular, de corte socialista, anarcosindicalista, trotskista o comunista, según las zonas». 

«No solo las armas obligaban a escoger bando; también las letras»

Trapiello siente simpatías por los autores que no se dejaron enmarcar, no por equidistancia sino conscientes de que el conflicto iba más allá, que la decisión no era solo entre la legalidad y los insurrectos sino entre dos ideologías totalitarias. Entre ellos están Juan Ramón Jiménez, Chaves Nogales, Ramón Gaya. Como escribe el autor, «para muchos el drama de la guerra de España fue, sin duda, no poder elegir entre uno y otro bando, pues la obligación de tener que hacerlo suprimía de facto, aunque de manera diferente, la libertad con que se hiciera». 

Pero también hay un intento de ver los matices en quienes sí se posicionaron pero dudaron, cambiaron de opinión, se sintieron obligados a significarse, quienes se equivocaron mucho en unas cosas y en otras acertaron. Por ejemplo, Trapiello no reduce las ideas de Pío Baroja a su autoritarismo o su apoyo tibio al bando nacional y se atreve a rescatar sus ideas más liberales.

Esto no consigue quitar importancia a su antisemitismo, repugnante, a su darwinismo social más cruel, pero sí da una imagen más amplia de los vaivenes ideológicos de la época: había leninistas que acabaron en Falange, falangistas que se volvieron comunistas. El trasvase ideológico era constante, sobre todo porque lo que compartían fascismo y comunismo, al menos durante el conflicto, era un culto a la violencia (basta con comparar frases del comunista Largo Caballero con las de Giménez Caballero, introductor del fascismo en España). 

«Hay un intento de ver los matices en quienes sí se posicionaron pero dudaron, quienes se equivocaron mucho en unas cosas y en otras acertaron»

Trapiello rescata de Baroja unas frases que definen muy bien el espíritu del libro: «Yo no pretendo nada, pero si pudiera aconsejar, aconsejaría que dejaran a los demás con su espíritu mixto de tradición y de modernidad, sin querer darle un alma uniforme, porque los hombres siempre han vivido de una manera mixta y seguirán siempre viviendo lo mismo, antes de la guerra y después de la guerra. Todo es viejo y todo es nuevo. Todo se transforma, todo evoluciona y solo a veces el pensamiento original triunfa y vive por encima de las cosas, pero a lo último todo vuelve a lo mismo. Es el retorno constante de todos los doctrinarios humanos. Cambia la utopía, pero nada más. La ilusión es la misma, y la bestia que sacrifica en nombre de un ídolo es siempre igual. Se cubra con boina o con el gorro frigio. Torquemada y Lenin se pueden dar la mano afectuosamente con San Ignacio de Loyola y Karl Marx».

Las armas y las letras se publicó en 1994 y, casi treinta años después, sigue siendo una obra arriesgada y a la contra, no por capricho sino por afán de rigor y compromiso con la verdad. Es una obra imprescindible que evita las simplezas y busca el humanismo en la época más deshumanizada de nuestro país, y transmite al mismo tiempo una profunda melancolía: en 2022 seguimos siendo incapaces de atender sus lecciones. 

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