En defensa de la procrastinación
La procrastinación no es pereza. Surge, según John Perry, del perfeccionismo. A veces uno pospone una tarea porque quiere que salga a la perfección.
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Tenía muchas cosas pendientes que hacer, por eso me puse a leer The art of procrastination de John Perry. Lo tenía comprado desde hace meses, pero lo saqué de la estantería tras leer una columna de Delia Rodríguez en El País sobre los influencers en redes obsesionados con la productividad. Se centra en una usuaria de TikTok, Christi Newrutzen, que es lo contrario a esa lógica tan productivista. «Su misión es confesarnos cuánto tiempo ha estado aplazando una tarea, ponerse a ello delante de nuestros ojos y decirnos después cuánto ha tardado», escribe Rodríguez. «Ordenar la despensa: un año de procrastinación, 27 minutos de trabajo. Organizar esos cajones de la cocina: año y medio de pereza, listos en 31 minutos. Llamar al dentista: tres años evitándolo, resuelto en 9 minutos». Me sentí identificadísimo.
La teoría de John Perry en su librito no es muy diferente a la de la influencer Christi Newrutzen. Ambos buscan acabar con la culpa del procrastinador y promover la autocomprensión. The art of procrastination no es un libro de instrucciones ni de productividad, como Hábitos atómicos y demás obras célebres. Está lleno de pequeños descubrimientos, no de grandes epifanías ni de métodos infalibles.
Es mejor hacer algo que no sea perfecto que no hacer nada
Perry dice, por ejemplo, que es un «procrastinador estructurado: una persona que consigue hacer muchas cosas dejando de hacer otras». E invita a otros procrastinadores a que no se sientan tan mal: muchas veces hacemos cosas interesantes mientras evitamos hacer las importantes. Es posible que a tu jefe no le sirva como excusa. Pero Perry no defiende la pereza ni la negligencia. Lo que dice es que «una vez que nos damos cuenta de que somos procrastinadores estructurados, no solo nos sentimos mejor con nosotros mismos, sino que también mejoramos algo nuestra capacidad para hacer las cosas, porque, una vez que se despeja el miasma de la culpa y la desesperación, comprendemos mejor qué nos impide hacer esas cosas».
La procrastinación no es pereza. Surge, según Perry, del perfeccionismo. Me volví a sentir identificado. Ser perfeccionista no es la virtud que parece; no es lo mismo hacer las cosas bien que desear que salgan perfectas. A veces uno pospone una tarea porque quiere que salga a la perfección. Y para que salga perfectamente se han de dar unas condiciones ideales. Llevo meses queriendo escribir un libro. Lo postergo y postergo y postergo esperando a las condiciones adecuadas. Quizá cuando termine esta pila de tareas pendientes, una pila que obviamente acaba siempre renovándose con nuevas tareas. Quizá cuando me compre el nuevo ordenador, o una silla más cómoda. ¿Y si me compro un monitor grande para el escritorio y así me motivo? O quizá lo que tengo que hacer es irme a una casa rural remota durante dos semanas. Como nunca se da la situación adecuada, me hundo en la parálisis. La lección de Perry es que es mejor hacer algo que no sea perfecto que no hacer nada. Porque luego, además, el resultado nunca es tan malo como uno pensaba. Y, sobre todo, los demás casi nunca se enteran.
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