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¿Creador de contenido o productor de contenido?

La creatividad ya no se mide por su capacidad de emocionar o inspirar, sino por su rendimiento estadístico. Una publicación no vale por lo que dice, sino por lo que genera: clics, comentarios, reproducciones.

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23
diciembre
2025

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Tal como se denomine una acción, se construirá un relato distinto sobre ella. Las palabras no solo nombran la realidad, también la transforman. Si vas a comer a un restaurante, no pagarás lo mismo por un «puré de patatas» que por una «crema rústica de tubérculos con esencia de mantequilla». El producto es idéntico, pero el relato lo eleva, lo encarece, lo idealiza.

Algo similar ocurre con la figura del llamado creador de contenido. El imaginario colectivo lo concibe como alguien libre, inspirador, dotado de un talento especial para comunicar y transformar. Se le atribuyen cualidades propias del artista: creatividad, autenticidad, conexión con su público. Se le asocia con la libertad y con la posibilidad de vivir de su pasión.

Pero, ¿qué imagen tendríamos de esa misma persona si, en lugar de llamarla creador de contenido, la llamásemos productor de contenido?

Un productor no crea, produce. Produce material diseñado para el consumo inmediato, ajustado a las exigencias de un algoritmo que nunca descansa. Publica cada día, analiza estadísticas, responde comentarios para subir el engagement, observa lo que funciona y lo repite hasta la extenuación.

Bajo esta lógica, la creatividad ya no se mide por su capacidad de emocionar o inspirar, sino por su rendimiento estadístico. Una publicación no vale por lo que dice, sino por lo que genera: clics, comentarios, reproducciones. La creatividad se convierte en una variable del marketing, y el arte se desvanece en la irrelevancia.

En este ecosistema, el algoritmo actúa como un jefe invisible que decide qué merece ser visto y qué no. El creador se adapta a sus demandas sin que nadie se lo imponga explícitamente y sin saber con exactitud cuáles son los caprichos de un jefe al que no le puede reclamar. Se autocensura, se repite, exagera emociones o polémicas para sobrevivir en un entorno que premia la cantidad y la retención del usuario sobre la profundidad. El creador deja de lado su creatividad para dar aquello que la teocracia algorítmica le exige para alcanzar el premio de la viralidad, alterando incluso su propia identidad por conseguir visualizaciones.

En la Revolución 4.0 es el trabajador el que se explota a sí mismo, convencido de estar persiguiendo un sueño

El creador de contenido es la versión gourmet del trabajador digital; el productor, su versión escondida. El primero encarna el sueño de libertad y fama; el segundo, la realidad invisible de la autoexplotación. Es el puré de patatas carente de glamour, un trabajador precario del siglo XXI que genera valor para un sistema que se sustenta en la falacia de la meritocracia digital.

En la era digital, unas pocas plataformas concentran un oligopolio de la atención. El usuario consume contenido gratuito, pero su tiempo y sus datos son el producto que se vende a las empresas publicitarias. TikTok, Instagram o YouTube no producen nada: extraen el trabajo de millones de productores que, sin salario ni derechos, mantienen en marcha las fábricas invisibles del capitalismo digital.

Si en la Revolución Industrial el empresario explotaba al trabajador, en la Revolución 4.0 es el trabajador el que se explota a sí mismo, convencido de estar persiguiendo un sueño. Las plataformas digitales se presentan como espacios de libertad, pero funcionan como las nuevas fábricas de la era digital. No exigen fichar ni imponen jefes visibles, pero operan con la lógica de la producción industrial: rendimiento constante, vigilancia algorítmica y competencia permanente. Si en algún momento fallas, habrá miles de candidatos que te sustituyan.

El productor trabaja de forma gratuita para las plataformas digitales, motivado por un sueño idealizado que se sustenta en el concepto de éxito del capitalismo, bajo la promesa de alcanzar la fama, el dinero y una supuesta libertad. El mensaje que lanzan las propias plataformas y gurús digitales es claro: si no triunfas, si no estás viviendo la vida de tus sueños, si con tu sueldo no te alcanza para comprarte un Lamborghini y hacerte un viaje a Dubai es porque te lo mereces. La solución: publicar a diario hasta niveles de autoexplotación sin precedentes, en un traspaso del desencanto de la meritocracia tradicional a la esperanza de la meritocracia digital.

El creador de contenido es la narrativa idealizada del éxito capitalista, la supuesta democratización hacia el acceso a la fama y al dinero. En cambio, lo que realmente se ha democratizado han sido las falsas ilusiones.


Juan Ferrete es profesor de tecnología y autor del libro «Quiero ser Influencer y no lo voy a conseguir»

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