Opinión

Succession contra la meritocracia

Como ya se ha dicho, criticar la meritocracia «porque no existe» es como criticar la paz o la justicia «porque no existen». La plenitud es más bien cosa de santos y se lleva mal con las dobleces que la realidad impone; ni disparemos al pianista ni enterremos dos metros bajo tierra ningún ideal porque sea difícil alcanzarlo.

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09
junio
2023
Fotograma de ‘Succession’. Cortesía de HBO Max.

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Ha querido coincidir el cierre del último número de Ethic con el final de Succession, una de las sensaciones de esta época en la que las series de televisión de las grandes plataformas de contenido se han impuesto como el formato más exitoso. La lucha por el poder, como el arte de la guerra, es un tema clásico que da muchísimo juego a la hora de explorar la naturaleza humana y sus claroscuros, aunque creo que al espectador de Succession también le ha fascinado poder colarse en los salones de los very rich contemporáneos y ver cómo viven y cómo se las gastan quienes habitan en ese 1% que trae de cabeza a Thomas Pikkety y a la tropa de los indignados.

Los personajes extremos siempre permiten tensar el arco narrativo y, claro, los súper millonarios, incluso los más anodinos, son por definición o estatus personajes excepcionales. De ahí que en sus vidas y andanzas encontremos un género narrativo atestiguado por una lista de libros y pelis interminable, que parece estar de moda en una época de tirón igualitarista como la nuestra, en la que en los escaparates de las calles más pijas de Tokio nos quieren vender un chándal. Entre las novedades de este género o subgénero –Filmin, por cierto, también incluye en su genial catálogo la clasificación «los ricos también lloran»–, en casa últimamente nos ha encantado El triángulo de la tristeza, una peli muy destroyer que transcurre en un yate con oligarcas rusos, modelos despampanantes y vendedores de armas a bordo, y en la que el director juega estupendamente, y sin maniqueísmos, con un concepto, el de privilegio, que en la actualidad suele abordarse desde los más cursis y delirantes postulados. También nos ha gustado mucho la divertidísima The White Lotus (sobre todo la primera temporada), en la que un hotel de súper lujo en la playa sirve de escenario para dar rienda suelta a las filias y fobias de una clientela neurótica e infantilizada, a la que su creador tiene la habilidad de no juzgar desde ese dogmatismo al que los nuevos inquisidores nos tienen acostumbrados.

«También hay quien ha visto en este drama, y es para reírse, la prueba definitiva de la falta de ética del capitalismo»

Lo que sí ha visto uno en esta saga de herederos malogrados que es Succession es una de las críticas más efectistas a la meritocracia desde que Michael Sandel encabezase la nueva cruzada de los puritanos contra lo que el profesor de Harvard llama «la tiranía del mérito». En la serie del año habitan trepas sociales, aprovechateguis e incompetentes de todo pelaje, aunque también es cierto que el poderoso imperio mediático que crea el implacable jerarca del clan, Logan Roy, es fruto de su talento y esfuerzo, así como, por supuesto, de su brutalidad y falta de escrúpulos. «Tienes que poder ser un asesino», le dice a uno de sus vástagos. En cualquier caso, ya lo ha dejado escrito en algún sitio nuestro querido Diego Garrocho: «Criticar la meritocracia porque no existe es como criticar la paz o la justicia porque no existen». La plenitud es más bien cosa de santos y se lleva mal con las dobleces que la realidad impone; ni disparemos al pianista ni enterremos dos metros bajo tierra ningún ideal porque sea difícil alcanzarlo. Por supuesto, también hay quien ha visto en este drama, y es para reírse, la prueba definitiva de la falta de ética del capitalismo, algo que llevamos escuchando al menos desde que Steinbeck escribió Las uvas de la ira, y probablemente me quedo corto. Conviene, pues, separar de nuevo el grano de la paja. Ya no cabe ni un llorón más en la zona de confort de nuestras democracias.

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